miércoles, 20 de mayo de 2009

Recordando a un maestro... y su forma de enseñanza

De mis numerosos encuentros con André Charlier guardo un recuerdo casi intemporal. Nada de “sobresaliente”, en el sentido demasiado humano de la palabra, en esta personalidad con todo excepcional, sino la presencia de un alma que vivía a la vez en el centro y más allá de ella misma, en que la vida interior y la atención al prójimo eran uno. La primera palabra que me viene a la mente cuando pienso en él es transparencia. Nada en él suponía un obstáculo a la luz y al amor, a la manera de un vitral cuyos colores absorben y extienden los rayos del sol.
Gustave Thibon


André Charlier fue profesor y luego director de la Escuela des Roches (de las Rocas), además de escritor y músico. Nació el 25 de diciembre de 1895 y murió el 8 de agosto de 1971. Fue amigo de Paul Claudel y de Jacques Copeau (fundador de la Nouvelle Revue Française y creador del Théâtre du Vieux-Colombier), y gran admirador de Charles Péguy como su hermano mayor, Henri (1883-1975, pintor, escultor, filósofo y escritor). Su obra escrita, más limitada que aquélla de su hermano, se le equipara por la calidad del pensamiento que es la de un maestro de sabiduría y de un profesor en el pleno sentido de la palabra. Su obra musical, compuesta a caballo de las circunstancias (acompañamientos escénicos para teatro, melodías, cánticos y partes para piano) sigue siendo inédita, pero algunas melodías para canto y piano se interpretaron mientras aún estaba con vida en Radiofrance.

Hijo de un ateo militante y hermano de un artista católico converso, no fue hasta días antes de ser movilizado al frente durante la Primera Guerra Mundial que es bautizado por Dom Besse. Se destaca por su heroísmo y es dado de baja por inválido. Destacado helenista y filósofo autodidacta, se dedica durante sus primeros años al trabajo agrícola en una quinta perteneciente a sus abuelos maternos en Cheny.

En la década de 1920 casa con Alice Caquereau y acepta un trabajo como Profesor de Lenguas Clásicas en la École des Roches de Verneuil-sur-Avre (Eure). Tambié por esa época comienzan treinta años de correspondencia ininterrumpida con Paul Claudel sólo suspendida por la muerte de este último.

Sigue frecuentando al grupo de artistas católicos que rodeaba a su hermano y él mismo impulsa a sus alumnos de Verneuil a probar con la música y la literatura. Músicos franceses de renombre como Jean-Philippe Rameau y François Couperin, fueron alumnos suyos. Las obras de teatro organizadas por André y representadas por los maestros y alumnos, en base a dramas de Molière, Shakespeare y Péguy, convocaban a personas venidas de toda la región.

Pero lo encuentra la enfermedad y muerte de su mujer por tuberculosis y la Segunda Guerra, siendo movilizado como capitán de la reserva. Tras el armisticio, regresa a la École des Roches, que ahora se encontraba en un pequeño palacio de Maslacq, pequeña villa de los Pyrénées-Atlantiques, y al año siguiente es electo director.

Como director, realiza una importante reforma en parte imitando a las escuelas públicas inglesas. Como primera medida, confía a los alumnos mayores destacados, “los capitanes”, el orden moral y material de la escuela. A ellos dedica una serie de cartas, que serán recopiladas en uno de sus libros más memorables, “Lettres aux capitaines”.

Se crea una schola cantorum donde los alumnos aprenden canto gregoriano y polifonía. Músicos reputados como la cantante lírica Jeanne Bathori (preferida de Erik Satie y Claude Debussy) o el violoncelista André Lévy de la Sinfónica de Praga.

Dos ex capitanes de Maslacq, Jean-Marie Grach y Hervé Giraud, mueren en el frente. Las cartas de ambos, pero especialmente las de Jean-Marie —a quien André consideraba santo—, dirigidas a su antiguo maestro eran una verdadera inspiración para los nuevos.

