lunes, 5 de septiembre de 2011

Apocalypse Now: El argumento VI


Siguen navegando y adentrándose en la selva. Willard siente que ya están llegando a destino, por lo que junta el legajo, las fotos, las cartas y los artículos de diarios, rompe todo y lo arroja al río.

De pronto, en canoas, unos nativos con las caras pintadas de blanco, parecen estar esperándolos como si de guardianes del hades se tratara. La lancha disminuye la velocidad y se abre camino lentamente entre esos espectros. Pronto, en la orilla se acercan a verlos guerrilleros montagnards y otros vestidos con ropas del Vietcong, del Ejército de Vietnam del Norte o del Khmer Rouge. También se perciben cadáveres mutilados, ahorcados o empalados, cabezas sobre picas y calaveras. Han, finalmente, descendido al infierno, al infierno de Kurtz.



Llegan al campamento de este ejército de indígenas y desertores vietnamitas y camboyanos. Desde una especie de muelle,  parecen ser recibidos por un fotógrafo frenético, hiperactivo y aparentemente drogado (Dennis Hopper). Grita a los nativos y guerrilleros: “Han sido aprobados.” Y, luego, dirigiéndose a los del bote patrulla, “salgan, somos todos sus hijos”.

Aconseja a Willard que pedía hablar con Kurtz, “uno no habla con el Coronel, bueno, uno lo escucha. El hombre amplió mi mente. Es un poeta-guerrero en el sentido clásico… Yo soy un hombre pequeño. Él es un gran hombre. ‘Hubiera preferido ser un par de recias tenazas que corren en el silencio de oceánicas terrazas’ [repite estos versos de La canción de amor de J. Alfred Prufrock de T. S. Eliot]. Quiero decir. Él puede ser terrible y puede ser malvado y estar en lo cierto. Él está luchando la guerra. Es un gran hombre.” Y por detrás se ve un enigmático graffiti: “Nuestro lema: ¡Apocalipsis ahora!”


Es ahí cuando ve al capitán Colby (Scott Glenn) que había sido enviado antes que él en un estado casi catatónico, con las manos ensangrentadas sujetando su arma. Continúa el fotógrafo exaltado con sus consejos: “Entonces, tú sólo déjalo tranquilo, estate tranquilo, pregúntale… Pero no juzgues al Coronel.” 

Y las cabezas en picas por todos lados. “Las cabezas. Están viendo las cabezas. Eh, bueno, a veces llega demasiado lejos, y él es el primero en admitirlo.” Afirma una y otra vez que Kurtz no está loco. “Si hubiesen podido escucharlo hace dos días… Si hubiesen podido escucharlo entonces… Dios…”

“Este tipo, el Coronel, está chiflado, hombre”, dice el Chef a Willard. “Está peor que loco. Es demoníaco… Esto es puta idolatría pagana. Mire a su alrededor. Mierda. Está loco. No tengo miedo de todas estas calaveras, altares y mierda. Solía pensar que si moría en un lugar maldito, entonces mi alma no podría encontrar el Cielo. Pero ahora, ¡carajo! Quiero decir, no me importa a dónde vaya, con tal que no llegue a aquí. Entonces, ¿qué quiere hacer? Yo mataré al hijo de puta.” Pero deja al Chef en el bote y le pide que convoque un ataque aéreo sobre el campamento de Kurtz si en 8 horas no tiene noticias suyas.

Willard piensa: “Todo lo que vi me decía que Kurtz estaba loco. El lugar estaba lleno de cadáveres. Nordvietnamitas, vietcongs, camboyanos. Si aún estaba yo vivo, era porque él me quería de ese modo.” Y al llegar al “cuartel general” de Kurtz: “Olía a muerte lenta allí, malaria y pesadillas. Éste era el fin del río, estaba bien.”

En medio de la penumbra, Kurtz, tambaleándose, cansado, entrado en peso y pelado, se toma la cabeza con las dos manos. Pregunta a Willard sobre su pasado y al escuchar el nombre de Ohio, el estado en el que nació el Capitán, recuerda el río del mismo nombre y una travesía que hizo en él de niño hasta un vivero de flores, de gardenias: “podía pensar que el Cielo había caído en la tierra en la forma de gardenias”. El viaje de un niño hasta el Cielo, el viaje de un adulto hasta el infierno…

Se imagina la misión y que el fin de Willard es matarlo. “¿Has considerado alguna vez las libertades auténticas? ¿La libertad ante la opinión de otros? ¿Incluso ante la opinión de uno mismo? ¿Te dijeron por qué, Willard? ¿Por qué querían poner fin a mi mando?”

