El terremoto portugués de 1755 fue considerado en ese momento, tanto por los teólogos como por la gente sencilla, como un castigo de Dios por las reformas de José I, continuadas y profundizadas por el Marqués de Pombal (premier desde unos años antes), o -incluso- por las cláusulas secretas del Tratado de Methuen. Tanto impacto tuvo en la Europa del tiempo que Voltaire y otros ilustrados dedicaron bastantes páginas a "interpretarlo" y calmar las conciencias de sus seguidores.