jueves, 28 de octubre de 2010

Las Tres Leyes Naturales de la Arquitectura Eclesiástica Católica

DOMUS DEI ET PORTA CAELI

Michael S. Rose, New Oxford Review, Septiembre de 2009

Michael S. Rose es editor asociado de la revista New Oxford Review y autor de seis libros, incluyendo Ugly As Sin, del cual se ha sacado este fragmento.

Uno de los principios básicos generalmente aceptados por los arquitectos, al menos durante un milenio, es que el entorno edilicio tiene la capacidad de afectar profundamente a la persona —la forma en que actúa, la manera en que siente y el modo en que ella es—. Los arquitectos eclesiásticos del pasado y del presente entienden que la atmósfera que genera el templo afecta no sólo el culto, sino también la fe. En última instancia, lo que creemos afecta la forma en que vivimos nuestras vidas. Es difícil separar la teología y la eclesiología del entorno de culto, sea una iglesia tradicional o una iglesia moderna. Si un templo católico no refleja la teología y eclesiología católica, si la construcción debilita y desprecia las leyes naturales de la arquitectura eclesiástica, los fieles arriesgan acepar una fe distinta al catolicismo.

La arquitectura no es aséptica.

Por eso es que el Código de Derecho Canónico explícitamente define al edificio iglesia como “un edificio sagrado destinado al culto divino” (canon 1214). El Catecismo de la Iglesia Católica reitera el punto y va más allá al establecer que las “iglesias visibles no son simples lugares de reunión, sino que significan y manifiestan a la Iglesia que vive en ese lugar, morada de Dios con los hombres reconciliados y unidos en Cristo” (n. 1180).

Ésta es una tarea formidable, sabemos, y el arquitecto actual naturalmente se pregunta cómo un simple edificio puede lograr algo así. Afortunadamente, no se encuentra solo en un peligroso vacío, sino que tiene a su alcance más de mil quinientos años de oficio sobre el que reflexionar.

Cuando uno se asoma a la gran herencia arquitectónica de la Iglesia, descubre que desde las primeras basílicas cristianas de Roma hasta las iglesias neogóticas de comienzos del siglo XX en América, las leyes naturales de la arquitectura eclesiástica se siguen fielmente para diseñar iglesias católicas que logran su objeto, edificios que sirven a Dios y al hombre como estructuras trascendentales, que transmiten verdades eternas a la generaciones futuras.

Consideremos, por ejemplo, Notre Dame de París, la joya de la corona parisina, quizá la más famosa de las grandes catedrales cristianas. De esta obra maestra arquitectónica han hablado con devoción incontables crónicas, poemas, novelas y obras artísticas. Considerando que, si lo pensamos, no es la más alta, ni la más grande, ni siquiera la más bella de las catedrales, no se explica fácilmente en el plano natural la universal atracción que ejerce Notre Dame.

Existe algo más.

Más aún, la familiaridad que podemos adquirir a la distancia por medio de guías de viaje, libros de texto, artículos de revistas, películas e, incluso, historietas no se deduce fácilmente del sentido sobrecogedor de bondad, belleza y verdad que el peregrino siente durante su primera experiencia personal en esta iglesia. Sus arbotantes, sus vitrales, su gran rosetón con sus formas que asemejan pétalos de una flor, sus portales ricamente tallados, las alturas impresionantes de sus columnas que florecen hacia sus arcos, sus muchas reliquias y relicarios, sus altares y la presencia de Jesús en su gran tabernáculo, todo obra en conjunto para elevar la mente del peregrino hacia las cosas celestiales.

En esta catedral, la fe está encarnada, del mismo modo que el catolicismo es una fe encarnada —“la Palabra se hizo carne”—. El reino de Dios se nos manifiesta, siglo tras siglo, por medio de este edificio eclesiástico, piedra sobre piedra, escultura tras escultura tallada en la roca, construida y cavada con manos humanas —un evangelio en piedra traído a la vida—.

Notre Dame es fácilmente reconocida como una de las formas de arte más noble, arquitectura del más alto rango, un edificio plantado como un “lugar sagrado” —un lugar sagrado que es, primero antes que nada, una casa de Dios, un lugar para su habitación terrenal, formado a la manera de las cosas celestiales—.

¿Pero que lo hace así?

Primero, Notre Dame es maciza y durable, pensada para resistir la violencia del hombre y la brutalidad de la naturaleza. Sirvió como testigo silencioso de la tumultuosa historia de Francia en los últimos más de ochocientos años en el corazón de su gran capital. Se yergue como sobreviviente de distintas épocas, testimoniando la permanencia del Evangelio y la sociedad cristiana, a pesar de la secularización de casi todo lo que hay a su alrededor. El edificio ha trascendido tanto al tiempo como a la cultura —un logro nada fácil—. Es una estructura permanente.

