miércoles, 7 de octubre de 2009

Retornar a los principios para recuperar la cultura (y la universidad)

Cuando renacen las protestas de supuestos estudiantes universitarios por temáticas completamente ajenas a la educación, me parece bueno compartir el siguiente texto del profesor John Senior:

Estoy diciendo algo muy simple y obvio: algo extraño se ha apoderado del poder cultural. Está en los tableros. Y es tiempo de que la gente lo recupere. Las universidades no son la causa de la agonía nacional, sino las víctimas. No nos dejemos engañar por los voceros estudiantiles y profesorales – la mayoría verdadera no participa de la política universitaria; están demasiado ocupados en el negocio a tiempo completo de la educación y no cuentan con el asesoramiento experto de los agitadores profesionales – o el dinero. Muchos estudiantes y miembros del profesorado piden urgentemente la intervención oficial en los asuntos universitarios para asegurar la seguridad pública y la tranquila búsqueda de la educación, libres del insulto y el acoso. En la retórica escalada, se ha creado una falsa polaridad según la cual el público general se opone a los profesores y a los estudiantes – escuchamos acerca del “pensamiento de la juventud”, “lo que piensan los jóvenes” y la “opinión universitaria”, siendo que la oposición real es entre, por un lado, muy pequeños grupos de presión maliciosos junto a un más grande número de simpatizantes y, por otro lado, todo el resto de nosotros.

Las universidades son particularmente vulnerables en esta era tecnológica. Decenas de miles de adolescentes, inmaduros y desarraigados, encerrados junto a profesores especialistas estridentes, frecuentemente neuróticos, sino espasmódicamente brillantes, en un cajón de arena de un millón de dólares – ¿qué esperamos? Necesitamos un intercambio, un gran flujo de realidad ordinaria, una aireación, una exposición al sol y al aire libre. Las universidades no pueden reformarse ellas mismas. La gente debe recuperarlas en las urnas, mediante el voto y a través de los procedimientos políticos normales – cartas a los gobernadores, senadores, consejos académicos. Tenemos más que el derecho; tenemos la obligación de ver que nuestros hijos tengan el tipo de educación que deseamos. Si eras un progresista, si realmente crees en Voltaire, John Stuart Mill, la Declaración de Derechos, los Derechos del Hombre – si crees que la justicia es la libertad y que la libertad permite a los hombres hacer lo que desean – es absolutamente necesario que veas que estas libertades sólo pueden ser mantenidas por miembros de la raza humana. Los derechos del hombre significan al menos los derechos del hombre, nada menos que eso.

¿Quién dice? ¿Quién dice qué es humano y qué no lo es? Usted, yo. Nosotros, la gente, confundida, incrédula, totalmente sorprendida y paralizada ante esta intrusión no imaginada hasta ahora. Debemos volver a nuestro sentido común y utilizarlo antes que alguien – alguien salga realmente herido. ¿Caza de brujas? ¿Inquisiciones? ¿Censura? Para nada. Todo hombre tiene derecho a hablar, a escribir, a enseñar la verdad como la ve. Eso es precisamente lo que debemos defender. Estamos como en Alemania en 1931, en Rusia en 1916. Dijo Yeats: “Los mejores carecen de toda convicción mientras que los peores están llenos de intensidad apasionada… Y en todos lados la ceremonia de la inocencia es ahogada.” El soldado en una discusión en la barraca dice, “Puedes llamarme así, a mi primo, mi hermano y tal vez mi padre; pero si llamas así a mi hermana, o a mi madre, ¡te golpearé en la nariz!” Bueno, se están acercando demasiado a nuestras hermanas o madres, y si alguno no lo ve, es porque no tiene una hermana o madre, o una universidad, o una ciudad, o una nación, o un Dios.

Un sentimentalismo vicioso está envenenando los pozos. Está en las universidades, las iglesias, la industria del entretenimiento en general – las películas, la televisión, los diarios, las revistas, las canciones populares – en los pozos de los cuales extraemos nuestra bebida espiritual, de la cual toda nuestra vida cultural se irriga.

Limpiémoslos con la purificación del retorno a los principios. Toda demostración razonada comienza con algo dado – en la geometría, por ejemplo, que el todo es más que la parte – lo que en sí mismo no puede ser probado. Un principio en cualquier orden es precisamente lo que no puede probarse en ese mismo orden. La palabra principio, como la conocemos, en latín significa “comienzo”, “aquello antes de lo cual no hay nada”. Negar el comienzo vicia la materia. En la política y en la ética en general, de la cual la política es una rama, lo dado es lo que generalmente llamamos civilización o cultura, opuesto a lo cual está el salvajismo. La civilización es una telaraña compleja de supuestos en base a los cuales demostramos conclusiones prácticas en la ley y la costumbre. Todos los hilos de esta telaraña se vinculan a unos pocas fibras originales que llamamos primeros principios, que no son dados culturalmente sino auto evidentes; y el primer principio de todos en el orden ético es hacer el bien. Si un hombre niega eso, niega la misma moral. Los primeros principios son tan obvios que son difíciles de ver – lo “auto evidente” no es tan evidente siempre para todos – y especialmente son difíciles de formular y defender. Pero nadie puede negarlos sin hacer uso de ellos. Si uno niega el bien, uno tiene que probar que es algo “bueno” negar el bien.



Maestro dominico respondiendo objeciones presentadas por sus alumnos
durante una sesión de disputas quodlibetales,
en tiempos en que se iba a la Universidad a descubrir la verdad.
[Gentileza Godzdogz.OP.org]

 

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