Liberales y estatistas, de cualquier pelaje que sean, terminan siendo, más tarde o más temprano, concentracionistas.
Son el enemigo. El enemigo de la economía familiar, de la propiedad familiar, de la empresa familiar, del artesanado que pasa de generación en generación... de la familia.
En el pasado, mientras Bastiat se burlaba de los que buscaban que el Estado protegiera sus industrias, sus seguidores buscaban que el Estado destruyera cualquier forma de autosubsistencia con el fin de provocar la afluencia de mano de obra barata a los centros urbanos (leyes de vagancia, desconocimiento del derecho de posesión inmemorial, supresión de la propiedad comunal, leyes divisorias de la herencia, desamortizaciones, "limpieza" de tierras estatizadas y luego privatizadas...). Ahí están los petitorios, de a miles en todos los registros y archivos del mundo occidental.
Hoy son los impuestos que buscan destrozar al pequeño productor. Ya lo decía Guillermo Moreno, para el Estado es más fácil negociar con dos o tres empresas grandes que con miles de emprendedores anárquicos.
Al final del día, funcionarios (socialistoides) y empresarios (grandes) terminan socios.