En audiencia general el pasado miércoles 26 de enero, el Papa se refirió a Santa Juana de Arco, Jehanne Darc de Domrémy en el siglo, o “La Pucelle” (la doncella) en la leyenda, como “un bello ejemplo de santidad para los laicos empeñados en la vida política, sobre todo en las situaciones más difíciles”. [Leer texto completo en italiano.]
Entre otros puntos jugosos, Benedicto XVI se detuvo en:
- El necesario ligamen entre la experiencia mística y la política;
- la misión política como compasión y empeño frente al sufrimiento del pueblo;
- la lucha por la liberación del pueblo como obra de la justicia y la caridad;
- la paz basada en la justicia y no como mera ausencia de conflicto (pacifismo);
- la verdadera pasión de esta santa a manos de clérigos y obispos.
¡Qué mejor ejemplo que la Doncella de Orleáns! Contra todo tipo de corrección política, de pacifismo, de clericalismo y episcopolatría...
Santa Juana no temía decir la verdad, oportuna e inoportunamente, molestase a quien molestase... No temía mandarse a la batalla contra todo cálculo y falsa prudencia, dejando la victoria en manos de Dios, si Él lo quiere, sólo si Él lo quiere (“los hombres pelearán y Dios dará la victoria”)...
No temía enfrentarse a los malos sacerdotes y obispos (no sólo los que la acusaron, sino también los que ya al comienzo de “su carrera” la inspeccionaron), no temía confiar más en su recta conciencia que en una obediencia mal entendida (nunca se le hubiese ocurrido a un cristiano medieval que haya que “suspender el juicio”, como mandaba cierto sacerdote con fama de tradicional), no temía marcar a obispos y sacerdotes sus límites en cuanto a las cuestiones temporales...
No era “prudente” jugarse por el Delfín, individuo que personalmente valía bien poco, y cuya causa tenía pocas probabilidades de éxito. Tampoco pensó que primero hubiese que “re-cristianizar” a Francia, reconquistar la Patria o restaurar las viejas leyes tradicionales para que, recién luego, discutir quién debía ser el rey. Por el contrario, sabía que una cosa no quita la otra y que se puede (y debe) hacer todo al mismo tiempo; puesto que somos cuerpo y alma, y que nadie pelea por abstracciones como una monarquía sin rey.
Tampoco era “prudente” a la hora de plantar batalla. Lo importante era pelear, salir al combate, y si Dios quería (sólo si Él así lo disponía), la causa triunfaría. Pero a los hombres comunes, sólo queda pelear. Como dice Sir Gawain en la célebre saga restaurada por Tolkien, “en cuanto a los destinos, tristes o alegres, los verdaderos hombres no pueden más que intentarlo”.
No pensaba esta jovencita (¡“su carrera” va de los 16 a los 19 años!) que fuese mejor “naturalizar” el combate, dejando de lado las banderas de Dios, de la patria y de la legitimidad, para empeñarse en plataformas de mínimos “no negociables”, porque lo otro (la lucha por el rey legítimo) por el momento no tenía probabilidades de éxito.
Finalmente, confiando en su conciencia, rectamente formada en la virtud y dócil a las mociones del Espíritu, no temía plantarse ante la mayoría del clero, siempre temerosa y mundana, más preocupada por no agitar las aguas que por defender la verdad. Si había que pelear por una causa justa, se peleaba, aunque ciertos clérigos y obispos estuviesen más preocupados por mantener una falsa paz, fruto no de la justicia sino del status quo. Ella bien pedía a los curas, con total desfachatez, que se dedicaran a rezar y dejaran a los seglares cumplir sus deberes para con Dios y con la Patria. Eso y no otra cosa es una sana laicidad, pienso.
Ahora bien, en su bitácora en la plataforma Religión en Libertad, “Anotaciones de pensamiento y crítica”, Manuel Morillo contrapone el modelo de Santa Juana al de Santo Tomás Moro —un santo de muy otras características que Juan Pablo II proclamara “patrono de los gobernantes y de los políticos” durante el Jubileo del año 2000—, inclinándose por la primera. Y dice: “aunque, bien pensado, quizá la Iglesia, que es muy sabia, considere, que, dado el tipo humano del político actual, es imposible ponerles como modelo lo bueno, como Santa Juana, por inalcanzable y se conforma con que algún político, llegado el momento, tras haber intentado salirse por la tangente, evitar el compromiso y el conflicto, y, no poder, en ese momento, no traicione la Verdad, como es lo corriente en la actualidad, y, fijándose en el ejemplo de Tomás Moro, al verse en esa tesitura dé la cara y se enfrente a las mentiras y la opresión, a las estructuras de pecado del Sistema.”
