lunes, 17 de mayo de 2010

¿Los “neocons” sueltan la mano a Sodano?


A fines de los ’70, un grupo de ex trotskyistas, varios de ellos judíos ateos, se dieron cuenta que las reducciones de los gastos de defensa que favorecían en general los demócratas significaban el deterioro de la capacidad militar de los Estados Unidos para defender al Estado de Israel. Además, este grupo de republicanos “conversos” consideraba que el capitalismo funcionaba mejor que el socialismo que habían abrazado en su juventud y abogaban por el “conservadorismo fiscal”. Sin embargo, respecto a la revolución cultural de los ’60, se mantenían en la misma línea, rechazando a los viejos conservadores y a la “derecha religiosa” (protestante). Por ello, fueron conocidos como “nuevos conservadores” o, abreviando, “neocons”. De entre ellos, resaltarían Norman Podhoretz, David Horowitz, Irving Kristol y Michael Novak. Algunos de sus discípulos, especialmente en temas de relaciones exteriores, tendrían un papel preponderante durante el gobierno de George W. Bush (hijo).

Este último es importante para nuestro caso. Con un bachillerato en Teología de la Gregoriana y una maestría en Filosofía de las Religiones de Harvard, Novak fue corresponsal en Roma durante el Concilio Vaticano II, convirtiéndose en una especie de periodista católico estrella para los sectores más progresistas de la Iglesia estadounidense. A su regreso, fue contratado por Stanford (en ese tiempo aún controlada por la iglesia presbiterana) y se hizo famoso allí por su libro Teología de la Política Radical, fruto de sus conferencias sobre ecumenismo, liberación sexual, pacifismo, etc. Pero a fines de los ’60, regresa a la Costa Este y comienza su camino “a la derecha”, especialmente en materia económica, lo que culminaría en 1978 con su ingreso al Instituto Empresarial de los Estados Unidos (grupo de presión neo liberal). En los ’80 cristalizaría su postura de católico neo liberal, influyendo en personajes como, para el caso argentino, Mariano Grondona que lo tradujo y editó en nuestro medio.

En septiembre de 1990, con bombos y platillos, se comunicaba la conversión al catolicismo de Richard John Neuhaus. Neuhaus había sido un pastor luterano que había ganado notoriedad como defensor de los “derechos civiles” en los ’60 y su oposición a la Guerra de Vietnam. Pero, en 1973 tras el famoso caso Roe versus Wade que habilitó el aborto libre en los Estados Unidos, se apartó de los grupos de izquierda que había frecuentado y comenzó a acercarse a los “neocons”. Fundó en 1984 el Centro por la Religión y la Sociedad como parte del Instituto Rockford y, tras ser expulsado por causas nunca aclaradas, creó su propio Instituto sobre Religión y Vida Pública que, hasta la fecha, edita la revista First Things. Mientras tanto, enojado con el relativismo que iba apoderándose del luteranismo, comenzó a acercarse a la Iglesia Católica de la mano de Novak. Curiosamente, el cardenal O’Connor, arzobispo de Nueva York, lo ordenó sacerdote sólo un año después de converso y dio su bendición a los “neocons” católicos liderados por Neuhaus. Según la revista Time en 2005, el P. Neuhaus era la mayor influencia del entonces presidente Bush en temas relacionados con el aborto, la investigación con células madres, la clonación y el matrimonio. Neuhaus falleció en enero de 2009 a los 72 años.

Caído el Muro de Berlín, los “neocons” católicos vieron su oportunidad para influir en la Iglesia. En cierta forma, los ’90 fueron su década. Hábilmente, mediante la multiplicación de conferencias y libros por todo el mundo, se convirtieron en los exégetas “oficiales” de la encíclica Centesimus Annus de Juan Pablo II de 1991. Además de Novak y el P. Neuhaus, el otro pilar del movimiento es George Weigel. Weigel, que durante el gobierno de Reagan se vio involucrado en el affaire Irán-Contras, fundó el Centro de Ética y Políticas Públicas de Washington, en la capital norteamericana. Convertido en el “biógrafo oficial” del papa Juan Pablo II y con vinculaciones innegables con la Secretaría de Estado vaticana, es el principal lobbista del grupo neocon en la Santa Sede.