Segundo, lo celestial y lo eterno es evocado a través de las impresionantes alturas de los espacios interiores de la catedral, hechos posibles mediante muchos elementos del sistema estructural gótico (los arcos ojivales, los arbotantes y contrafuertes y las bóvedas de crucería, por ejemplo). De este modo, es una estructura vertical.

Tercero, la gran catedral es “traída a la vida” como un evangelio en piedra mediante sus muchas obras de arte sacro, cuyas bellas representaciones artesanales, tanto figurativas como simbólicas, que señalan mucho más allá de ellas mismas, hacia verdades religiosas. En otras palabras, Notre Dame presenta una arquitectura iconográfica. El peregrino casi puede escuchar al patriarca Jacob, luego de su sueño con los ángeles ascendiendo y descendiendo del cielo, anunciar: “¡Cuán digno de todo respeto es este lugar! ¡Es nada menos que la Casa de Dios! ¡Ésta es la puerta del Cielo!” (Gn. 28:17).

Las tres leyes naturales de la arquitectura religiosa

Las iglesias de cada siglo —grandes o pequeñas, en grandes ciudades, pequeños pueblos o ámbitos rurales— lograron lo que Notre Dame logró a través de la adhesión fiel a estas leyes naturales.

Sí, los resultados se manifiestan en los estilos individuales, productos de un tiempo y lugar particular, cada uno de los cuales la Iglesia admitió felizmente como parte de su tesoro de arquitectura sagrada. Aún así, cada uno sirve como casa de Dios que mira al pasado, sirve al presente e informa el futuro.

¿Cómo logran esto?

En cada caso, estos templos exitosos establecen firmemente un lugar sagrado para ser usado en el culto del Dios trino, tanto en la devoción privada como en la liturgia pública, y hacen de la presencia de Cristo algo firmemente conocido a su alrededor.

En cada caso, se conformaron a las tres leyes naturales de verticalidad, permanencia e iconografía, como ejemplificamos con la catedral de Notre Dame. Estas leyes naturales son tal vez obvias para muchos, sin embargo, para quienes desean entender cómo deben —y cómo no deben— construirse iglesias católicas, son los puntos más obvios por donde comenzar, en principio porque estas cualidades producen la atmósfera apropiada para el culto de Dios.

Sin las cualidades de verticalidad, permanencia e iconografía, Notre Dame no sería reconocida como un lugar sagrado; no la conoceríamos hoy. Si no adhiriese a las leyes naturales de la arquitectura eclesiástica, Notre Dame no existiría hoy de ninguna forma significativa. Faltando la verticalidad, la catedral no nos inspiraría las cosas del otro mundo; no hubiese servido efectivamente como el alma de la París medieval ni de la metrópolis actual; ni hubiese efectivamente hecho a Cristo y a su Iglesia presentes y activos en la capital francesa. Sin la permanencia, el edificio hubiese sido destruido por los bárbaros y los revolucionarios de otros siglos. Sin la iconografía, Notre Dame nunca hubiese atraído peregrinos hacia este evangelio de piedra.

Por lo tanto, consideremos más de cerca cada una de estas leyes naturales, que son indispensables para que una arquitectura eclesiástica católica cumpla su objeto.

Una iglesia católica debe tener permanencia

El templo, que representa la presencia de Cristo en un lugar particular, es también necesariamente una estructura permanente —“Cristo Jesús permanece hoy como ayer y por la eternidad” (Heb. 13:8)— concebida en la teoría y en la práctica “cimentada sobre roca”. Entonces, también, es la Iglesia Católica la que perdura y permanece, trascendiendo el espacio y el tiempo.

El canonista medieval y obispo Guillermo Durando (1220-1296) nos recuerda que la Iglesia está construida con toda dureza “sobre el cimiento de los apóstoles y los profetas, siendo Jesucristo mismo la piedra angular. Su cimiento está sobre la montaña santa” (Rationale Divinorum Officiorum, §27). La permanencia de nuestras estructuras eclesiásticas refleja estas cualidades de la Iglesia universal. Y así como la verticalidad señala a lo celestial y eterno, del mismo modo lo hace el principio básico de permanencia. Es otro modo en que el arquitecto crea una atmósfera de trascendencia.