En 1947, André Charlier convoca a su hermano Henri y a sus amigos, Gustave Thibon, Henri Massis, Olivier Lacombe, Jean Guitton, André Thérive, Louis Salleron y el Padre de Tonquédec a unas jornadas de formación para los alumnos de Maslacq. Las Jornadas, cuyas actas se irán publicando en los Cahiers de Maslacq, se irán repitiendo todos los años con mucho éxito.

André aprovechará los Cahiers para publicar también algunas reflexiones suyas que, con el tiempo, constituirán un libro patrocinado por la Academia Francesa, Que faut-il dire aux hommes, título relacionado directamente con la famosa Carta al General X de Saint-Exupéry que André tanto admiraba.

Además de los textos, los Cahiers (posteriormente rebautizada revista Questions) se destacaban por su cuidadosa tipografía e ilustraciones de calidad.

A fines de 1950, la École des Roches se muda a Clères (Seine-Maritime) y se fuciona con el Collège de Normandie. Con ocasión de la mudanza, los ex alumnos regalan a André un clavecino de concierto de la época de Luis XIV. Ingresan a la escuela como profesores, Maurice Bardèche, Henri Rambaud, Jean-Marie Paupert y Albert Gérard. A pesar de todos estos cambios, la escuela de André Charlier seguirá siendo conocida como Maslacq hasta su retiro doce años después.

A partir de 1962 comienza una época de viajes, dictando conferencias en París (nada menos que en la Academia y, luego, en Amitiés Françaises), en Bordeaux, en Maslacq, en Sénac, en la abadía de Ozon, Angers, en la abadía de Fongombault, en Lausanne (Congresos de la Ciudad Católica), Fongombault nuevamente, Troyes, Bordeaux otras dos veces. Visita amigos Gustave Thibon, Marcel de Corte, Louis Salleron, Dom Romain Guillauma, Jean Ousset, Alexis Curver, el Padre de Chivré.

Traduce al francés y anota el comentario de Santo Tomás de Aquino a la Segunda Epístola de San Pablo a los Corintios. Y a fines de 1967, publica con su hermano Henri, Le Chant Grégorien, que consideraba su testamento.

Fallece en un hospital en la rue des Martyrs en París. Su Misa funeral tuvo lugar en la capilla del hospital y sus restos mortales fueron depositados en el cementerio de Mesnil-Saint-Loup, junto a los de su mujer Alice, su hermano Henri y su cuñada Émilie.

Uno de sus alumnos (Albert Gérard, presidente de la Fondation Charlier del Barroux, Vaucluse) recordaba que André Charlier, “no era de esos maestros que charlan. Decía lo que tenía que decir, y lo decía bien, pero, en fin, hablaba poco. Enseñaba por lo que era. Dejó una fuerte impronta en todos sus alumnos, de alguna manera; yo le debo lo que me gusta y lo que espero.”

Escribía a sus capitanes que “me gustaría veros abrumados por la inmensa alegría de estar en la verdad, y de transmitir a aquéllos que os rodean ese gusto por la verdad… no hay mayor muestra de amor que dirigir las almas hacia la verdad”.

André gustaba salir a caminar con sus alumnos. Los llevaba al campo, a conversar con campesinos y pastores, a veces iletrados pero que tenían tras de sí dos mil años de cultura católica. Visitaban también la villa de Maslacq y las aledañas, observando y escuchando a los artesanos y pequeños comerciantes, con su sabiduría de generaciones.

Como ha dicho John Taylor, ex alumno del IHP y estudioso del modo poético de enseñanza de André Charlier, el maestro de Maslacq pensaba que en una escuela todo debe enseñar: la arquitectura, el mobiliario, el escenario y, por supuesto, los maestros. Podemos imaginarlo, sentado junto al fuego en lo que fue un antiguo castillo, rodeado por sus alumnos, a los que lee Péguy, enseña latín y con quienes interpreta música.

John Senior estuvo allí de visita, como en otros tiempos Dom Gérard Calvet y Jean Madiran. Allí, dice, comenzó a entender porqué fallaban los programas de “grandes libros” o de “artes liberales” como hasta entonces se dictaban. Faltaba el modo poético de enseñanza.

 

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