[Advertencia I: Si no ha visto la película, recomendamos no seguir leyendo.]
[Advertencia II: Algunas veces el lenguaje soez abunda en diálogos y expresiones en el film —realismo relativamente lógico en un grupo de hombres, adolescentes su mayoría, viviendo durante meses alejados de la civilización y en una situación de guerra—. Para no quitar fuerza al texto, hemos optado por conservar las malas palabras, traducidas al castellano, no literalmente sino como se utilizan aquí.]
Estamos en Vietnam. Nombre que se dio a la franja costera del Sudeste de Asia al sur de China, unión de tres viejas provincias de la Indochina Francesa: Tonkín, Anam y Cochinchina. Tierra de los viet, etimológicamente. Aunque no sólo la etnia viet la habite, es, sí, la mayoritaria o, al menos, la que cuenta con mayores recursos, cultura y las ciudades principales: Hanoi al norte y Saigón al sur, con la histórica Hué en el medio. Durante milenios, chinos e indios intentaron conquistar esta tierra. Los franceses lo lograron aunque no sin dificultades, colonización sólo lograda con la colaboración de su emperador. Los franceses lograron cierta estabilidad y habían comenzado una eficaz evangelización, especialmente en el sur, pero la invasión japonesa, la Segunda Guerra Mundial y los aires de descolonización de la postguerra, culminaron en la célebre derrota de Dien Bien Phu y la firma de la Paz de Ginebra en 1954. Dicho tratado, sin embargo, significó la ruptura del país en dos: un norte populoso y comunista dirigido por el carismático líder Ho Chin Minh, y un sur fraccionado étnica, religiosa y políticamente (viets, montagnards y nungs, budistas, animistas y católicos, pro-imperiales, republicanos y comunistas —el célebre Vietcong—). Ese mismo año, cuando aún estaban retirándose los últimos funcionarios coloniales franceses, comenzaron las agresiones del Norte sobre el Sur. Y ese mismo año, comienza la intervención estadounidense: primero con “asesores”, luego Fuerzas Especiales y, finalmente, a partir de 1965, con tropas regulares.
Estamos en 1969. Hace ya dos años que los Estados Unidos invierten anualmente miles de hombres y millones de dólares en una guerra cuyo fin no ven cerca. Toneladas de bombas arrojadas en el Norte y también en el Sur sobre las supuestas posiciones del Vietcong y los nordvietnamitas infiltrados. Toneladas de bombas en las fronteras de Camboya y Laos, supuestamente neutrales, pero por donde cruza el “camino Ho Chi Minh”, por donde el Norte manda miles de hombres y toneladas de pertrechos hacia el Sur, a veces tan lejos como hasta el delta del río Mekong. Y en casa, la paciencia se acaba. Todo ha cambiado en los últimos años y de una manera vertiginosa: desde la forma de vestir y hablar, hasta la forma de pensar y sentir. Es todo un mundo el que ha cambiado en el último lustro de los ’60. Y Vietnam en el medio, a causa de, o por culpa de…
En este film de que hablamos el capitán Benjamin L. Willard (Martin Sheen) es un experimentado y problematizado veterano estacionado en Saigón, la capital de la República de Vietnam oficialmente, Vietnam del Sur —en realidad—. Ha cumplido tres períodos anuales en Vietnam y ha perdido o dejado a su esposa en el medio. No tiene más que el Ejército en su vida y ahora tiene problemas para ajustarse al aburrimiento de la vida en retaguardia. Bebe excesivamente y se droga para escapar de pesadillas y recuerdos de combate: helicópteros, explosiones, jungla.
Willard es miembro del MACV/SOG y eso lo dice todo. El Comando de Asistencia Militar en Vietnam (MACV) era la estructura burocrática que coordinaba el asesoramiento militar estadounidense a las Fuerzas Armadas de Vietnam del Sur. Uno de sus departamentos era el Grupo de Estudios y Observación (SOG) que, en un primer momento, englobaba a exploradores, observadores avanzados y cartógrafos, pero que terminó dirigiendo todas las operaciones secretas y para-legales norteamericanas en el Sudeste de Asia, por lo que recibió el sobrenombre de Grupo de Operaciones Especiales por sus siglas en inglés.
Hastiado como Baudelaire, mientras recostado en una cama deshecha mira el ventilador girar, nos dice Willard:
“Saigón, ¡mierda! Todavía estoy sólo en Saigón. Siempre pienso que voy a despertar en la jungla. Cuando estuve en casa, luego de mi primer período, fue peor. Me despertaba y no había nada. Casi no decía palabra a mi esposa, hasta que le dije ‘sí’ al divorcio. Cuando estaba aquí, quería estar allá. Cuando estaba allá, sólo podía pensar en estar de nuevo en la jungla. Estoy aquí hace ya una semana. Espero una misión… debilitándome. Cada minuto que paso en esta habitación, me debilito. Y cada minuto en que Charlie se ejercita en la selva, se hace más fuerte.”