El arquitecto decimonónico Eugène Emmanuel Viollet-le-Duc escribió acerca de Notre Dame que “todo aquél que entiende sobre construcciones se sorprende cuando ve las innumerables precauciones a las que se echó mano en su construcción —cómo la prudencia del constructor práctico se combina con el atrevimiento del artista lleno de poder e imaginación inventiva—” (Dictionnaire raisonné de l’architecture française, 1854). Viollet-le-Duc se refiere a la permanencia de lo que ha venido en ser conocido como sistema estructural gótico, un ingenioso método de construcción que tiende tanto a la verticalidad —impresionantes alturas logradas gracias al genial sistema de arbotantes— y la permanencia.

Las iglesias góticas construidas en Europa durante los siglos medievales no pueden ser acusadas de ser estructuras baratas y fugaces destinadas a la corrupción. Las estructuras como Notre Dame fueron concebidas como templos sólidos y durables, recordatorios perpetuos de la presencia activa de Cristo en el mundo. Lo mismo puede decirse de la mayoría de las iglesias construidas en los estilos cristiano primitivo, románico, bizantino, renacentista, barroco y neoclásico.

Existen muchas formas en que una iglesia puede asentar su permanencia. Primero, la más obvia, es por su durabilidad. La iglesia, un edificio que servirá generación tras generación, trascendiendo el tiempo y la cultura, debe ser construida en materiales durables. En forma típica, se utiliza algún método de construcción en piedra, empleando los materiales más finos disponibles.

En relación con la durabilidad está lo macizo: la iglesia debe ser una maza significativa, construida con cimientos sólidos, paredes gruesas y que permita espacios interiores generosos. La característica de ser macizas es otro aspecto del lenguaje arquitectónico de las iglesias. Es integral tanto verticalmente (los volúmenes macizos crean hacia arriba verticalidad) e iconográficamente (una iglesia maciza la ayuda a transmitir un significado icónico).

Tercero está la continuidad. Desde hace dos mil años, aquellas iglesias cuyo diseño crece en forma orgánica se identifican con la vida de la Iglesia a través de estos dos milenios, y por su continuidad en la historia y la tradición de la arquitectura eclesiástica católica, manifiestan de otra forma su permanencia en la fe.

En otras palabras, para demostrar este aspecto de la permanencia enraizada en la continuidad, el lenguaje arquitectónico de las iglesias debe desarrollarse orgánicamente a través del tiempo, del mismo modo que el lenguaje de las iglesias renacentistas se permutó en el lenguaje barroco, o cuando las formas góticas emergieron del lenguaje románico. En ambos casos, el crecimiento del lenguaje fue orgánico. El estilo puede haber cambiado, como cuando el arco semicircular dio paso al arco ojival. Pero no hubo quiebre repentino con la tradición, menos aún hubo rechazo de las iglesias de los siglos anteriores (los arcos eran tanto parte del lenguaje del gótico como del románico). Los arquitectos construían con lo que sabían del pasado, refinando ciertos aspectos del lenguaje y desarrollando otros.

Los arquitectos de las generaciones futuras necesitan comprender el lenguaje de la arquitectura eclesiástica para construir edificios sagrados permanentes para sus propios tiempos y para los siglos futuros. Ningún arquitecto eclesiástico que quiera cumplir bien su objeto debe ignorar —o pretender ignorar— el patrimonio histórico de la Iglesia. La continuidad exige que, para cumplir con su objeto, el diseño de una iglesia no pueda surgir de los caprichos de un hombre o la moda del día. Una iglesia católica auténtica es una obra de arte que reconoce la grandeza previa del patrimonio arquitectónico de la Iglesia: se refiere al pasado, sirve al presente e informa el futuro.

Una iglesia católica debe tener verticalidad

A diferencia de la mayoría de los edificios profanos, la iglesia para cumplir con su objeto debe estar construida de modo que el elemento vertical domine por sobre el horizontal. La altura inmensa de sus espacios nos habla de elevarnos hacia el Cielo, de la trascendencia —de traer la Jerusalén celeste hacia nosotros por medio del templo—. No es coincidencia que el texto litúrgico para la dedicación de una iglesia haya sido tomado de la visión de Juan de la Jerusalén celeste: “Y vi a la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia que se adorna para recibir a su esposo. Y oí una voz que clamaba desde el trono: «Esta es la morada de Dios con los hombres…” (Ap 21:2-3).

De acuerdo con las palabras de Juan, los espacios interiores de una iglesia deben caracterizarse por el sentido dramático de la altura —en una palabra, verticalidad—. Es un hecho de la experiencia humana que la verticalidad, la acumulación de volúmenes hacia arriba, mejor que nada genera una atmósfera de trascendencia y, al mismo tiempo, permite al hombre crear un edificio que expresa el sentido de lo espiritual y lo celestial. Es esta trascendencia que hace posible la arquitectura sagrada.