Nacido en 1927, el segundo de seis hermanos de una familia piamontesa cuya cabeza fue un diputado demócrata cristiano, Angelo Sodano pasó su vida entre libros, primero como estudiante y luego como burócrata curial. En 1977 saltó a la fama al ser designado nuncio en Chile, en medio de la “broma de guerra” con la Argentina. Y allí comenzó a intervenir en la política local, jugando de intermediario entre la Santa Sede, el gobierno de Pinochet y la oposición. En el ’86, luego de que varios sacerdotes escribieran al Papa pidiendo su remoción, saltó a la Curia Romana con un puesto similar al de canciller y en el ’90 ascendería a Secretario de Estado—el cargo más alto de la Santa Sede, una especie de primer ministro para asuntos temporales. Presidió celebraciones con alto contenido político como los funerales del cardenal O’Connor o el de la Madre Teresa. Y, en 2002, a pesar de contar ya con 75 años, Juan Pablo II lo mantuvo en su cargo por lo que, gracias a la débil salud del Santo Padre, fue durante unos años el verdadero poder en Roma. Fue, asimismo, durante esos años el vínculo de George W. Bush con la Santa Sede. A él acudió Bush en 2004 pidiendo la colaboración de los obispos estadounidenses y, al año siguiente, Condoleezza Rice consultó a Sodano respecto a la política estadounidense en Medio Oriente.

Por eso, es notable este editorial de First Things—el principal medio de los neocons católicos de los Estados Unidos.

El Costo del Padre Maciel

por Joseph Bottum*

Adelanto del especial incluido en el nuevo número de First Things: En el Foro Público de este mes, Joseph Bottum evalúa el daño causado por los escándalos de la Legión de Cristo.

El cardenal Sodano debe irse. Siendo decano del Colegio de Cardenales, se ha visto demasiadas veces al filo del escándalo. Ni muy acusado, ni muy culpado, sin embargo su nombre ha aparecido en una serie demasiado larga de testimonios, registros judiciales y noticias—un bochorno persistente en la Iglesia a la que sirve. El Vaticano respondió de una manera desorganizada ante el frenetismo de las historias recientes de la prensa acerca de casos de frecuentes abusos en los últimos treinta años. Lo que debe hacer es poner su casa en orden, recortando las sobras de una burocracia que permitió que estos escándalos se agravasen durante tanto tiempo.

Las últimas revelaciones se refieren a beneficios financieros que el cardenal Sodano recibió del P. Marcial Maciel Degollado, el corrupto estafador que fundó la Legión de Cristo y su grupo asociado de laicos, Regnum Christi. Y esas revelaciones vienen a renglón seguido de las sentencias de 2008 de Raffaello Follieri por la comisión de fraudes en transferencias y lavado de dinero. (La empresa de Follieri, recordarán, negociaba con propiedad eclesiástica en desuso y como argumento para su defensa recurrió al prestigio del sobrino del cardenal Sodano que era su vicepresidente.) Esas noticias siguieron, a su vez, a las del supuesto papel del Cardenal en la obstrucción de una investigación en 1995 de las acusaciones, luego comprobadas, contra el acosador episcopal de Viena, Hans Hermann Groër.

En cierta forma, por supuesto, esto es muy triste. Una larga carrera en la Iglesia no está terminando bien y sería más gentil proteger al hombre y dejarlo caer sin que se note. Pero el cardenal Sodano mismo parece no estar dispuesto a que esto suceda así. Hablando sobre las noticias que aparecieron en las portadas de casi todos los diarios del mundo, dijo públicamente al Papa en la Pascua de este año: “El pueblo de Dios está contigo y no se deja impresionar por los chismes [1] del momento.”