Charlie, nombre como familiarmente se conoce al enemigo, tomado del código de radio para VC (Vietcong), “Víctor Charlie”. Odiado, temido, admirado. Con sus pijamas negros, con sandalias o botas viejas, escondidos como ratas en túneles o infiltrado entre la población civil a la espera de una misión. Armado con su confiable AK-47 o su versión china, nada más necesita. Un poco de arroz y pescado viejo, y puede caminar cientos de kilómetros en la selva, sin quejarse, sin distraerse de su objetivo: “liberar a su patria”, según le dicen.
Pero entonces. “Cada quien obtiene lo que desea. Yo quería una misión… y por mis pecados, me dieron una. Me la trajeron como servicio a la habitación de un hotel. Era una misión… una elección real. Y cuando se terminó, nunca más quise otra…”
La policía militar lo saca de su miseria y lo lleva ante un grupo de oficiales de Inteligencia, el teniente general Corman (G. D. Spradlin) y el coronel Lucas (Harrison Ford), y un civil que no se identifica, aparentemente agente de la CIA (Jerry Ziesner).
Estos funcionarios de retaguardia comparten un opíparo almuerzo, mientras muestran a Willard la foto de un “boina verde” condecorado y de buen porte. Éste, el coronel Kurtz (Marlon Brando), fue alguna vez un brillante oficial y un héroe de guerra, pero se había vuelto loco y no respondía a las órdenes.
Por si tenía alguna duda, le hacen oír algunas extrañas grabaciones realizadas por el propio Kurtz: “Vi a un caracol arrastrarse por el filo de una navaja. Ése es mi sueño, ésa es mi pesadilla. Arrastrarme, deslizarme a lo largo del filo de una navaja y sobrevivir. Pero debemos matarlos, debemos incinerarlos, cerdo tras cerdo, vaca tras vaca, aldea tras aldea, ejército tras ejército, ¡¿y me llaman a mí asesino?! Mienten. Mienten y tenemos que ser misericordiosos con quienes mienten, esos mercaderes. Los odio. Realmente los odio.”
Con su propio ejército de nativos montagnards que lo veneran como un dios, en la selva de la neutral Camboya, Kurtz pelea su propia guerra privada contra los vietnamitas. Debe seguir el río Nung (¿el Mekong?) hacia la jungla camboyana para encontrar al coronel Walter E. Kurtz, y arrestarlo. “En esta guerra, dice Corman, las cosas se confunden en el campo, el poder, los ideales, la vieja moral y la necesidad militar práctica… Existe un conflicto en todo corazón humano, entre lo racional y lo irracional, entre el bien y el mal. Y el bien no siempre triunfa. Algunas veces, el Lado Oscuro se apodera de lo que Lincoln llamó ‘los mejores ángeles en nuestra naturaleza’. Todo hombre tiene su límite. Usted y yo lo tenemos. Walter Kurtz ha alcanzado el suyo. Y obviamente, se ha vuelto loco.”
Arrestarlo habían dicho antes. Pero ahora le dicen que debe poner fin al mando del Coronel. “Está por ahí operando sin límites de decencia, totalmente más allá de cualquier límite aceptable en la conducta humana… y está aún allí en el campo de batalla al frente de tropas.” El agente de la CIA remarca: “poner fin al mando de cualquier forma” – terminate with extreme prejudice, lo que en el lenguaje de inteligencia equivale a asesinar. Misión que Willard debe entender, por supuesto, “que no existe, ni nunca existirá”.
“Iba al peor lugar del mundo”, había pensado Willard antes, “y no lo sabía aún. Semanas después y cientos de millas río arriba que serpenteaba a lo largo de la guerra como el cable principal de un circuito enchufado en Kurtz. No fue un accidente que me convirtiese en el guardián del recuerdo del coronel Walter E. Kurtz, no más accidente que estar en Saigón. No hay forma de contar esta historia sin contar la mía. Y si su historia es realmente una confesión, entonces también lo es la mía.”
Aunque como veterano de misiones “especiales” había asesinado ya, nunca antes lo había hecho con un estadounidense. “No se supone que fuese diferente para mí, pero lo era.”
“¡Mierda! Acusar a un hombre de asesinato en este lugar es como dar multas por exceso de velocidad en las 500 millas de Indianápolis. Tomé la misión. ¿Qué se supone que iba a hacer? Pero no sabía realmente qué iba a hacer cuando lo encontrase.”
(continuará…)