Los elementos arquitectónicos del edificio —tales como las ventanas, las columnas, los muros y el arte sagrado— deben reforzar su aspiración celestial. Del mismo modo y más aún, la articulación del cielorraso debe generar el sentido de acercarse a la Jerusalén celestial a través del uso de mosaicos, murales y artesonado, así como incorporando un juego misterioso de la luz natural en la nave de la iglesia.

Consideremos también que los primeros cristianos, antes de la era constantiniana, solemnizaban el Santo Sacrificio de la Misa en lugares ordinarios —probablemente en hogares y algunas veces en las catacumbas— que no tenían formas de enfatizar la verticalidad. Por eso, una vez que Constantino legalizó el culto público cristiano, los cristianos rápidamente adoptaron la forma de la basílica, en donde los espacios eran enfáticamente verticales y conspicuos. No sólo los amplios espacios de estas estructuras permitían simbolizar el elevarse hacia Dios y hacia las cosas celestiales, sino que también representaba la nobleza real, puesto que la basílica era la “casa del rey” en Roma, adaptada correctamente como la Casa del Rey de Reyes.

Es difícil visualizar el tipo de espacios que se crearían si los cielorrasos en iglesias tan grandes como Notre Dame, la basílica de San Pedro o la Hagia Sophia de Constantinopla fuesen bajados a, digamos, 10 pies —o, incluso, a 30 pies—. A pesar de la iconografía y permanencia ejemplar de estas estructuras, quedaría drásticamente cortos —literalmente— como lugares sagrados, como casas de Dios, si las proporciones de sus edificios fuesen reducidos para reflejar un énfasis en lo horizontal más que en lo vertical.

Esta necesidad de enfatizar el alzarse hacia los cielos fue principalmente lo que inspiró a los constructores góticos para desarrollar un sistema estructural que permitiese espacios mucho más amplios. El arquitecto gótico sabía que sin la verticalidad enfatizada, la iglesia es esterilizada, su razón de ser subvertida.

Una iglesia católica debe ser iconografía

El tercer principio requerido es el de la iconografía, que se refiere específicamente al valor como “signo” del edificio.

Primero, la estructura misma debe ser un ícono. Esto se logra principalmente a través de su forma y su relación con el entorno que la rodea, sea urbano o rural. Por ejemplo, el templo no debe quedar oculto sino integrado en el vecindario y el paisaje de modo que su ubicación nos recuerde la importancia y propósito del edificio.

Segundo, el templo digno presenta una iconografía que señala más allá de él mismo. Tomás de Aquino se dio cuenta que la mente del hombre se eleva a la contemplación a través de los objetos materiales. San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales (1548), del mismo modo subrayaba la importancia de visualizar el objeto de la meditación: la pintura, la escultura y la arquitectura deben trabajar juntas para producir un efecto unificado.

De este modo, es aquí donde estas obras de arte entran al juego, donde estos objetos materiales tienen efectividad para este fin, al apoyarse sobre el campo del simbolismo religioso. La belleza arquitectónica debe reflejar la creación de Dios —particularmente el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios—. Debe generar un entorno que eleve el alma del hombre desde las cosas seculares hacia la armonía de las celestiales.

El arquitecto Ralph Adams Cram escribió hace más de cien años en su libro Church Building, “el arte ha sido, es y será siempre, la más grande agencia para la impresión espiritual que la Iglesia puede tener”. Es por esta razón, agrega, que el arte es en su manifestación más elevada la expresión de verdades religiosas. Es a través del arte que los cristianos han desarrollado el simbolismo ingenioso que eleva nuestras facultades espirituales hacia Dios.

La tradición iconográfica y simbólica de la cultura católica es amplia y rica. El significado viene dado por cuatro elementos formales, desde las formas geométricas básicas hasta la imaginería figurativa, hasta la representación literal de personas y escenas, como en la escultura o la pintura. Los significados logrados a través de los programas iconográficos de una iglesia son típicamente los de las verdades religiosas o los eventos históricos de significancia religiosa. Son siempre expresiones de la fe católica.

Por ejemplo, los maestros de la contrarreforma católica—inspirados en clérigos como San Ignacio y San Carlos Borromeo—expresaron la fe católica en el mismo nacimiento de su arte mediante altares mayores y sagrarios elaborados, nichos especiales y oratorios laterales dedicados a la Virgen María y a los santos, púlpitos prominentes para la predicación, y la abundancia de arte en los vidrios, esculturas, mosaicos y pinturas, pensadas para enseñar las verdades necesarias para la salvación. La atmósfera generada sobre este modelo es una de misterio religioso donde podemos experimentar un poco del gozo celestial de la Nueva Jerusalén, donde podemos encontrarnos con Cristo de una forma única.

