sábado, 11 de julio de 2009

San Benito, patrono de Occidente

Cuando una brillante joven preguntó al mayor sabio del mundo a fines del siglo IV dónde podía obtener la mejor educación, San Jerónimo le respondió, “no puedes porque el mundo se acaba”. Y le aconsejó ingresar a un convento. Unos cien años después, un joven campesino brillante llegó a la universidad en Roma, dio un paso, pero por impulso dio media vuelta y huyó, no tanto como para haber tocado la escalera contaminada. Unos pocos años después, a millas entre las colinas, algunos pastores vieron que los arbustos se movían: ¿era un león? ¿una oveja? Cuando apartaron las ramas, ah, era el joven campesino, San Benito. “¿Qué estáis haciendo?”, preguntaron. “Rezando”, dijo. “¿Por qué?”, repreguntaron. “Porque debemos buscar primero el Reino de los Cielos.” “¿Podemos acompañarte?”, dijeron. Y replicó que podían si se lo pedían tres veces. Lo hicieron y resumiendo una larga historia, en mil años se convirtieron en Europa – San Agustín en Inglaterra, San Bonifacio en Alemania, los santos Cirilo y Metodio y todos los demás.

La palabra “monje” deriva de monos, que quiere decir “uno”, “solitario”, “solo”, como en “monarca” o en “monotonía”. Un monje es esencialmente un hombre solo con Dios. Cuando unos pocos se reunieron para aprender mejor a cómo estar solo, tuvimos un “convento”, una reunión para conveniencia de las personas en un monasterio, un lugar de soledad esencial. Fue a través del testimonio paciente y silencioso de los monjes en oración durante los Siglos Oscuros que se logró lo que llamamos Cristiandad. San Benito, patrono de Europa, fundó Monte Cassino en 529. Santo Tomás como pequeño de cinco ingresó allí para ir a la escuela alrededor de 1229 – setecientos años en el seno del trabajo y la oración benedictina ¡y allí tienes a Santo Tomás! La simiente de la teología es la vida benedictina, sin la cual nadie tiene los prerrequisitos.

Hoy estamos, pienso, en tiempos como los de San Jerónimo, moviéndonos rápidamente hacia los de San Benito. Los bárbaros han destruido nuestras instituciones culturales, esta vez mayormente desde adentro; y ahora como entonces, es verdad que ya no hay nada que ofrecer al mundo. Si fuese un joven o una joven que busca a Dios hoy, ingresaría, si pudiese, a un monasterio benedictino. Y si fuese un benedictino que busca a Dios, trabajaría para reformar mi monasterio de modo que se conformase a la Regla de San Benito en toda su integridad, rezando siete veces al día el gran Oficio Latino recobrado por la estudiosidad dolorosa y santa de Solesmes; y en los espacios entre las horas, trabajaría con mis propias manos en las tareas inmediatas de comida y refugio. O si fuese llamado a las otras vocaciones, el sacerdocio secular o el matrimonio, me convertiría en un oblato de un monasterio así o al menos me mantendría tan cerca como pudiese ser consistente con mis obligaciones.

Si fuese papa, haría justo lo que parece estar haciendo Juan Pablo II: Si la teología se ha convertido en superstición porque la mayoría ha perdido la base del entendimiento, la reforma a gran escala es inmediatamente imposible. En tal caso, lo que hay que hacer es encontrar las pocas almas extraordinarias con dones especiales de intelecto y voluntad, con aptitud racional y celo de aprender; entrenarlos en ejercicios benedictinos intensivos, ponerlos a recitar diariamente el Oficio, enseñarles la Summa Theologiae como su trabajo diario y entonces enviar a estos soldados de élite de órdenes mixtas como las tropas de asalto de una contrarreforma católica general. Si el Santo Padre puede tener éxito en la restauración de los dominicos y los jesuitas, habrá ido bastante lejos hacia la implementación de los contenidos reales del Vaticano I y el II del mismo modo que San Pío V lo hizo en el caso de Trento.

Y si fuese Dios, como Él amaría a mi madre y por ella tendría misericordia de nosotros una vez más, lo que Él hará, según ella, sólo si Le tememos. Y así como María delante de la Cruz, del mismo modo tras las órdenes predicadoras y educadoras están las silenciosas y contemplativas, sin cuya paciencia, las vidas activas son inefictivas.

--John Senior, The Restoration of Christian Culture

(Edición original en San Francisco CA: Ignatius Press, 1983; reimpresión en Norfolk VA: IHS Press, 2008, prefacio de Andrew Senior, e introducción de David Allen White).




San Benito Abad
xilografía de Juan Antonio Spotorno (1905-1978)


Oh glorioso Patriarca de los Monjes,
San Benito,
amado del Señor,
poderoso en milagros,
Padre bondadoso para con todos los que te invocan,
te pedimos intercedas por nosotros ante el trono del Señor.
En todo tiempo extiende tu protección sobre nosotros;
líbranos de todos los males de cuerpo y alma;
defiéndenos a nosotros y a todos los nuestros del poder de los enemigos infernales.
Ruega por nosotros a fin de que viviendo según la ley de Señor,
merzcamos ser hallados dignos de recibir la eterna recompensa.
Por Jesucristo Nuestro Señor.

V. Glorioso apareciste en la presencia del Señor.
R. Por eso el Señor te revistió de hermosura.

¡San Benito! En tus manos ponemos nuestras vidas, líbranos del poder de los espíritus malignos. Amén.


 

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