Es casi una definición del gentleman decir que es alguien que nunca inflige dolor. Esta descripción es, al mismo tiempo, refinada y, hasta donde llega, precisa. Él se ocupa principalmente en remover simplemente los obstáculos que impiden la acción libre y desvergonzada de aquéllos sobre él; y sigue sus movimientos antes que él mismo tomar la iniciativa. Sus cuidados pueden considerarse como el paralelo de lo que se conoce como comodidades o mejoras en arreglos de naturaleza personal: como una silla cómoda o un buen fuego, que hacen su parte en disipar el frío y la fatiga, aunque la naturaleza provea los medios tanto de descanso como de calor animal sin ellos. El verdadero gentleman, de modo similar, cuidadosamente evita lo que pueda golpear o sacudir las mentes de aquéllos a quienes estima; – todo choque de opiniones o colisión de sentimientos, toda restricción, o suspicacia, o abatimiento, o resentimiento; siendo su mayor preocupación hacer sentir a cada uno cómodo y en casa. Tiene sus ojos puestos sobre su entera compañía; es tierno con el tímido, apacible con el distante y compasivo con el absurdo; puede recordar con quién habla; se guarda de alusiones intempestivas o de temas que puedan irritar; rara vez busca sobresalir en la conversación, y nunca es fastidioso. Desestima los favores que hace y parece recibir cuando confiere. Nunca habla de sí mismo excepto cuando es obligado, nunca se defiende con una simple réplica, no tiene oídos para la difamación o el chisme, es escrupuloso al imputar motivos a los que tratan con él, e interpreta todo para lo mejor. Nunca es malicioso o trivial en sus discusiones, nunca toma ventajas deshonestas, nunca confunde personalidades o dichos agudos con argumentos, ni insinúa maldades que no se atreve a pronunciar. Desde su prudencia visionaria, observa la máxima del antiguo sabio, que debemos comportarnos hacia nuestro enemigo como si algún día pudiese ser nuestro amigo. Tiene demasiada sensatez como para verse afrentado por los insultos, está demasiado ocupado para recordar las injurias y es demasiado indolente para tener malicia. Es paciente, dueño de sí y resignado, sobre la base de principios filosóficos; se somete al dolor, porque es inevitable, a la pérdida, porque es irreparable, y a la muerte, porque es su destino. Si se involucra en una controversia de cualquier tipo, su intelecto disciplinado lo preserva de meter la pata.
Una característica del vestuario del gentleman en tiempos del cardenal Newman fue su uso del sombrero “Bowler” o bombín. El pasado 11 de febrero fue el Día del Sombrero Bowler, vaya pues nuestro recordatorio a los gentlemen de todos los tiempos. [Fotografía gentileza de la interesante bitácora The Monarchist.]
NB: Dejamos sin traducir gentleman porque no se corresponde exactamente con “caballero” o con “gentilhombre”; menos aún en el contexto de este texto de Newman, donde no tiene nada de clasista o elitista pues dirige estas palabras a los irlandeses católicos, un pueblo colonizado al que muy recientemente se le había permitido en forma oficial practicar su religión. Adicionalmente, vale recordar que la educación del gentleman era para Newman el objetivo de una universidad católica, y no transformarla en un instrumento pastoral de evangelización.