Estas iglesias iconográficas, estos íconos, cuentan la historia de Cristo y su Iglesia. Enseñan, catequizan e ilustran las vidas de las almas santas de la Iglesia. Manifiestan verdades eternas y trascendentes.

Si miramos a Notre Dame una vez más, fácilmente comprendemos cómo un peregrino puede pasar días —incluso, semanas— meditando los misterios que están “encarnados” en la arquitectura de los programas esculturales de la catedral. Un estudioso de la Iglesia puede pasar meses y años reflejando la ingenuidad y la belleza de las verdades católicas reveladas en el arte y la arquitectura de este evangelio de piedra. Los seglares ordinarios también se ven atraídos a la iglesia, a la casa de Dios, atraídos por la iconografía de este edificio medieval, que aún nos habla con claridad hoy en día, más que hace ochocientos años cuando fue construida.

Esto sólo es posible porque la arquitectura tiene la capacidad de dar sentido. Un templo es un “portador de sentido” con la más grande de las responsabilidades simbólicas: debe portar el significado de las verdades eternas que se transmiten a través de su forma material, sus adornos arquitectónicos y sus obras de arte sacro. Estos elementos —de hecho todo el edificio eclesiástico— debe generar un sentimiento de otro mundo que inspira al hombre a adorar a Dios, a humillarse frente a su Creador, a tomar parte de los misterios sagrados y enfocarse en lo eterno. La iconografía es otra forma —tal vez, la forma más directa y eficaz— de lograr una arquitectura trascendente.

Estas tres leyes naturales de la arquitectura eclesiástica—verticalidad, permanencia e iconografía—trascienden las distintas épocas del cristianismo; son cualidades presentes en todas las grandes iglesias verdaderas de la Cristiandad. Son el fundamento, como si dijéramos, sobre el que los buenos arquitectos construyen iglesias que logran convertirse en su propio tiempo y para todas las generaciones en puertas del Cielo y en casas dignas de Dios.

Notre Dame de París
[Fuente: http://www.flickr.com/photos/brooklyn_museum]

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viernes, 22 de octubre de 2010

INFALIBILIDAD NO ES «PAPOLATRÍA»


Por Brunero Gherardini*

A este respecto, parece muy apropiado considerar cuidadosamente las palabras del dogma: «El Romano Pontífice, cuando habla “ex cathedra”, esto es, cuando en el ejercicio de su oficio de pastor y maestro de todos los cristianos, en virtud de su suprema autoridad apostólica, define una doctrina de fe o costumbres como que debe ser sostenida por toda la Iglesia, posee, por la asistencia divina que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, aquella infalibilidad de la que el divino Redentor quiso que gozara su Iglesia en la definición de la doctrina de fe y costumbres. Por esto, dichas definiciones del Romano Pontífice son en sí mismas, y no por el consentimiento de la Iglesia, irreformables.»

Palabras sopesadas con extremo rigor. No sólo no divinizan a un ser humano, sino que, en el acto mismo de reconocerle un carisma que ningún otro hombre posee, ponen límites claros y condiciones estrictas en el ejercicio del mismo. El Papa, en efecto, «no por el hecho de ser papa» (simpliciter papatus ex auctoritate), es absolutamente infalible.»

Tal vez haya llegado el momento de decir con sinceridad y firmeza lo que reiteradamente se declaró en el pasado, reciente y lejano, acerca de la necesidad de liberar al papado de esa especie de «papolatría», que no contribuye a honrar al Papa y a la Iglesia. No todas las declaraciones papales son infalibles, no todas pertenecen al mismo nivel dogmático. La mayor parte de los discursos y documentos papales, aun cuando tocan el campo doctrinal, contienen enseñanzas comunes, orientaciones pastorales, exhortaciones y consejos, que en la forma y el contenido están muy lejos de la definición dogmática. Esta no existe sino cuando se presentan las condiciones establecidas por el Vaticano I.

— Es necesario que el Papa hable «ex cathedra»: la expresión toma su significado de la función ejemplar y moderadora que, desde el principio, hizo del Obispo de Roma el maestro de la Iglesia universal y de la misma Roma el «locus magisterii». En uso desde el siglo II como símbolo de la función magisterial del obispo, la cátedra devino, luego, en el símbolo de la función magisterial del Papa.

Hablar «ex cathedra» significa, por tanto, hablar con la autoridad y la responsabilidad de la persona que goza de la jurisdicción suprema, ordinaria, inmediata y plena sobre toda la Iglesia, y cada uno de sus fieles, pastores incluidos, en materia de fe y costumbres, pero no sin reflejos e incluso efectos disciplinarios.

