Desde que leí Nazareth or Social Chaos, hace ya una década, la figura e ideas de este dominico irlandés londinense, amigo de Chesterton y Belloc, me impresionó mucho. Desde ese entonces he leído bastante de lo que él escribió y de lo que sobre él se dijo. A pesar de diferencias evidentes, su vida no deja de presentar ciertos asombrosos paralelismos con Castellani (por ejemplo, "A veces era muy difícil convivir con él"). Claro que, Castellani no fue dominico, ni sus superiores eran ingleses... para desgracia del argentino. Los dejo con una linda semblanza que acabo de encontrar en la bitácora de los estudiantes dominicos ingleses Godzdogz.
La primera vez que escuché el nombre de Vincent McNabb fue durante mi primera reunión con el director de vocaciones dominicanas del convento de Londres. Sobre la pared había una pintura de un fraile dominico, un anciano frágil con grandes botines negros y un hábito raído, una imagen de alguien que exudaba santidad. Éste era Vincent McNabb. Me contaron varias anécdotas acerca de él – que solía dormir en el suelo, que tenía un único hábito, tejido artesanalmente con lana de una oveja criada en una granja cercana. Tenía una gran desconfianza de la tecnología moderna prefiriendo lavar su hábito en la bañera con jabón carbólico en vez de confiarlo a un lavarropas. Con frecuencia se ponía el hábito sin esperar que secara, de modo que dejaba un hilo de agua tras él mientras se paseaba por el convento.
Durante sus últimos veinte años de vida se convirtió en una figura muy conocida en las calles de Londres – sus hermanos en broma lo llamaban el Mahatma Gandhi de Kentish Town. La mayoría de los domingos caminaba cinco millas desde el convento hasta la Esquina de los Discursos en el Hyde Park convocando enormes multitudes. Con frecuencia tenía que vérselas con interrupciones persistentes. E. A. Siderman, un no católico, era una espina frecuente en el pie del Padre Vincent mientras predicaba, sin embargo, luego de su muerte en 1943, Siderman escribió un muy afectuoso recordatorio, “El Padre Vincent en Marble Arch”. Escribió que los católicos de la muchedumbre solían encenderse cuando su fe era atacada por uno de los que interrumpían, sin embargo, el Padre Vincent siempre retaba a cualquiera que interfiriese con una pregunta. “Dejenlo tranquilo”, decía. “Los que hacen preguntas son nuestros invitados, y les damos la bienvenida y queremos escuchar sus preguntas. Muchos de ustedes, católicos, aprenden más de su religión de estas preguntas y respuestas que de lo que escucharon en la escuela o la iglesia, y algunos católicos sólo recuerdan su fe cuando escuchan que está bajo ataque. He escuchado a algunos católicos declamar de que morirían por la fe, pero me gustaría más si viviesen la fe.” Y luego se volvía al cuestionador: “Lo siento. Por favor, haz nuevamente la pregunta.”
Vincent McNabb fue casi una leyenda en su tiempo. Existe una historia, que podría ser apócrifa, de una mujer que supuestamente se había vuelto muy impaciente mientras él respondía una pregunta sobre el celibato del clero. Ella gritó: “Si usted fuese mi esposo, le daría veneno.” Y el Padre parece haberle respondido: “Si usted fuese mi esposa, lo hubiese tomado.”
Vincent McNabb tenía una mente filosa y lo sabía, pero no carecía de faltas. Con su gran intelecto algunas veces estaba en peligro moral de cometer el pecado del orgullo. Ocasionalmente tenía estallidos de obstinación invencible y luego mostraría gestos extravagantes de remordimiento. A veces era muy difícil convivir con él. Tales rastros de su personalidad habrían asombrado a quienes lo creían un santo ya hecho. Tenía su buena cuota de faltas y fracasos, y como cualquier otro tenía aún necesidad del poder salvador de Cristo. Aún así, la vida dominicana realmente le ofrecía un ambiente donde poder crecer en santidad. Sabía que la vocación dominicana no era tan sólo salvar las almas de otra gente, sino también salvar su propia alma. A medida que envejecía, se hizo más consciente de sus fallas, y esto lo condujo a un mucho mayor nivel de madurez espiritual. Uno de sus superiores en Londres escribió de él:
“Nadie me dio menos trabajo como superior que el Padre Vincent. Siempre estaba ocupado, pero uno nunca debía convencerlo de hacer o no hacer algo. Sólo había que decírselo, y uno siempre sabía que haría lo que se le había dicho cualquiera fuese el esfuerzo para él. No había nada mediocre en él, y siempre podía decirle y le decía lo que quería que hiciese, sin sentirse él nunca ofendido. A veces sentía que era como intentar llevar un león con un hilo. Pero el hilo nunca se rompió.”
El Padre Vincent fue un ejemplo de cómo el amor de Cristo puede triunfar sobre las fuerzas ingobernables del alma de modo que la gloria de Cristo pueda brillar a través de ellas, y para mí, fue un sacerdote que encontré ampliamente inspirador cuando estaba considerando si unirme a los dominicos.
por Robert Verrill OP