martes, 21 de julio de 2009

Contra clericales

Me piden que explique el porqué de mi definición "sanamente anticlerical". Ciertamente no se trata de la reivindicación del anticlericalismo "comecuras" que en el fondo siempre ha ocultado una posición anticatólica.

Se trata más bien de un anti-clericalismo, esto es de una oposición al clericalismo. Entendiendo el clericalismo no sólo como la intromisión injusta del clérigo en los asuntos que no le competen propiamente y en tanto clérigo, sino también como la sumisión impropia del seglar a la opinión del clérigo en aquellos asuntos de su competencia y responsabilidad personal en tanto seglar.

Así dicho queda un tanto teórico. Vamos a aplicar el asunto en el ámbito social y político, donde el clericalismo ha hecho estragos. Me permito a continuación colocar algunas citas y mis comentarios para ejemplificar.

Hablando del poder espiritual y el poder temporal, dice Jean Ousset en su clásico Para que Él reine:

De esos dos poderes sólo subsiste el espiritual. Cuando se habla hoy del laicado, no es sino refiriéndose al laicado en cuanto se halla sometido a la autoridad de los clérigos, encargado por ellos de una misión apostólica dimanante a ese título del poder espiritual.
En ese sentido, el laicado al que se refieren es con frecuencia limitado a asociaciones de carácter apostólico tipo Acción Católica, Legión de María, grupos misioneros, etc. Justamente aquello que no hace a la esencia del laico.

Cuando existía un poder temporal católico...

...El laicado cristiano existía realmente antaño (como tal, en lo temporal), porque estaba no menos realmente defendido (como tal, en lo temporal). Defensa no reducida a algunas declaraciones doctorales. Incluso firmes, incluso no ambiguas. Pero defensa asegurada en lo necesario por la espada, la maza, el mosquete. Cualesquiera que pudieran haber sido, por otra parte, las perspectivas de apostolado propuestas por la jerarquía eclesiástica.
La Revolución ha cambiado todo esto. “Al decapitar a Luis XVI… ha decapitado al laicado…”, ha escrito Michel Carronges en Laïcat Mythe ou Réalité. Luego –dice en substancia– el laicado cristiano progresivamente se ha ido pulverizando, mientras que el Estado laico se hinchaba con toda la sustancia así eliminada. La separación de la Iglesia y del Estado ha sido el resultado final de esta evolución.

Se comprende, pues, que, en tal estado de cosas, los vocablos enfáticos de “promoción del laicado” o de “laicos adultos” suscitan una actitud crítica, incluso un gran escepticismo. [...]

Como ha subrayado muy bien un autor tan poco sospechoso de anticlericalismo como Jean de Fabrègues: “Los clérigos, cuando como tales clérigos quieren tomar la dirección del mundo temporal, son muy capaces de sacrificar el mundo cristiano a las ambigüedades del poder clerical.”

No solamente el poder temporal del laicado cristiano es irrisorio en cuanto tal, sino que se encuentra como aplastado entre dos totalitarismo. Totalitarismo… en tanto son poderes estrictamente unitarios tendientes a apoderarse del hombre por entero. Dicho de otro modo: si quedan todavía hoy dos grandes poderes, se presentan bajo la siguiente forma:

De una parte: el poder clerical. Pero privado de ese complemento, de ese contrapeso que para él constituía un poder temporal cristiano distinto; suficientemente autónomo a su nivel y en su esfera. (Así el orden cristiano no se considera como si dependiese únicamente del poder eclesiástico. De ahí el reflejo bien conocido y tan característico de querer tildar de sospechoso, ilegítimo, todo lo que ose llamarse “católico” en lo temporal sin estar autorizado.)

De otra parte: el totalitarismo de los poderes no cristianos, incluso anticristianos, que no solamente son temporales, sino espirituales. Cesarismo del Estado moderno, convertido en principio absoluto de todo derecho. Monopolizador de aquello mediante lo cual se hace dueño de los espíritus y de las almas: espectáculos, propaganda, “información”, Universidad, cultura, etc.

Ahora bien, por lo menos, es con este totalitarismo con el que el poder espiritual católico debe mantener relaciones. Relaciones que parecen prolongación de aquellas que en la cristiandad unían en su fe común: el sacerdocio y el imperio.

La verdad es que si bien aún existe un poder espiritual del laicado cristiano en tanto este laicado participa, bajo la autoridad eclesiástica, en el apostolado de la jerarquía (definición de la Acción Católica oficial), por el contrario nada serio existe para expresar cualquier poder temporal del laicado cristiano.
Comenta luego la "confiscación" por la autoridad eclesiástica francesa de la obra laical de la FNC del Gral. de Castelnau. ¡Tantos ejemplos similares tenemos en la Argentina! Los Cursos de Cultura Católica y la revista Criterio, por ejemplo.

Y vuelve a preguntarse Ousset por la tan escuchada "promoción del laicado".

¿Es para compensarle, para consolarle, por lo que se le habla tanto de “promoción”? Pero promoción ¿en qué orden?

