Luego del ataque al bote patrulla, en la versión Redux tiene lugar un extraño encuentro con un puesto colonial francés en ruinas que surge de entre el vapor del río. Son como fantasmas de otra era, de otra guerra anterior, que se les aparecen. Se trata de una plantación de caucho, un perdido enclave colonial francés dirigido por la familia de un tal Hubert de Marais (Christian Marquand).
Enterados del ataque que habían sufrido, los milicianos franceses despiden con honores al Sr. Limpio y lo entierran junto a la casa, rodeada de una especie de cementerio. Cuatro generaciones de de Marais han vivido en ese sitio en Camboya por décadas, advierte el patriarca, y lo seguirán haciendo “hasta que estemos todos muertos”.
En medio de la jungla más terrible, estos extravagantes franceses ofrecen a Willard y sus hombres, una comida de gala. Los dos más jóvenes de la familia, Gilles y Francis (Giancarlo y Roman Coppola, hijos del director) recitan Baudelaire en la mesa. “Es un poema demasiado cruel para los niños. Pero lo necesitan, porque la vida a veces es muy cruel.”
El paterfamilias da un largo discurso a los visitantes acerca de la Segunda Guerra Mundial, Indochina, Dien Bien Phu y Argelia. Las derrotas francesas, las derrotas de los políticos, y los cambios que estaban teniendo lugar en el mundo.
“Pero aquí, no perdemos. Este pedazo de tierra, lo conservamos. Nunca lo perderemos. ¡Nunca!”, dice amenazante.
En la mesa, en medio de los hambrientos estadounidenses, discuten entre ellos los franceses acerca de la presente guerra. “Al Vietcong lo inventaron los americanos”, dice uno. Y sentencia otro: “¿Y qué pueden hacer? Nada. Absolutamente, nada. Los vietnamitas son muy inteligentes. Nunca sabes lo que piensan.” Mientras se ve a entrar a unos sirvientes viet que retiran los platos.
Uno de los jóvenes sentados en la mesa interpela a Willard: “¿Por qué ustedes, los americanos, no aprenden de nosotros, de nuestros errores? Mon Dieux, con su ejército, su fuerza, su poder, ¡podrían ganar si quisieran!... Pueden ganar.”
Pero interviene ahora el patriarca poniendo fin a la discusión: “Los vietnamitas, trabajamos con ellos, hicimos algo… algo de la nada… Queremos seguir aquí porque es nuestro… nos pertenece. Es lo que mantiene unida a nuestra familia… Yo peleo por eso. Mientras que ustedes, americanos, pelean por la nada más grande de la historia.”
Como decía alguien una vez, uno se sacrifica por la Patria, por su familia… ¿pero quién se deja matar por la democracia… “la nada más grande de la historia”?
Todos abandonan la mesa y Willard se acerca a Roxanne Sarrault (Aurore Clement), una bella y joven viuda con la que cruzaban miradas. Nota lo cansado que el Capitán está de la guerra y le dice: “Veía lo mismo en los ojos de los soldados de nuestra guerra. Los llamábamos ‘les soldats perdus’, los soldados perdidos.”
Con ella, bebe coñac y fuma opio, que la joven viuda aprendió a preparar para calmar las heridas de guerra de su esposo. “Existen dos versiones tuyas. ¿No lo ves? Una que mata y una que ama”, repite Roxanne recordando a su marido… y su eco perdura.
A la mañana siguiente, continúan el viaje en medio de la niebla. Con mucho miedo, pasan junto a un avión de combate derribado. Willard siente que se aproxima a Kurtz: “Estaba cerca, muy cerca. No podía verlo aún, pero podía sentirlo, como si el bote fuera succionado río arriba y la corriente fuese en sentido contrario hacia la jungla. Sea lo que sea que fuese a suceder, no iba a ser del modo en que dijeron antes en la base.”
Repentinamente sufren un nuevo ataque sorpresa desde la costa, pero esta vez con flechas y lanzas. Una de estas primitivas armas atraviesa al Jefe Phillips. Cuando Willard se inclina para ayudarlo, el Jefe intenta matarlo. Pelean, forcejean y éste termina de morir. Flechas y lanzas…
Lance, poniéndose una mitad de flecha de cada lado de la cabeza, como si una se le hubiese atravesado, sumerge al Jefe en el agua como un ritual pagano de réquiem, mientras que el Chef cuestiona a Willard acerca de la misión. Finalmente, este último cede y confiesa lacónicamente: “Mi misión es adentrarnos en Camboya. Hay un coronel boina verde allí que se ha vuelto loco. Se supone que lo mate.”
Luego de despotricar contra el gobierno, la guerra y esta misión “típica” de Vietnam, el Chef está a punto de abandonar, pero tal vez pensando en que, a esta altura, ya están jugados, pone como condición a Willard ir todos juntos con Lance en la lancha, sin separarse en ningún momento.
El caso es que el Capitán asiente pues, obsesionado, ya sólo piensa en qué hacer cuando llegue el momento del encuentro con Kurtz.
“Parte de mí tenía miedo de lo que iba a encontrar y de lo que iba a hacer cuando estuviese allí. Conocía los riesgos, o me los imaginaba. Pero lo que más sentía, mucho más que el miedo, era el deseo de confrontarlo.”