¿Chismes? Hay lugar para quejarse por la forma en que los escándalos han sido utilizados con todo tipo de fines bajo el sol, pero cuando el sujeto abusado y sodomizado es un niño, chismes no es la mejor palabra. Peor aún, tras toda una temporada de respuestas mal manejadas por parte del Vaticano ante la furia de la prensa, la línea de respuesta elegida por Sodano fue una grosera falta de tacto y sirvió mayormente para dar a los medios otro día más de titulares. Como están las cosas, si (Dios no lo quiera) el Papa Benedicto fuese a morir, las exequias serían dirigidas por el cardenal Sodano—y las agencias de noticias, hora tras hora, nos recordarían todo lo que está asociado con este nombre.

Pero ése no es el problema real. El asunto más profundo es la falta de consecuencias—consecuencias visibles—por las fallas, torpezas y malas compañías en el Vaticano. El problema real es que ninguna cabeza ha rodado, ninguna penalidad ha sido aplicada, tras los engaños del P. Maciel.

Durante muchos años, el cardenal Sodano recibió dinero y beneficios para sus proyectos de parte de la Legión de Cristo, y en 1998 suspendió las investigaciones sobre abuso sexual del fundador de la Legión. Ese aparente quid pro quo debería tener un precio.

Debería tener un precio precisamente porque el escándalo del P. Maciel es tan mortífero. Los casos de abusos de niños fueron una corrupción en la Iglesia. Lo que el P. Maciel intentó, fue la corrupción de la Iglesia. A mucha gente hizo quedar como tonta, incluyendo al creador de esta revista, Richard John Neuhaus, que una vez defendió a Maciel en una columna de 2002, antes de aceptar que el cardenal Ratzinger (que investigaba a Maciel desde la Congregación para la Doctrina de la Fe) y Juan Pablo “saben más que yo respecto a la evidencia”.

La ironía es que el P. Neuhaus no tomó la defensa por pedido de Maciel, a quien nunca conoció bien. Lo hizo porque gente que sí conocía bien, jóvenes sacerdotes estadounidenses de la Legión, le rogaron que lo hiciera, diciéndole que su fundador sufría un ataque que era con certeza falso e injusto. Las primeras víctimas son los hombres, mujeres y niños que Maciel, en su perversidad polimorfa, abusaba sexualmente; pero el segundo conjunto de víctimas son sacerdotes buenos, fuertes y dinámicos que casi no tenían contacto con el hombre y que, sin embargo, están manchados por las acciones de aquél.

En la larga historia de la Iglesia, instituciones religiosas duraderas fueron construidas por pecadores, pero usualmente la espiritualidad de la nueva orden intentaba corregir sus pecados: una forma, un carisma, que conducía a tales pecadores hacia Cristo. Sin embargo, Maciel asentó sus pecados, y su poder para encubrir esos pecados, con profundidad en la espiritualidad de la Legión de Cristo—en la forma en que se maneja la confesión, como se trata con la obediencia y como se entiende la autoridad.

Los obispos que tuvieron a su cargo la visita apostólica de la Legión ya terminaron su trabajo, presentando su informe al Vaticano el 30 de abril. Como anticipo, los directores de la Legión emitieron un comunicado el 26 de marzo, en el que se lee, “Queremos pedir perdón a todas aquellas personas que lo acusaron en el pasado y a quienes no se dio crédito o no se supo escuchar pues en su momento no podíamos imaginarnos estos comportamientos.” El 25 de abril, el P. Owen Kearns, editor del diario de la Legión, el National Catholic Register, agregó: “A las víctimas del Padre Maciel, les ruego que puedan aceptar estas palabras: ‘Pido perdón por lo que nuestro fundador les hizo. Pido perdón por sumar a su pesar mi defensa de él y mis acusaciones contra ustedes. Pido perdón por no haber sido capaz de creer en ustedes antes. Pido perdón porque este pedido haya tardado tanto.’”