Al comienzo, Willard se escuda en lo secreto de su misión. Pero Kurtz insiste. “—¿Qué te dijeron? —Me dijeron que se había vuelto loco y que sus métodos eran anormales.” Kurtz toma su puño. “—¿Son mis métodos anormales? —No veo ningún método, mi Coronel. —Me esperaba alguien como tú. ¿Qué esperabas tú? ¿Eres un asesino? —Soy un soldado. —No eres ni una cosa ni la otra. Eres un niño vagabundo, enviado por el verdulero a cobrar una factura.”

A la mañana siguiente Willard amanece en una jaula de cañas, de las que se usan en esas regiones para atrapar tigres. A su alrededor, cuerpos putrefactos y moscas.

El fotógrafo cuestiona al enviado: “¿Por qué un buen muchacho como tú quiere matar a un genio? ¿Sabes que el hombre realmente te quiere? Él te quiere. Realmente te quiere. Pero tiene algo en mente para ti. ¿No tienes curiosidad? Algo está pasando allí afuera, hombre. Sé algo que tú no. Está bien, muchacho. El hombre tiene claridad en su mente, pero su alma está loca. Oh, sí. Está muriendo, creo. Odia todo esto. Lo odia, pero el hombre es, bueno… Lee poesía en voz alta, ¿está bien? Le gustas porque aún estás vivo. Tiene planes para ti. No, no, no voy a ayudarte. Tú vas a ayudarlo a él, hombre. Quiero decir, ¿qué van a decir, hombre, cuando él ya no esté? ¿Eh? Porque morirá cuando muera, hombre. Cuando muera, morirá. ¿Qué dirán de él? ¿Qué dirán? ¿Que era un buen hombre? ¿Un hombre inteligente? ¿Que tenía planes? ¿Tenía sabiduría? ¡Mierda, hombre! ¿Seré yo el que los corrija? Mírame. ¡Estás equivocado! ¡Serás tú!”

Siguiendo las órdenes dadas por el Capitán, y habiendo pasado más de 8 horas sin noticias de él, el Chef intenta comunicarse con “Todopoderoso” y pedir un ataque aéreo sobre el cuartel de Kurtz.


En la siguiente escena, el Coronel, con la cara camuflada, se acerca despacio a Willard en su jaula. Y arroja entre las piernas de éste, la cabeza del Chef.

En Redux, Kurtz da un monólogo a Willard, explicando sus razones, no sólo para defeccionar de sus “mandos naturales”, sino también para exiliarse del mundo, de la sociedad. Rodeado de niños, cita un artículo de la revista Time en el que se asegura que, aunque el fin de la guerra parece lejano, los funcionarios del gobierno piensan que el enemigo está a punto de llegar al límite y no podrá seguir combatiendo. Cita socarronamente otras noticias “optimistas”.

Willard es liberado de su jaula mientras el Coronel lee un fragmento de “Los hombre huecos” de T. S. Eliot: “Somos los hombres huecos, los hombres rellenos de aserrín, que se apoyan unos contra otros, con cabezas embutidas de paja. ¡Sea! Ásperas nuestras voces, cuando susurramos juntos, quedas, sin sentido, como viento sobre hierba seca… Contornos sin forma, sombras sin color, paralizada fuerza, ademán inmóvil.”

Y el fotógrafo agrega: “Está realmente allí. ¿Entiendes lo que dice? ¿Lo haces? Esto es dialéctica. Dialéctica muy simple. Uno por nueve. Sin talvez, sin supuestos, sin fracciones. No puedes viajar por el espacio. No puedes salir al espacio, sabes, sin, sabes, con fracciones. ¿Dónde vas a aterrizar? ¿Un cuarto? ¿Tres octavos? ¿Qué harás cuando vayas de aquí a Venus o algo así? Eso es física dialéctica, OK. Lógica dialéctica es que sólo hay amor y odio. O amas a alguien o lo odias. ‘Así es como se acaba el [puto] mundo.’ Mira esta puta mierda aquí, hombre. ‘No con un golpe seco sino un gemido.’ [repite estos versos finales de Los hombres huecos.] Y con un gemido, me estoy partiendo, muchacho.”

Un paneo de cámara muestra unos textos en la guarida de Kurtz: la Santa Biblia, “Del ritual al romance” de Jessie Lailay Weston y “La rama dorada” de sir James George Frazer. Libros clásicos, sobre mitos, sobre búsquedas espirituales, sobre viajes iniciáticos…

“En el río, pensé que en el minuto en que lo viese, sabría qué hacer, pero no pasó así. Estuve allí con él durante días, sin guardias. Era libre, pero él sabía que no iría a ningún lado. Sabía mejor que yo lo que yo mismo iba a hacer. Si los generales en el cuartel de Nha Trang pudiesen ver lo que yo vi, ¿querrían aún que lo matase? Probablemente más que nunca. ¿Y qué querría su gente en casa si supiese qué tan lejos de ellos estaba ahora realmente? Se había separado de ellos y luego se separó de sí mismo. Nunca había visto un hombre tan quebrado y tan dividido.”

