En alguna ocasión nos referimos ya al concepto moderno de nación y su perniciosa influencia en el mundo actual de la mano de unos textos de don Álvaro d’Ors (
aquí y
aquí). Gracias a un amigo, descubrimos un excelente caso para ilustrar al respecto, con un muy lindo video que dejo a continuación:
Ciertamente, el video nos ofrece algunos reparos, pues si el Trentino no es Italia, tampoco es Austria. Al menos, si entendemos por ellas, a las naciones-estado que llevan esos nombres. En todo caso, el Trentino es culturalmente italiano y es también austríaco.
La Tridentum histórica (Trento en italiano, Trient en alemán) fue durante unos cuantos cientos de años cabecera de toda la región alpina central, junto a su “hermana” Brixia (Bressanone/Brixen), controlando desde el sur de la Baviera actual en el norte, hasta parte del valle del Po en el Véneto actual en el sur, desde los límites del Patriarcado de Aquilea al este (sur de Austria actual y parte del Friuli), hasta gran parte de Suiza al oeste. Los llamados “príncipes-obispos”, tenían inmediata soberanía sobre todas estas regiones que los Emperadores les habían donado. Soberanía que, claro está, no era exclusiva ni excluyente, bien al estilo medieval.
En algún momento, el obispo tridentino recibía homenaje de duques, condes, marqueses, abades y otros obispos sucedáneos. Pero la posición estratégica en que se encuentra la ciudad, provocó que, aprovechando las querellas entre el Emperador y el Papa, los revoltosos nobles alpinos socavaran progresivamente la autoridad episcopal. Los conflictos locales pronto se extendieron a Baviera, los Balcanes, el Véneto, Lombardía, Suiza y, hasta, Bohemia y Moravia, las que fueron llamadas guerras góticas o guerras rústicas, desde fines del siglo XIII hasta fines del XV.
Como consecuencia de estos conflictos, si bien el obispo tridentino evitó quedar sometido a la Casa de Austria (ex stirpe Habsburgica), gran parte de sus territorios sí quedaron en posesión de ésta y de la República Véneta. Lo que, desde el siglo XIX, se conoce como Trentino es el territorio que quedó en gran parte bajo control episcopal directo hasta las guerras napoleónicas.
Es ahí cuando se produce la rebelión de Andrés Hofer, un posadero que lucha con bastante éxito, primero contra los bávaros aliados de Napoleón y luego contra el mismo Emperador de los Franceses, levantando la bandera de Dios, la Patria y las Viejas Leyes. Hofer, que parece ser era de lengua latina (dialecto ladin, muy parecido al romansch suizo), no luchó por Austria como nación, sino por las libertades de su patria (el Tirol, al norte y al sur de los Alpes, incluyendo el Trentino) y por el Sacro Emperador Romano, que, en ese momento, era también duque soberano de Austria (entre muchos otros títulos).
Es bien sabido que el famoso Congreso de Viena de 1815 consagró muchas de las innovaciones revolucionarias, entre ellas, el mito de la nación-estado. Como consecuencia de ello, todo el Tirol, incluyendo el Trentino, fue absorbido por el nuevo Imperio Austríaco.
Pero como todos los mitos revolucionarios, el de la nación-estado contiene el germen de su autodestrucción, y es así que se daba pie a que otra “nación-estado”, en ese momento en plena ebullición, Italia, reclamara para sí todos los territorios al sur de los Alpes. Y tras que la Confederación Itálica que preparaban los Papas quedara atrás del proyecto personal de los Reyes de Cerdeña, Trento (junto a Trieste) se convirtieron en el mito de “la Italia irredenta” a la que cantaba Battisti, entre otros ideólogos… Aún hoy, poblada está Italia de plazas y calles de nombre “Trento e Trieste”.
No ayudó, claro, a lograr la paz social, el proceso de germanización sobre el “Tirol Meridional” que, iniciado desde Viena a mediados del siglo XIX, fue tan revolucionario como el proyecto del “Reino de Italia” y violaba nuevamente las leyes viejas de los antiguos príncipes-obispos. El ladin fue perseguido y el italiano sólo se permitió en comunas donde los que lo hablaban como primera lengua fuesen más de un “x” porciento.
Como consecuencia de la Primera Guerra Mundial, el Imperio Austro-Húngaro debió ceder a la Italia de los Saboya el Trentino y el Triestino. De más está decir que, luego de la famosa marcha heroica del poeta y guerrero D’Annunzio y sus Arditi sobre el Fiume, la italianización de esos territorios fue mandato del régimen de Mussolini.
Nuevamente la vieja cultura tridentina fue vejada. Otra vez, el ladin sufrió, lo mismo ahora que el alemán – al menos, en este caso, hasta la conformación del Eje. Y se sembró la semilla para que, terminada la Segunda Guerra Mundial, surgiera un movimiento autonomista que cada día toma más fuerza, pero que tampoco es la solución de nada.
En el antiguo Principado Tridentino convivían viejas familias de origen romano con otras venidas del Véneto, de Alemania o de Europa Oriental, de lengua latina o germánica, o dialectos eslavos que se han perdido… Y no había cuestiones raciales: aún hoy, por ejemplo, en pleno siglo XXI, el ladin es hablado en las Siete Comunas címbricas (rubios descendientes de una importante migración germánica medieval).
La autonomía de la Región Trentino-Alto Adigio, con sus carteles bilingües, sus pistas de ski, su turismo cosmopolita, sus bajísimas tasas de natalidad, no es suficiente, no puede evitar lo arbitrario e injusto, además de estar edificando una pared divisoria entre “italianos” y “austríacos” totalmente artificial. Lejos quedaron los tiempos en que los Thun eran también los Tòn o Tono; los von Trapp, los Trappi; los d’Appiano, von Eppan... Lamentablemente, el daño ya fue hecho.
Estos problemas irresolubles son típicos de la Revolución. Y con el paso de los años van transformándose en complicadísimos nudos gordianos a la espera de Aquél que vendrá a cortarlos. ¡Maranathá!