— «Omnium Christianorum pastoris et doctoris munere fungens»: la frase hace explícito el contenido de «ex cathedra». Fuentes bíblicas neo-testamentarias y documentos de la Tradición confluyen en la definición del Vaticano I para afirmar que la infalibilidad del magisterio papal sólo surge cuando el Papa enseña la Revelación divina y hace obligatorias sus enseñanzas para todos.

— «Pro suprema sua Apostolica auctoritate »: es la razón formal de su magisterio infalible y universal. Tal razón es debida a la sucesión apostólica del Papa a Pedro, que entonces fue el primero, pero no el único, obispo de Roma, y Papa, en cuanto obispo de Roma. A todo sucesor suyo en la «cátedra romana» compete, así que, todo cuanto Cristo había dado a Pedro, «ratione office, non personae». Es por ello menos correcto decir «infalibilidad personal del Papa» en vez de «infalibilidad papal». Empero, si se quiere insistir, como hace alguno, en la «infalibilidad personal», se debe distinguir siempre, en el Papa, la «persona pública» de la «privada», recordando que la «persona pública» viene determinada por su oficio.

— «Doctrinam de fide vel moribus»: debe tratarse de una verdad que se ha de creer y cualificadas de la existencia cristiana, directamente contenidas, o no, en la Revelación divina. Un objeto diverso de la enseñanza papal no puede pretender estar cubierto por el carisma de la infalibilidad, el cual se extiende tanto como la Revelación misma.

— «Per assistentiam, divinam»: no cualquier intervención del Papa, no una simple advertencia, no una enseñanza cualquiera, poseen están asegurados por la asistencia del «Espíritu de la verdad» (Jn.14, 17; 15, 26), sino solamente aquel que, en armonía con las verdades reveladas, manifiesta el cristiano debe, en cuanto tal, creer y poner en práctica. Sólo con el pleno y absoluto respeto de las mencionadas condiciones, el Papa recibe la garantía de la infalibilidad; puede, por tanto, recurrirse a ella cuando se intenta obligar al cristiano en el ámbito de la fe y de la moral. Y también cabe agregar, de toda la intervención papal y las palabras que lo expresan, debe resultar junto al respeto de las condiciones indicadas, la voluntad de definir una verdad como directa o indirectamente revelada, o bien de definir una cuestión «de fide vel moribus», con la que toda la Iglesia deberá luego uniformar su propia enseñanza.

* Tomado de: Chiesa Viva, Octubre (2003), p. 6 y ss. Traducción de un amigo que prefiere permanecer anónimo.





Gregorio VII (Iluminación)

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jueves, 21 de octubre de 2010

El cielo pertenece a los halcones

Hace más de un año dimos en esta bitácora la noticia de un documental sobre la guerra aérea en Malvinas. Si no nos equivocamos, fue la única vez que tocamos el tema, no por disgusto o desinterés sino porque ya existen numerosos recursos en internet y de una calidad sublime. Y, sin embargo, ésa se convirtió en la entrada más popular de la bitácora Desde la Roca del Grifo. Pues, entonces, haciendo un poco de demagogia, los invitamos a ver estos lindos dibujos animados que son la publicidad de una revista de historietas sobre la Guerra de Malvinas aparecido recientemente en Francia, Malouines, de Editions Paquet.


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viernes, 15 de octubre de 2010

Nuevo sitio e interesante tema

Fragmento de Aidan Nichols, O. P., Redeeming Beauty: Soundings in Sacral Aesthetics (Aldershot, Hampshire: Ashgate Publishing Ltd., 2007).
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martes, 12 de octubre de 2010

¿Precursor del CVII?

Es el objetivo del mundo y el objetivo de Satanás sacar nuestras mentes de la indeleble distinción de las cosas, y fijar nuestros pensamientos en el hombre, hacernos esclavos del hombre, hacernos dependientes de sus opiniones, su patronazgo, sus honores, sus sonrisas y sus condenas.

Beato Juan Enrique Newman, cardenal
Sermones Parroquiales


Ex umbris et imaginibus in veritatem.
[Fuente: Daily Telegraph]

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viernes, 8 de octubre de 2010

Neo-Conservaduros


Vaticano (de Agencias).- Cumbre mundial de movimientos movimientistas católicos en la Plaza de San Pedro, al son de “Color esperanza” de Diego Torres, con motivo de la próxima beatificación de Joseluís Farisé de Noguera.

Ha quedado aprobado el milagro necesario para la beatificación: la curación milagrosa de una gravísima enfermedad (calvicie crónica) del profesor Monolo Cerro Reyna. El profesor Cerro Reyna rezó a una estampita de Farisé, junto con San Lamuerte y el Gauchito Gil, y comenzó a aparecer una pelusita en su testa.

