viernes, 28 de agosto de 2009

De drogas y drogas


El pasado 26 de agosto la Corte Suprema argentina despenalizó la tenencia y consumo de drogas para uso personal. De hecho, el fallo no hizo más que reconocer algo que ya sucedía de hecho, no hay más que pasar cerca de cualquier plaza o parque para sentir el olor a la marihuana, pasar cerca de una villa o lugar marginal para ver el tristísimo espectáculo de niños consumiendo paco o pegamento epoxi, asomarse a una "fiesta" rave o similar para ver a los miles de adolescentes con su botellita de agua (para evitar la deshidratación que produce el consumo de éxtasis o drogas similares), en pleno Barrio Norte o Recoleta (especialmente alrededor de las zonas donde viven muchos estudiantes) es posible ver los deliveries de alcohol y drogas a la tardecita...

Como han señalado tímida pero acertadamente los Curas Villeros, con este fallo la Corte está dando un mal ejemplo que tendrá, con seguridad, trágicas consecuencias. Cf. S. Th., I-II, q. 92., a. 1.

Pero no es ésta, la única noticia de estos días relacionada con las drogas. Creemos que hay un droga mucho más dañina que la cocaína, la marihuana, el paco o el éxtasis. Esa droga es la democracia moderna. Pero tan drogados estamos que, una vez más, se vuelve a demostrar su imposible existencia y más insistimos en ella. Todo este papelón de la Ley de Emergencia Agropecuaria es una cabal prueba de la gravedad del consumo de drogas alucinógenas, en este caso, la democracia: un artículo "escondido" en un proyecto de ley, la sanción de esa ley sin que nadie la leyera, su veto son meros capítulos de un nuevo bochorno donde participan con igual responsabilidad el gobierno, los legisladores oficialistas y los opositores.

Ya lo decía el gran Marcel de Corte,

El estado moderno será el encuadramiento, el grillete o el aparato de prótesis que, supliendo la carencia de vida social, permitirá a sus súbditos vivir (si así puede llamarse) en "democracia".

Por lo tanto ¿la democracia moderna es un régimen que no se puede cambiar? No es un régimen. Es una mistificación, una ilusión análoga --transplantada al plano colectivo-- a la que procura al individuo el uso de estupefacientes. Los hombres creen gobernarse a sí mismos. En realidad, favorecidos por esta creencia irracional, otros hombres los gobiernan y continuarán gobernándolos si les procuran su ración cotidiana de droga. Todas las modernas técnicas de información se utilizan para este fin. Es una constante, decía el Cardenal de Retz: "Los hombres quieren ser engañados." Prefieren el sueño a la realidad. Esto es corroborado, plenamente por los innumerables seres humanos que han muerto desde hace dos siglos o que están dispuestos a morir por la "democracia".

Aunque se ha demostrado que la "democracia" tiene solamente por esencia un círculo-cuadrado, están persuadidos de que existe o que existirá. La ficción democrática penetra e impregna a tal punto su mentalidad desarraigada de lo real por el individualismo y por el subjetivismo que, extirparla por la fuerza o por la luz radioactiva de la verdad, supondría matar al enfermo. Además, la experiencia de dos siglos prueba que todas las tentativas de destruir la "democracia" han contribuido a reforzarla, porque doblan o triplican la dosis de narcótico necesaria a ese fin. Todo el arte de los mistificadores demócratas consiste en ofrecer a los hombres exiliados de sus comunidades naturales, una sociedad imaginaria, y en persuadirlos de que el estado moderno es capaz de realizarla, siempre que les confieran --a esos generosos filántropos-- el poder de gobernar la máquina. Así, las más vulgares voluntades de poder pueden manejar al animal político que al estar ya lejos de las sociedades naturales, se han transformado en títere.





Antes era pan y circo.
Ahora paco libre y fútbol estatal.
¡26 años de democracia!

 

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