lunes, 10 de agosto de 2009

Aunque parezca que nos estamos hundiendo

Pero todo esto no explica porqué la Nueva Literatura... ha desplazado casi completamente a los Clásicos. ¿Cuáles fueron las causas formal y final de esta fantástica empresa cultural? ¿Qué disposición formal del semieducado lo hizo vulnerable? Después de todo, una tradición religiosa y literaria de dos mil años no puede ser desechada tan fácilmente, aunque no la amemos ni la comprendamos más. Aunque todos los vanguardistas luchen por subvertirla, uno pensaría que los Clásicos prevalecerían, al menos un tiempo, aunque sea por simple inercia. Pero no fue así porque fuimos predispuestos contra ellos por una actitud hacia el cambio – una teoría de la historia que se hizo habitual, la cual, como en una lucha de judo, aprovecha la fuerza del más fuerte contra él mismo. La causa formal de esta sorprendente derrota es la noción de que el cambio es una virtud. Y de ella se sigue, por supuesto, que lo viejo sólo se mantiene por la ley, lo nuevo y, por lo tanto, lo bueno debe ser subversivo. Joyce dijo, “la civilización fue creada por sus proscritos”. ¿Homero? ¿Esquilo? ¿Solón? ¿Pericles? ¿César? ¿Pero a quién le interesan los hechos? Es el slogan el que vence. “Lo importante acerca de la historia”, dijo Marx, “no es comprenderla sino cambiarla”. La historia, de acuerdo a esta doctrina, es un instrumento en las manos del Partido. Si para su propósito el Partido necesita que creamos que la civilización es la obra de sus proscritos, el Partido puede así disponerlo.

Tomemos por ejemplo los casos de esos dos viejos pendencieros notables, Sócrates y Jesucristo. Sócrates fue condenado a muerte por corromper a los jóvenes – una especie de antiguo André Gide; y Cristo, el Castro galileo, mordía un cigarro medio consumido. Pero Sócrates denunció la inmoralidad como la subversión del estado, abogó por una sociedad jerárquica con Egipto como su modelo fijo de preservación total de la tradición, rehusó escapar de la cárcel, donde fue arrojado por un gobierno revolucionario, y aceptó voluntariamente su ejecución porque no quiso con su ejemplo enseñar a nadie a ser un proscrito, incluso siendo inocente. Como él dijo, “soy víctima no de la ley sino de los hombres”. Sócrates no murió por ser inmoral o porque alguna vez predicó la inmoralidad o porque enseñó que las leyes que reprimen la conducta inmoral sean malas. Murió porque hombres crueles, equivocados, vulgares, violentos y rebeldes habían tomado el poder del estado por medio de alborotos y manifestaciones “espontáneas”, agitando todo descontento, instigando a los jóvenes, los inadaptados sociales y los envidiosos; y tuvieron éxito en parte porque cincuenta años de relativismo filosófico bajo la enseñanza de los sofistas había alivianado los cerebros y los corazones de toda una generación. Sócrates murió porque una pandilla de hombres rebeldes, a través del poder desnudo, pudo subvertir la ley.

Y solo anticristianos profesionales podrían haber construido la idea blasfema de Cristo el comunista. Requiere un tipo especial de odio acusar de desobediencia a Aquél que dio Su vida por lo opuesto. Todo el alegato a favor del Cristianismo está basado en Su inocencia. La civilización no es la creación de los proscritos sino de los hombres que trabajaron duro con el sudor de sus frentes, construyendo sobre el pasado – contra los proscritos, los inmorales, los abogados de la violencia y la muerte. En obediencia a la ley natural y por la gracia de Dios, unos pocos hombres buenos frenaron la marea sangrienta en cada generación, aunque ahora parezca a algunos que, al final, nos estamos hundiendo.

John Senior, The Death of Christian Culture






 

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