lunes, 5 de septiembre de 2016

Una economía al revés

En Zúrich, un país cuyo salario mínimo es diez veces el argentino, acabo de comprobar que un par de zapatillas de marca en la avenida "más cara del mundo" (Bahnhofstrasse) cuesta un tercio que en Buenos Aires. En la Argentina el proteccionismo sólo ha perjudicado a la gente común, ha beneficiado al empresariado y ciertamente no a los trabajadores.
Pero, para hacer marchar la economía contra la corriente, es necesario disponer de un poder enorme que pueda desviar las conductas humanas en sentido opuesto a su espontaneidad. Apelar al Estado, poder de poderes, es inevitable. Pero, como la economía es una actividad cuyo carácter privado recae, en función de su fin, sobre su origen mismo, es infalible que una economía de productores se convierta en colectiva con todo el desprecio para el consumidor, comprobado esta vez, que la socialización trae aparejado. [...] La apelación de los productores al Estado, o, más exactamente a eso que así se denomina hoy, termina por poner a éste en manos de una mafia parasitaria que nutre su voluntad de poder en esta “economía” (así debemos llamarla por falta de un nombre adecuado) a la que rapiña. [...] Cuando los productores se erigen en el fin del sistema, será preciso concluir —por dura que sea la lección— que semejante economía, no sólo no merece ese nombre, sino que es totalmente amoral y asocial. Ya no es economía porque no responde a su finalidad natural: el consumidor, que es el hombre. 

Marcel de Corte, "Para un humanismo económico", Ethos nº 1 (1973).

 

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