Se recuerda hoy cuando, en 1951, el rey Leopoldo III de Bélgica fue injustamente forzado a abdicar por la acción combinada de los revolucionarios valones (que lo acusaban de parcialidad flamenca), de la izquierda (que lo tildaba de colaboracionista con los nazis durante la ocupación), de los independentistas congoleños (quienes, luego de la independencia, someterían a su gente a una terrible carnicería étnica) y del sinvergüenza de su hijo Balduino (discípulo de otro sinvergüenza, el Cardenal Suenens, y que algunos consideran "santo" por haber renunciado simbólicamente por unos días para no firmar la ley de legalización del aborto).