El Conde de Naranjales, título pontificio rehabilitado, fue un gran fundador movimientista y precursor del Concilio Vaticano II, sosteniendo el lugar de los laicos en la Iglesia: ser miembros de su Obra… y dejarle un lugarcito en los testamentos.

Estuvo presente el Cardenal Culoglio, invitado por el Movimiento FUNDIR, prometedor movimiento movimientista argentino (que promete algún día llegar a más de 5 consagrados), famosos por haber fundido la Episcopal Universidad Cristiana Argentina, librándola de integristas y fascistas, y llenándola de profesores ateos, judíos, protestantes y musulmanes, amigos de la Humanidad. También invitaron a Monseñor Kara, ex rector de la EUCA, pero se encontraba de viaje en un crucero por el Mediterráneo.

Asistió también el Cardenal Schweinborn, austríaco, famoso defensor de la autoridad episcopal, frente a los avances del Santo Padre que, pobrecito, fue mal informado y quiso nombrar obispo a un tal Strauss, sin saber que sostenía opiniones intolerantes como estar en contra del aborto. Ahora, dicho Cardenal, con el apoyo de la Conferencia Parlamentaria Episcopal y el apoyo de numerosos laicos movimientistas, ha dicho al Papa que ellos van a nombrar a los obispos para, así, evitarle el bochorno. ¡Qué demostración de caridad!

Según algunos medios contrarios a la Iglesia, hubo un pequeño tumulto cuando un anciano devoto del neo-beato Joseluís gritó “¡Viva el generalísimo!” y agitaba una bandera española pre-constitucional. Fue expulsado a las patadas y le recordaron que, según la nueva versión oficial de la Obra, el Conde de Naranjales fue perseguido en tiempos de la tiranía y que, ahora, la Obra se ha empeñado en iniciar procesos de canonización de mártires de la democracia y de santos fundadores del Mercado Europeo.

También asistieron representantes del movimiento sanmiguelino argentino IVA, cuyo Padre Fundador había prometido convertir a toda China junto a la beata Madre Catalina de Bombay. Explicó uno de sus voceros que, en realidad, fue malinterpretado el mensaje del Arcángel Luzbel al querido padre fundador del IVA; lo que el arcángel dijo fue que cuando el IVA crezca lo suficiente (para lo cual se necesitan muchas más donaciones), convertirá toda China con la ayuda de una estampita de la beata Catalina de Bombay.

Muy celebradas fueron las palabras de Juan Vizcaíno Montans, ex vocero del Papa Magno, quien aseguró que es doctrina del Magisterio Super-ordinario de una ordinariez absoluta que “cuantos más santos mejor” y por eso “se sacaba cuanta foto pudiera con los padres fundadores de todos los movimientos movimientistas que son la savia de la primavera de la Iglesia que ya vemos”. Se escucharon vivas y "¡Santo súbito!"... Pidió luego al Santo Padre, quien no pudo asistir por encontrarse indispuesto, que vuelvan las Jornadas de la Juventud con música de rock y tecno, bailes y comilonas. Lo que fue aplaudido por jóvenes que portaban una estampita con una hoja de cannabis, muestra de la apertura tolerante de los Movimientos primavelares.

Cerrando el acto, con pelotas y globos naranjas que decían “Viva la vida (loca)”, al ritmo del ecuménico himno “Kumbaya”, se recordó a la fundadora del Movimiento de los Lamparales, doña Chiaraoscura.


Pinchar para agrandar (Fuente: Agencia HACHEDEPE).




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jueves, 7 de octubre de 2010

De pluma ajena: Consejos de Maquiavelo al apologista de un grupo católico

Anónimo

Se dice con acierto, creo yo, que la apologética no debe ser masoquista. Pero tampoco debe ser angelista. Ni leyendas negras, ni leyendas rosas: las cosas como son, porque es la verdad la que nos hace libres.

Los consejos de Maquiavelo NO aluden a ninguna institución eclesial concreta. Describen lo que puede ser ocasión de pecado para el apologista católico.

Consejos de Maquiavelo al apologista de un grupo católico*.

1. Si alguien denuncia hechos negativos sobre tu grupo, aplicarás siempre el primer principio de mi apologética: la imagen corporativa es más importante que la realidad.

2. Negarás siempre los hechos. Si el denunciante tiene dificultad para probarlos, ganarás en tiempo y tranquilidad. Si no tiene pruebas, tu problema se disolverá.

3. Estigmatizarás a las víctimas para desacreditarlas: resentidos, rebotados, enfermos mentales, anticatólicos, viciosos, etc. No hay persona que no tenga alguna debilidad ascética o psicológica que no pueda explotarse para restarle credibilidad.