Nuevamente Kurtz intenta explicarse. “He visto horrores, los horrores que tú has visto. Pero no tienes derecho a llamarme asesino. Tienes derecho a matarme. Tienes ese derecho… pero no tienes derecho a juzgarme.”

“Es imposible que las palabras puedan describir lo que es necesario para aquéllos que no saben lo que significa el horror. Horror. El horror tiene cara. Y uno debe hacerse amigo del horror. El horror y el terror moral son tus amigos. Si no lo son, entonces son enemigos que debes temer. Son enemigos de verdad.”

Y la memoria de un punto de inflexión en su vida. “Recuerdo cuando estaba en las Fuerzas Especiales. Parecen mil años atrás. Fuimos a un campo a vacunar a unos niños. Dejamos el campo luego de inocularlos contra la polio. Y este viejo vino corriendo detrás de nosotros y lloraba. No podía hablar. Volvimos y ellos habían ido y habían arrancado cada brazo vacunado. Estaban ahí, en una pila… una pila de bracitos. Y recuerdo que… lloré. Lagrimeé como una abuela. Quería arrancarme los dientes. No sabía lo que quería hacer. Y quiero recordarlo. No quiero nunca olvidarlo. No quiero nunca olvidarlo. Y entonces me di cuenta… como si hubiese recibido un disparo, como si hubiese recibido un disparo con un diamante, una bala de diamante en mi frente. Y pensé: ‘Mi Dios, ¡qué genialidad eso! ¡Qué genialidad!’ La voluntad para hacer eso. Perfecta, genuina, completa, cristalina, ¡pura! Y entonces me di cuenta de que ellos eran más fuertes que nosotros, porque podían soportarlo. Éstos no eran monstruos. Éstos eran hombres… tropas entrenadas. Estos hombres que peleaban con sus corazones, que tenían familias, que tenían hijos, que estaban llenos de amor… que tenían la fuerza, la fuerza de hacer eso. Si tuviese diez divisiones de aquellos hombres, entonces nuestros problemas aquí acabarían rápidamente. Debes contar con hombres que son morales y a la vez pueden utilizar sus instintos primitivos para matar… sin sentimientos, sin pasión, sin deliberación… sin deliberación. Porque es la deliberación la que nos vence.”

“Me preocupa que mi hijo no comprenda lo que he intentado ser. Y si debo morir, Willard, desearía que alguien vaya a casa y cuente todo a mi hijo. Todo lo que hice, todo lo que viste. Porque no hay nada que deteste más que el hedor de las mentiras. Y si me entiendes, Willard, tú… tú harás esto por mí.”

Mientras tanto, los nativos se preparan para un sacrificio ritual. Lance, semidesnudo, se mezcla con ellos. Y Willard regresa a la lancha, donde escucha: “Éste es Todopoderoso esperando instrucciones. ¿Me copian?” Sabe que el ataque aéreo es inminente, pero se cuestiona sus órdenes: “Me harán Mayor por esto y ni siquiera estaba más en el puto Ejército. Todo el mundo quería que lo haga. Él más que nadie. Sentía como que me esperaba, aguardando que ponga fin a sus dolores. Sólo quería irse como un soldado, de pié. No como un renegado pobre, malgastado y cubierto en harapos. Incluso la jungla lo quería muerto, y, en cualquier caso, era de allí de donde tomaba sus órdenes.”

Abandona la lancha y parte lentamente hacia un viejo templo budista que oficia de cuartel de Kurtz, donde éste aguarda el sacrificio final. Mimetizado, Willard surge de las aguas con un machete en la mano. Se escucha nuevamente la música de los Doors, “El fin”, como al comienzo.

Kurtz graba una lectura. “Entrenamos a los jóvenes para arrojar fuego sobre seres humanos, pero sus comandantes no les permiten escribir ‘carajo’ en sus aviones porque es obsceno.” 



Ve a Willard aproximarse y se entrega. Mientras que, afuera, los nativos sacrifican un búfalo de agua. Agonizante, en el suelo, Kurtz se limita a repetir: “El horror. El horror.”

Willard lentamente abandona el templo mientras lee una anotación de Kurtz en rojo sobre unos papales escritos a máquina: “Arrojad la bomba. ¡Exterminadlos a todos!” Se sienta por un instante en el lugar del Coronel ahora muerto, mientras se le aproximan nativos que lo veneran como un nuevo rey-dios. 

Pero Willard decide seguir y camina entre ellos, mientras bajan sus armas y lo observan con temor reverencial. Toma de la mano a un Lance completamente perdido y lo conduce lentamente hasta la lancha.

Se van lentamente por el río, cae una lluvia torrencial, y “Todopoderoso” sigue intentando comunicarse por radio… una radio que Willard apaga abruptamente. Mientras, como entre sueños, se escuchan ecos de Kurtz: “El horror… El horror.”



FIN

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