Por el contrario, Don Terzio, en su bitácora Ex Orbe, aprovecha para explicarnos sus suspicacias acerca de la canonización tardía de Juan y sobre el “caso”. “¿Cómo se justifica cristianamente hasta el punto des ser puesta como ejemplo por el Papa? ¿Ejemplo de qué y para quién? Me refiero a su decisión belicista… La santidad de Jeanne d'Arc, entiendo yo, no se manifiesta en sus momentos bélicos, ni en su caudillaje, ni en su patriotismo, sería una contradicción cristiana afirmarlo… me parece desproporcionada y desajustada la comparación de Juana de Arco, tan circunscrita a su propia historia, con la gran Catalina de Siena (una figura de inmenso valor, con pocos - yo diría ninguno - personajes que puedan parangonársele; Catherina da Siena es una santa excepcional). Tampoco comprendo la citación de St. Thomas More, no veo ningún paralelo entre su caso y el de Juana de Arco, tampoco en su proceso, tan distinto en génesis, desarrollo y consecuencias.” Poniéndose más explícito en los comentarios: “En el Nuevo Testamento el ideal del guerrero se ha abolido y vige la vocación del mártir, mucho más alta puesto que incluye junto con el sacrificio de uno mismo el acto supremo de la caridad y la imitación de Cristo… Por eso mi crítica al belicismo en el santoral. Más vale un Santo Inocente degollado como el Cordero Divino que toda la tropa junta de los santos guerreros, muy señores mios a los que también venero, of course, pero que pongo por detrás, muy por detrás, de los que supieron seguir el camino manso y humilde de Cristo Sacerdote y Víctima de propiciación. Y en esto no me equivoco ni un punto… En el siglo XXI entiendo inviable cualquier santo guerrillero insistiendo en la causa de santidad guerrera, incompatible con el Evangelio y el ejemplo de Nuestro Señor… Precisamente la actitud de Juana de Arco durante su inicuo proceso, el sufrimiento paciente por el que se finalmente se santifica (por supuesto no por armar guerra contra los ingleses, una actitud violenta indigna de un santo).”
Más allá de no compartir el “pacifismo” del apreciado Don Terzio cuando se trata de tolerar el mal en el prójimo, y la barbaridad de exigir el martirio del prójimo de ordinario en vez de la obligación de buscar restaurar la justicia con medios proporcionados lícitos, sobre lo que dejé allí un comentario; observemos las diferencias entre uno y otro santo.
En el motu proprio de Juan Pablo II que proclamaba patrono a Moro, se dan las siguientes notas características que justificarían la designación:
- “una extraordinaria carrera política”
- “entró desde joven al servicio del Arzobispo de Canterbury”
- se interesó “por amplios sectores de la cultura, de la teología y de la literatura clásica”
- “mantuvo relaciones de intercambio y amistad con importantes protagonistas de la cultura renacentista, entre ellos Erasmo Desiderio de Rotterdam”
- “asidua práctica ascética”
- “un marido y un padre cariñoso y fiel, profundamente comprometido en la educación religiosa, moral e intelectual de sus hijos
- “una brillante carrera en la administración pública”
- “indefectible integridad moral, la agudeza de su ingenio, su carácter alegre y simpático y su erudición extraordinaria”
- “gran firmeza en rechazar cualquier compromiso contra su propia conciencia”
- “durante el proceso al que fue sometido, pronunció una apasionada apología de las propias convicciones sobre la indisolubilidad del matrimonio, el respeto del patrimonio jurídico inspirado en los valores cristianos y la libertad de la Iglesia ante el Estado”
No sé ustedes, pero para mí todas éstas son virtudes personales o individuales, pero no políticas. De hecho, no se escucharon públicamente en boca de este poderoso hombre público que fue Tomás Moro condenas a las torturas y asesinatos que sometían contemporáneamente a cientos de monjes, sacerdotes y seglares de a pié a los que ningún prestigio personal o amistad personal con el monarca los salvaba. Pues no está, no se encuentran. Su apología al final del inicuo proceso al que fue sometido se limita a una clase de un profesor de moral.
En fin, conociendo los pormenores de esta proclamación, el pedido de Cossiga y cía., se me hace que Tomás Moro en cuanto patrono de los políticos es un patrono demasiado juanpablista, muy de la “democracia con valores” enunciada en la Veritatis Splendor, muy de “gestos simbólicos” como el de Balduino de Bélgica, de políticos que individualmente procuren ser santos en su familia y en su práctica religiosa a ver si algo se le prende por ósmosis al sistema… pero no que sean santos en tanto políticos.
Me parece que, por el contrario, Benedicto XVI, fiel a su agustinismo político, prefiere un político católico integral e íntegro, preocupado por la política como forma de caridad. Y, por lo tanto, frente al mundo, un político que es místico y guerrero… e, incluso, un político que esté dispuesto al martirio final, si acaso a manos de la Madre Iglesia.
En la vieja UCA, la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas tenía dos cuadros de sus patronos: uno de Santo Tomás Moro para los abogados y otro de San Juana de Arco para los politólogos. Me parece sabio.