Todo eso es bueno, pero, sin embargo, no es suficiente. First Things nunca recibió dinero de la Legión (y lo más cercano que estuve personalmente de sus finanzas fue una única reseña de una novela de Orhan Pamuk que escribí para el National Catholic Register en 1997). Pero uno piensa en personas como Thomas Williams [2], Tom Hoopes [3], Thomas Berg [4] y todos los otros amigos y conocidos que tenían contactos con la Legión de Cristo y con Regnum Christi. Por esa causa, muchos comentaristas católicos estadounidenses han brindado conferencias en los eventos del movimiento a lo largo de muchos años. El dinero que recibieron nunca fue significativo, pero todo contribuyó a crear una atmósfera dentro de la cual la Legión pudo cerrar filas tras las primeras acusaciones públicas contra Maciel

Esa atmósfera debe eliminarse, lo que requerirá el reescribir y reordenar no sólo la estructura institucional sino también el diseño espiritual de la Legión de Cristo y de Regnum Christi.

En abril, el National Catholic Reporter publicó un artículo en dos entregas sobre los asuntos financieros de Maciel. Es curioso que con la obsesión por todo lo católico esta primavera (otoño en el hemisferio sur), un tiempo cuando la larga Cuaresma de 2002 pareció regresar, el artículo recibió muy poca atención. Tal vez fue porque el autor, Jason Berry, no logró la historia que deseaba. Su relato sobre el efectivo en Roma tenía fuentes muy débiles y su relato de las acciones de Maciel en México no parecía ofrecer el arma homicida que todos buscaban—la que demuestra las conexiones de la Legión con la corrupción endémica de la política mexicana, o con personajes como Carlos Slim, cuyo monopolio telefónico[5] y conexiones políticas lo han convertido en el hombre más rico del mundo.

Como escribí cuando los artículos aparecieron por primera vez, aunque como ejercicio del periodismo eran torpes, su torpeza conduce a lo que parece ser verdad. Una gran parte de las razones por las cuales los principales medios no recogieron la historia puede ser porque no encajaba en la narrativa del momento—ya que Joseph Ratzinger, primero como cardenal y luego como papa, sale del escándalo Maciel poco menos que como héroe. No fue sino hasta el final que Juan Pablo II dejó de ver en Maciel a una figura latinoamericana carismática, que recolectaba dinero y entrenaba sacerdotes vibrantes y activos. El cardenal Ratzinger vio con claridad más lejos, a pesar de la poderosa protección del cardenal Sodano sobre Maciel.

La narrativa periodística de esta primavera dejó de lado muchos otros informes. A lo largo de marzo y abril, Der Spiegel, el New York Times y el Irish Times—para nombrar unos pocos—estuvieron trabajando, con demasiado detalle para lo que es normal en los medios, con acusaciones de que el mismo Papa debía estar involucrado de alguna manera en el encubrimiento de crímenes en la Iglesia.

Un razonamiento más preciso, como escribí en un artículo reciente para el Weekly Standard, dejaría ver que la primera parte de los escándalos—la parte más malvada y desagradable—está, en general, acabada. Por una variedad de razones, los católicos sufrieron la corrupción de sus sacerdotes, en un período alrededor de 1975, año en que el porcentaje de predadores sexuales entre el clero alcanzó un récord vil. La Iglesia tiene ahora procedimientos severos para la protección de los niños y los casos que ahora se discuten, reales o imaginarios, tienen más de una década.

La segunda parte de los escándalos, sin embargo, se refiere no a criminales en su mayoría ya muertos, sino a la institución viva. Los obispos que debieron sancionar a estos sacerdotes corruptos catastróficamente no lo hicieron. Nunca hubo muchos de estos casos católicos, pero hubo demasiados—con cada uno vemos con horror no sólo el acto en sí mismo, sino la falta de reacción de los obispos. La Iglesia Católica no comenzó la epidemia mundial de abuso sexual de niños y tampoco materialmente contribuyó a ella. Sin embargo, la burocracia de la Iglesia no hizo casi nada para combatir esta epidemia cuando se manifestó en su propio clero. Y por estas fallas, cada católico está pagando—no sólo por los casi tres mil millones de dólares que se han perdido en juicios, sino también por la sospecha sobre todos sus pastores y una profunda vergüenza.

