Hace unas semanas terminamos de ver la serie histórica novelada “The Tudors”. En general solemos rehuir a las series por temor a “engancharnos”. Cosa que, tras caer en la tentación, sucedió en este caso.
“The Tudors” no es la historia de la dinastía de ese nombre como podría parecer, sino que se limita, más bien, al reinado de Enrique VIII de Inglaterra. Por supuesto que, como suele suceder con la novela histórica, los autores se toman muchas libertades necesarias —como ciertas fusiones de personas reales en un único personaje y algunas alteraciones cronológicas— e innecesarias —como la obsesión con el sexo y la personalidad hipócrita de casi todo individuo que era “alguien”, excepto algunos “mártires” tanto protestantes como católicos que salen, en general, bien parados—.
Sin embargo, hay muchos temas históricos que están muy bien tratados: la mundanización del alto clero renacentista, las motivaciones políticas y económicas detrás de la Reforma, la recepción apática de la misma por el pueblo inglés y, al mismo tiempo, la furiosa reacción de éste ante la supresión de los monasterios, el ateísmo práctico de gran parte de los funcionarios y la nobleza, la mayoritaria confusión dogmática tanto en católicos como en anglicanos, luteranos y calvinistas, la popularidad de la reina Catalina y de su hija María y los sufrimientos a que ambas fueron sometidas, el maquiavelismo de los príncipes renacentistas dispuestos a pactar con el mismo diablo para lograr sus objetivos, el despotismo creciente de Enrique VIII derribando una tras otra las antiguas leyes medievales, la calidad moral del cripto-luterano arzobispo Cranmer y del cripto-católico obispo Gardiner, entre algunos que recordamos. Incluso, hechos que en los libros de historia sólo han merecido un párrafo, como la “Peregrinación de la Gracia”, tienen aquí su lugar.
Estéticamente es notable. La reconstrucción por computadora de la Londres renacentista está muy lograda; en algunas otras ocasiones la animación no logra pasar desapercibida (por ejemplo, las viejas murallas medievales de Boulogne-sur-Mer). Algunas panorámicas no tienen nada que envidiar a las grandes súper producciones de Hollywood. Los vestuarios son, en general, impecables, aunque se suele exagerar con lo vistoso como si la ropa de gala fuese la de todos los días. En cuanto a los actores, se ha preferido apelar a los gustos estéticos contemporáneos por sobre los de la época; pero esto es entendible en la mayoría de los casos.
En fin, para quien tenga estómago para algunas imágenes subidas de tono, ya sea por su morbo o por su erotismo, es una buena serie para adentrarse un poco más en la pérdida de la Merry Old England (como se lamenta uno de los personajes principales), eso que llamamos aquí “proceso revolucionario inglés”.
Gerard McSorley como Robert Aske, líder de la “Peregrinación de la Gracia” y uno de los mártires praetermissi de Inglaterra.