4. Ante una denuncia formal, harás todo lo posible para impedir o demorar la intervención de la autoridad eclesiástica. Si la autoridad actúa, buscarás que todo se haga con el mayor secreto posible.

5. Llamarás colaboracionismo con el enemigo a cualquier divulgación de los hechos negativos a la prensa no confesional. Así encubrirás la posible inacción o lentitud de las autoridades eclesiásticas y te ganarás su simpatía.

6. Nunca dejarás de señalar campañas de difamación (anticatólicas, masónicas, izquierdistas, progresistas). La denuncia permanente de esas campañas —reales o ficticias, poco interesa— te será útil como mecanismo de cobertura.

7. Buscarás victimizarte en toda circunstancia. Dirás que perdonas las calumnias, rezas por quienes te acusan, aceptas la cruz... Además, recordarás que hubo santos que sufrieron calumnias. De este modo mejorará tu imagen entre los católicos no muy informados, que se compadecen del que sufre y pueden creer que la persecución es signo de santidad.

8. Reclutarás simpatizantes entre los católicos sencillos, para que defiendan incondicionalmente a tu grupo. Debido a su rusticidad, creerán que prestan un servicio a la Iglesia.

9. Aplicarás a los hechos denunciados el mayor escepticismo posible. Si tienes que reconocer algo, lo harás siempre con muchas reservas.

10. Resistirás con todas tus energías cualquier intento de llegar a conclusiones más o menos generales. Primero, pedirás que no se lleve la generalización al máximo, aunque los denunciantes no pretendan tal cosa. Segundo, negarás cualquier posible relación de los hechos denunciados entre sí o con otros hechos. Tercero, los casos individuales, no importa su número, nunca serán representativos. Cuarto, los testimonios, simples o privilegiados, jamás serán indicios suficientes.

11. Si hay escritos que revelan normas, costumbres o conductas de índole general, te negarás a relacionarlos con los hechos denunciados. Siempre te será útil decir que las normas pueden incumplirse, que se admiten muchas excepciones a las reglas y que los tiempos cambian.

12. Si no tienes más remedio que reconocer hechos negativos, los banalizarás y minimizarás. Primero, usarás de las estadísticas de otros, para enfatizar, por contraste, la bondad de tu grupo. Segundo, darás insuficiente difusión a tus propias estadísticas, para que nadie pueda indagar en profundidad, y contrastar datos. Tercero, buscarás excusas en la Historia de la Iglesia, aprovechándote de la falsedad de las leyendas negras del pasado. Cuarto, difundirás hasta la saturación una leyenda rosa sobre el presente de tu grupo, para compensar posibles pérdidas en la imagen institucional.

13. Aprovecharás la polisemia del término “carisma” para usar a la Iglesia como escudo protector. Si apelar a la infalibilidad resulta muy burdo, mencionarás la asistencia del Espíritu Santo para sobrevalorar cualquier decisión de la autoridad eclesiástica sobre el grupo al que perteneces.

14. Siempre recordarás que tu grupo se compone de una mayoría buena, que irradia el bien a muchos más, para desviar la atención sobre los hechos negativos, y diluir así cualquier responsabilidad.

15. Eludirás las exigencias morales de la justicia y buscarás todas las excusas posibles para no reparar daños. Primero, dirás que nunca has obrado con malicia, como si fuera el único modo de actuar injusto hacia tu prójimo. Segundo, si tienes que reconocer un obrar negligente, te convendrá pedir disculpas en privado, y nunca por escrito, para no dejar pruebas. Tercero, usarás todos los instrumentos legales disponibles para llegar a la insolvencia o limitar al máximo la responsabilidad patrimonial de tu grupo.

16. Buscarás que los damnificados perdonen, olviden, guarden silencio y no te reclamen reparación.

17. No tratarás personalmente con denunciantes o damnificados.

18. Si no tienes otra opción que recibir a denunciantes o damnificados, los escucharás sin contestar directamente a nada de lo que te digan. Responderás con lugares comunes, evasivas y eufemismos. Para que no te acusen de mentiroso, usarás sistemáticamente de la restricción mental. Cuidarás los gestos, emplearás voz dulce y harás consideraciones piadosas (el “omnia in bonum” y la apelación a la “misericordia”, no pueden faltar).

19. Si representas jerárquicamente a tu grupo, jamás rectificarás en público, ni pedirás perdón a las personas damnificadas. Esas muestras de debilidad, perjudican tu imagen institucional.

* N.B. El autor se reconoce deudor (plagiario) de Ludovicus.







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