En la medida en que sea posible salir bien de todo esto, el que lo ha logrado es el papa Benedicto. A pesar de lo mucho que se ha publicado intentando involucrarlo, nada de ello resiste el menor escrutinio. Lo que no debería ser realmente una sorpresa. Este hombre fue uno de los pocos que vio que existía un problema real—quien, en 2005, abiertamente denunció “la suciedad en la Iglesia y en el sacerdocio”. Una víctima maltesa de abusos que se reunió con el Papa en abril dijo en una entrevista: “No tenía ninguna fe en los sacerdotes. Ahora, tras esta experiencia conmovedora, tengo esperanzas de nuevo. Ustedes en Italia tienen a un santo. ¿Se dan cuenta? ¡Tienen un santo!”

No es que el Vaticano se las haya arreglado bien para contar esta historia. Las respuestas de la burocracia en Roma se han movido entre los silencios cómplices y las quejas desencaminadas. Pueden existir buenas razones para no meterse en el juego publicitario en el cual está atrapado el mundo de hoy—conducido por los ciclos mediáticos, las celebridades de la cultura y los dramas de pena y fama. Las ruedas del catolicismo siempre se han movido lentamente, operando con una deliberación que no puede ni debe ir al paso frenético del mundo. También puede haber buenas razones para que la Iglesia tome al mundo como lo encuentra, intentando movilizar a la gente hacia Cristo desde donde esa gente está realmente.

Pero durante estos meses recientes de locura, el Vaticano adoptó sin éxito ambos modos. La burocracia intentó apelar a las relaciones públicas y lo hizo muy mal. Y la burocracia intentó también la revisión interna, para edificación de su gente y la buena disciplina de sus sacerdotes, y eso también no lo hizo de forma particularmente buena. Los fieles están tristes, respondiendo ante las noticias con pesar y silencio, y el clero está descorazonado y confundido.

Por cualquier razón que sea, un personaje como el cardenal Sodano debe ser removido de su cargo actual y mandado a servir a la Iglesia mediante la oración. Todos en la Iglesia necesitamos que se nos enseñe que hay consecuencias por los errores escandalosos. Y, para el mundo exterior, el catolicismo necesita contar una historia, una noticia que pueda transmitir la verdad simple: a pesar del pecado de sus miembros, la Iglesia sigue siendo lo que ha sido—una luz en la oscuridad, una fuerza de amor para los débiles y los pobres y una esperanza para la humanidad en su camino hacia la verdad salvadora de Dios.

*Joseph Bottum es editor de First Things.

[Original]


[1] Original: chiacchiericcio (chismes malintencionados).

[2] Thomas Williams es profesor de los departamentos de Estudios Religiosos y de Filosofía de la Universidad del Sur de la Florida (Tampa, Estado de Florida). Entre otras obras, ha traducido al inglés a Duns Scotus, Santo Tomás de Aquino, San Agustín y San Anselmo.

[3] Tom Hoopes es actualmente profesor del Colegio Benedictino de Atchison (Estado de Kansas). Fue editor del National Catholic Register y de la revista Faith & Family de los Legionarios de Cristo, puestos a los que renunció a fines de 2009.

[4] Thomas Berg es sacerdote de los Legionarios de Cristo y director ejecutivo del Instituto Westchester por la Ética y la Persona Humana.

[5] Teléfonos de México (“Telmex”), América Móvil (“Telcel” y “Claro”) y sus respectivas subsidiarias, y participaciones significativas en empresas estadounidenses como The New York Times Company y AT&T.




Desinfectando el Vaticano
por encargo del Papa

Actualización (20-V-2010): Interesante artículo del "neocon" italiano Sandro Magister, El Papa, los cardenales, los jesuitas: Tres respuestas al escándalo.


 

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