jueves, 12 de noviembre de 2009

Leyendas esjatológicas: El rey que vuelve (ii)

BARBARROJA

“Hasta este punto, todo el ejército de la Santa Cruz, tanto los ricos como los pobres, los enfermos como los que parecían sanos, había viajado bajo un sol que encandilaba y un calor de verano que quemaba, a lo largo de una vía tortuosa que los conducía a través de las peñas rocosas, sólo accesibles a las aves y las cabras de las montañas. El Emperador, que compartía todos los peligros, quiso moderar el calor y evitar subir los picos montañosos. De acuerdo con ello, intentó cruzar a nado el rápido río Calycadmus (hoy, Saleph). Como dice el Sabio, sin embargo, ‘no pretendas oponerte a la corriente de un río’. Sabio como era en otros asuntos, el Emperador estúpidamente puso a prueba su fuerza contra la corriente y el poder del río. Aunque todos intentaron detenerlo, entró al agua y fue arrastrado por un remolino. Quien había escapado de tantos grandes peligros, murió miserablemente. Permítasenos comentar el juicio secreto de Dios, ‘a Quien ningún hombre se atreve a preguntar: ¿por qué actúas así?’, cuando se lleva a pocos o muchos hombres con la muerte. El Emperador fue, de hecho, un caballero de Cristo y un miembro de su milicia. Fue tomado mientras acometía una laudable misión para recobrar la tierra y la cruz del Señor y, así, aunque fue tomado inadvertidamente, creemos que, sin duda, se ha salvado. Por lo tanto, cuando los otros nobles a su alrededor lograron, aunque demasiado tarde, ayudarlo, lo sacaron del agua y lo arrastraron a la orilla. Todos estaban afligidos con gran tristeza por su muerte; tanto que, de hecho, muchos, atrapados entre la vida y la muerte, habrían puesto fin a sus vidas junto con él. Otros, sin embargo, se desesperaron y, como si pareciera que Dios no cuida de ellos, renunciaron la fe cristiana para convertirse en paganos entre los infieles. El duelo y una pena ilimitada, no inmerecida por la muerte de tal príncipe, ocupó los corazones de todos, de modo que pudiesen lamentarse propiamente, diciendo con el profeta: ‘¡Ay de nosotros, porque hemos pecado! Por esto nuestro corazón está dolorido, por esto se nublan nuestros ojos.’ El Duque de Suabia, un príncipe ilustrísimo y heredero noble y legítimo de su padre, fue electo y aclamado como líder del ejército cristiano. El Duque tomó el cuerpo de su padre y lo condujo con él a la ciudad de Tarso, en Cilicia, donde los intestinos de su padre fueron devotamente sepultados. Aquí, el ejército se dividió. Algunos siguieron hasta Trípoli, que se encontraba en manos cristianas. Los otros, siguiendo al Duque de Suabia, marcharon hacia Antioquía. El 17 de junio llegaron al Puerto de San Simeón y el 19 de junio alcanzaron Antioquía, donde los mensajeros del señor León de la Montaña llegaron a encontrarse con el Emperador. Los enviados no habían aún sabido nada de la muerte del Emperador; enterándose allí, se vieron más afectados que los otros. En Antioquía, el Emperador recibió sepultura real, como correspondía. Acompañados por lágrimas desconsoladas, los restos de su cuerpo fueron depositados en la iglesia catedral de San Pedro, Príncipe de los Apóstoles.” – Anónimo, Historia de Expeditione Frederici Imperatoris in Orientibus partibus.

“La tradición nos dice que Barbarroja nunca murió, sino que permanece encantado en el corazón del Kyffhäuser. Se sienta sobre un trono de marfil frente a una mesa de mármol, con su cabeza descansando sobre su brazo, y su larga barba roja creciendo sobre la mesa como hiedra. Viste el manto imperial, y las formas de sus viejos cortesanos, como espectros, vienen de sus sepulturas de roca y colocan sobre su cabeza desnuda y vieja, la antigua corona de Alemania con diamantes resplandecientes. Su inocente hija es su única servidumbre, o, de acuerdo con otras leyendas, un enano. Los ojos del Kaiser están cerrados, pero de vez en cuando parece despertarse de su sueño encantado, y nueva vida parece animar los limbos rígidos. Pero no puede despertar, ni levantarse de su trono, ni dejar la cámara encantada hasta que los enemigos de Alemania caigan y ella sea libre.” – Maria-Elise Lauder, Legends and Tales of the Harz Mountains, North Germany.




Federico I de Hohenstaufen,
llamado "Barbarroja",
Rey de Germania e Italia,
Sacro Emperador Romano
(detalle de una iluminación en un manuscrito medieval)

 

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