Detalle característico: la promoción contemplada es de orden espiritual y destinada a hacerle participar en el sacerdocio. Como si una situación más elevada en el santuario pudiera hacer olvidar que, en su terreno, es el peor dotado de los ciudadanos.
Típico de nuestro tiempo: laicos predicando a través del guión, laicos distribuyendo la Comunión, laicos incluso predicando la homilía (violando incluso el canon 767). Mientras los sacerdotes se dedican a tareas de ONG o los obispos a dar instrucciones sobre cuestiones para las cuales no están debidamente preparados o no tienen todos los elementos de juicio (un ejemplo de estos días).
Lo que, paradójicamente, no deja a la iniciativa del seglar cristiano sino una única vía, cualificada de “no comprometedora” para los clérigos. Vía en la que el seglar se halla casi seguro de no tener ningún contratiempo por la parte eclesiástica. La vía de la corriente ideológica moderna, que no es cristiana. En condiciones tales que un seglar católico sufre menos inconvenientes citando a Marx o Lenin que al Syllabus.

Muy grande es el número de los clérigos que al parecer prefieren que no exista un laicado cristiano (dueño de su justo poder temporal) para no tener más problemas que el poder político-social (no cristiano, sino anticristiano) de un laicado heterogéneo prácticamente conducido por indiferentes, hasta por enemigos del catolicismo. Todos los esfuerzos de la Acción Católica, a pesar de su gran éxito tal vez en el plano apostólico, no han podido dar la vuelta ni parar la corriente de un naturalismo político y social hasta tal punto victorioso que algunos eclesiásticos (pese a las enseñanzas de los soberanos Pontífices) deducen de ello argumentos para afirmar que ya no es cosa de combatir un estado de hecho tan triunfalmente implantado, que al alistarse en esta lucha el seglar cristiano comprometería a la jerarquía, etc.
¡Cuántas veces hemos escuchado el temor de los obispos a perder las subvenciones de Cáritas o de los colegios católicos!
El problema es más delicado cuando se han suscripto acuerdos entre la jerarquía católica y los poderes civiles progresistas, comunistas, etc. Las fórmulas son conocidas. Promesa, incluso juramente de respetar lealmente el régimen de esas democracias populares. Promesa, incluso juramento, de no combatir al Estado.
Sin palabras... Los ejemplos nuestros son demasiados.
Lo cual puede justificarse en el plano de un interés apostólico que no podemos juzgar. Pero ¿a quién compromete eso? ¿A los seglares o a los clérigos? ¿O a los clérigos solamente?

El malestar empieza cuando se formula la pregunta de a qué título y en qué medida la acción temporal del laicado se halla condicionada por esos acuerdos. ¿Es admisible que, por una táctica planteada como puramente apostólica, el poder eclesiástico pueda comprometer e incluso sacrificar (no, ciertamente, con intención, pero sí inconscientemente y de hecho) los intereses temporales (cristianos) de una laicado (no menos cristiano)?
¿Hace falta recordar cuando el Episcopado renunció a las cláusulas católicas de la Constitución durante el tratamiento de la reforma de 1994? ¿Esas cláusulas eran propiedad de los obispos?
Como ha dicho Jean Madiran (Itinéraires, núm. 67, p. 203… en separata «Notre désaccord sur l’Algérie et la marche du monde», 4, rue Garancière, París, VI.e), si los hombres de la Iglesia, en interés de una pastoral mundial, estiman que deben rehusar su apoyo a la defensa de algunas patrias terrenales – no pueden en absoluto, no pueden sin abuso, no pueden sin crimen disuadir a los ciudadanos de defender el humilde honor de las casas paternas, la libertad de la ciudad, el interés legítimo y la vida de la misma patria

“Por ejemplo, se puede formular, en tal momento, el pronóstico de que el comunismo tiene todas las posibilidades de ganar en un país o en un grupo de países. Ante este pronóstico, los hombres de la Iglesia toman las disposiciones o precauciones apostólicas que crean deben tomar, y en esto son jueces y responsables ante Dios.

“Pero si, en función de este pronóstico, los hombres de la Iglesia emprenden, además, la tarea de persuadir al conjunto de los católicos de que deben desvincularse de todo anticomunismo temporal, entonces estos hombres de la Iglesia aseguran de ese modo, positivamente, la victoria del comunismo, desmovilizando, dispersando o paralizando la resistencia. Es, precisamente, cuando el comunismo tiene posibilidades objetivas de triunfar en un país cuando más importa combatir esas posibilidades, hacer cambiar ese pronóstico especulativamente fundado, hacer la historia en lugar de sufrirla.”
Cambiemos "comunismo" por cualquiera de las medidas anticatólicas y contranatura que se han tomado en los últimos 40 años. Pero no sólo, pensemos en las muestras blasfemas que se multiplican [este mismo domingo el "conservador" diario La Nación publicitaba en su revista una nueva serie de insultos a la Fe] y cómo el clero se ha dedicado sistemáticamente a desarmar cualquier tipo de oposición o acción en contraria, como si Nuestro Señor o la Madre de Dios les pertenecieran en propiedad.
Y puede suceder que en estos tiempos del imperio de la opinión, de la radio, de la prensa, de guerra ideológica y psicológica, el clero se incline a no participar en esta lucha por escrúpulos apologéticos, por reservas apostólicas, por deseo de no molestar demasiado a aquellos a quienes deberá evangelizar mañana. ¡Es cosa suya!

A los seglares corresponde el combate y montar la guardia, ya que se trata de la defensa de su patria y de su hogar.


Volante que anunciaba la aparición (1928) de la revista Criterio,
obra católica laica e independiente de la Jerarquía
que fue poco a poco "confiscada" por ella (1932)
y posteriormente "desfigurada" para convertirse
en caballo de troya del modernismo (1957).



 

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