jueves, 16 de diciembre de 2010

Plus ça change...

Nisi granum frumenti cadens in terram mortuum fuerit, ipsum solum manet;

si autem mortuum fuerit, multum fructum affert.


Muchos hemos escuchado hablar de Migne o lo hemos visto citado numerosas veces, pero pocos saben qué o quién es o era.

Jacques-Paul Migne nació a fines de 1800 en St.-Flour, comuna del departamento de Cantal, en la Auvernia, centro-sur de Francia. Entró al seminario y estudió teología en Orleáns. En 1824 se ordenó sacerdote y fue asignado a la parroquia de Puiseaux, correspondiente a esa diócesis. Todo anduvo bien hasta que en 1830, la caída de la monarquía de la Restauración dio inicio a sus problemas.

Orleáns se enorgullecía de ser la sede del “Rey Ciudadano”, Luis Felipe. Y un cura rural con simpatías legitimistas era un inconveniente para el nuevo régimen. Tras sucesivos problemas con el obispo local, Migne decidió marchar a París, donde sus escritos polémicos podrían tener mayor repercusión. Allí en noviembre de 1833 comenzó a publicar el diario L’Univers Religieux, que pretendía convertir en un medio de difusión católico independiente de las ideologías políticas que debatían acaloradamente en la Ciudad Luz. Tuvo bastante éxito inicialmente, más de 1800 suscriptores en corto tiempo, pero no comparable a los diarios principales de París; al menos hasta que ingresó en el periódico un joven autodidacta y católico a machamartillo, Louis Veuillot.

Mucho se ha criticado a L’Univers, Veuillot y el llamado “Partido Ultramontano”, al que perteneció Migne, a izquierda y a derecha, desde fuera y desde dentro de la Iglesia. Pero, en general, las críticas han sido extemporáneas, descontextualizadas y basadas en las calumnias que propagaba la prensa competidora. Nos es imposible, ahora, relatar los pormenores del catolicismo francés del siglo XIX, muy complejo y comprometido en las luchas políticas de todo signo que tuvieron lugar. Incluso la gran mayoría del Episcopado francés se sentía más cómodo con el liberalismo de los católicos de L’Avenir, que con L’Univers que tenía el desparpajo de publicar las encíclicas papales. El mismo arzobispo de París reconocía haberse sorprendido de la Paroles d’un croyant de Lamennais, cuando hacía rato que el mismo venía expresando públicamente opiniones heterodoxas. Por no hablar del Partido Legitimista, donde el galicanismo aún campeaba y los “ultramontanos” eran un problema.

Migne se sorprendía constantemente de la ignorancia de sus colegas sacerdotes y se comprometió a ayudar a combatirla. Para ello, en 1836 abrió su propia imprenta en Petit Montrouge, XIV arrondissement de París. En papel de diario y pequeños fascículos, a muy bajo precio, comenzó la distribución masiva de obras religiosas en compilaciones monumentales: “Curso completo de Sagrada Escritura” (28 volúmenes de comentarios de autores antiguos y modernos), “Curso de teología” (otro tanto), “Demostraciones evangélicas” (20 de apologética por cien autores de todos los tiempos), “Colección integral y universal de autores sagrados” (102 de homilías de los siglos precedentes), “Suma áurea de la Santísima Virgen María” (13), “Enciclopedia teológica” (171, incluyendo temas filosóficos, geográficos, históricos, naturales, etc.) y, fundamentalmente, las dos recopilaciones que se convertirían en sinónimo de Migne: Patrologia Latina (221 volúmenes) y Patrologia Graeca (85 volúmenes; 165 la edición bilingüe).

Como no podía ser de otra manera, los académicos criticaron duramente estas obras, aunque eran las colecciones de literatura patrística más completas jamás publicadas, y todo a precios sumamente accesibles para sacerdotes y religiosos sin recursos.

La Imprimerie Catholique, como se llamaba la editorial de Migne, se convirtió en una gran editorial independiente y, posteriormente, fábrica de órganos y utensillos litúrgicos. Para evitar los monopolios de libreros, recurrió a las suscripciones directas, lo que en esa época era una novedad. La editorial pronto se diversificó en otras producciones. En la noche del 12 al 13 de febrero de 1868 un incendio destruyó completamente el establecimiento. Las aseguradoras sólo entregaron una parte y la célebre imprenta nunca pudo recuperarse del todo. Muy poco después, Monseñor Darboy, arzobispo de París, prohibió a Migne seguir publicando e, incluso, le suspendió su ministerio. La guerra Franco-Prusiana de 1870-71 empeoró aún lo que ya era una situación precaria. El golpe final llegó con el decreto de la Curia Romana que prohibió el uso del dinero procedente de las colectas en la compra de libros.

El 24 de octubre de 1875, el abate Jacques-Paul Migne murió, derrotado, abandonado por la Iglesia, en medio de deudas y calumnias. Al año siguiente, la Imprimerie Catholique fue adquirida por la editorial Garnier.

Sin embargo, su colección de patrística no sólo fue una de las mayores contribuciones a la historia eclesiástica de todos los tiempos —textos que hasta ese entonces yacían olvidados en bibliotecas conventuales o monásticas quedaron por primera vez a mano de simples sacerdotes, religiosos o investigadores laicos— sino que, con el tiempo y posteriores mejoras, índices y ediciones críticas, se convirtió en la edición canónica de los Padres de la Iglesia, tanto latinos como griegos, posibilitando el renacimiento de la Patrística en el siglo XX.

Pero, claro, este progresivo refinamiento de la obra ha conspirado contra del costo de la misma, recluyéndola nuevamente en las grandes bibliotecas. Ahora, el excelente sitio web Documenta Catholica Omnia ha terminado de publicar, gratuitamente y en formato PDF, la Patrologia Graeca y la Patrologia Latina. Ahora queda que diligentes traductores (el latín ha dejado ya de ser patrimonio común) lo vuelquen a las lenguas vernáculas.


Humilde placa que recuerda al abate Migne.

 

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