domingo, 1 de noviembre de 2009

¿Qué tomismo?



No abogo por un renacimiento de Santo Tomás del mismo modo que no abogaría por la construcción de réplicas de Mont Saint Michel o de Chartres. Éste no es el momento del día, para decirlo suavemente. Nada menos que un milagro podría producir un gran teólogo hoy, y pocas razones existen para presumirlo, ya que si bien los milagros operan más allá de la naturaleza, no ocurren sin una razón; y, además, si un gran teólogo escribiera hoy nadie lo comprendería. Un milagro mucho más probable que podríamos esperar es la destrucción de las Ciudades en la Llanura. Existe una analogía proporcionada entre las fuerzas dominantes de nuestro tiempo. La anticoncepción y la usura, como sabía Dante, son contrarios vinculado por la misma razón; la una hace estéril lo que es naturalmente fértil, la otra hace fecundo lo que es naturalmente estéril. La anticoncepción y la usura son la forma y la materia de la ideología industrial, y el vicio innombrable es su recreación apropiada. Uno dudo si Dios podría encontrar más santidad entre nosotros que el respeto que Abraham halló en Sodoma por las normas de la Humanæ Vitæ.



Santo Tomás ingresó a Monte Cassino a la edad de cinco años; dejó la abadía para ir a la Universidad de Nápoles a eso de los dieciséis, entró a los dominicos, estudió con San Alberto y se convirtió en el maestro más grande de su Orden y, eventualmente, de toda la Iglesia. Todos saben que una vez en éxtasis ante un crucifijo en Nápoles, o algunos dicen Orvieto, escuchó la voz de Cristo hablarle diciendo, “Has escrito bien de Mí, Tomás, ¿qué recompensa deseas?” A lo que Santo Tomás respondió, “No más que a Ti, Señor.” En 1274 comenzó un viaje a pie, lo que siempre hacía en todos los viajes, esta vez hacia el Concilio de Lyon, y cayó en una enfermedad fatal. Los carmelitas dicen que Nuestra Señora se llevó al Cielo a Santo Tomás y a San Buenaventura, ambos prematuramente casi al mismo tiempo, pues eran los líderes de un complot de dominicos y franciscanos para evitar que se aprobara la Orden Carmelita en ese Concilio. Dice la leyenda que una vez que no pudo ya caminar, sus compañeros lo pusieron en un burro, aunque protestaba por sentirse incapaz de sentarse en el animal que alguna vez llevó a tan gran Jinete. Los monjes cistercienses en Fossanova le dieron refugio. Al entrar, susurró: “Aquí está mi reposo para siempre, en el me sentaré, pues le he querido”, un versículo del Salmo 131, que se recita en Vísperas de Jueves en el Oficio Benedictino, de Miércoles en el Dominico. Todo el salmo, que comienza “Memento, Domine, David et omnis mansuetudinis ejus”, es un comentario de la vida de Santo Tomás y, especialmente, de la importancia de Santo Tomás en nuestro tiempo, pues es el tipo perfecto del intelectual activo que vivió en el capullo de una vida contemplativa, tejido lentamente con los delgados hilos de la música, hora tras hora, día tras día, a través de las vigilias de las noches, en la recitación del Oficio Divino, de modo que a la hora de su muerte tenía el hábito de la Vida Eterna ya formado. Santa Teresa dijo en una famosa figura,

Este gusano… comienza a labrar la seda y edificar la casa adonde ha de morir… Pues ¡ea, hijas mías!, prisa a hacer esta labor y tejer este capuchillo, quitando nuestro amor propio y nuestra voluntad, el estar asidas a ninguna cosa de la tierra, poniendo obras de penitencia, oración, mortificación, obediencia, todo lo demás que sabéis… ¡Muera, muera este gusano, como lo hace en acabando de hacer para lo que fue criado!, y veréis cómo vemos a Dios y nos vemos tan metidas en su grandeza como lo está este gusanillo en este capucho… Pues veamos qué se hace este gusano, que es para lo que he dicho todo lo demás, que cuando está en esta oración bien muerto está al mundo: sale una mariposita blanca. ¡Oh grandeza de Dios, y cuál sale una alma de aquí, de haber estado un poquito metida en la grandeza de Dios y tan junta con El; que a mi parecer nunca llega a media hora!

Santo Tomás fue tratado con tanta delicadeza en el monasterio, que temió por su humildad. “¿Cómo es, pregúnto, que esa gente santa me está trayendo leña a mí?” Ante los ruegos de los monjes, dictó un comentario al Cantar de los Cantares, que quedó inconcluso con su muerte, cuando, dirigiéndose directamente al Santo Viático mientras lo recibía, dijo:

Si en este mundo existe algún conocimiento de este Sacramento mayor que el de la fe, deseo ahora usarlo afirmando que firmemente creo y sé como cierto que Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, Hijo de Dios e Hijo de la Virgen María, está en este Sacramento. Yo te recibo precio de la redención de mi alma, te recibo viático de mi peregrinaje, por amor del cual estudié, velé, trabajé, prediqué y enseñé. Nunca dije nada contra Ti, y si lo hice fue por ignorancia, no me obstino en mi error, y si enseñé algo equivocado, todo lo someto a la corrección de la Iglesia romana. En su obediencia me voy de esta vida.

Y, luego, sus palabras finales, una vez dichas por la Novia a Cristo en el Cantar de los Cantares:

¡Ven, amado mío, salgamos al campo!...

La leyenda dice que, en el mismo momento, el burro que había montado escapó de la caballeriza, corrió hacia el campo y murió – una historia franciscana de un fraile dominico que murió en una casa benedictina estricta, en quien la verdad estaba unida al amor, que es la definición formal de la Sabiduría. Dije que Santo Tomás no necesita renacer porque no está muerto. Está vivo y bien, pacientemente esperando durante aquellas vigilias de la noche junto a todos los que rezan el Oficio de la Iglesia. Algunas de sus propias oraciones están realmente presentes allí en varios lugares, especialmente en la Festividad de Corpus Christi: el Sacris Solemniis de Maitines, con la famosa estrofa inicial “Panis Angelicus”; el O Salutaris Hostia de Laudes; en la Misa la secuencia Lauda Sion; y en las Vísperas el Pange Lingua que termina con el Tantum Ergo Sacramentum cuyo responsorium sintetiza la dulzura de su amor por Jesús a cuya Presencia en el Santísimo Sacramento se refieren esas palabras. Las recordamos no sólo de las Vísperas de Corpus Christi sino también de la Bendición:

Omne delectamentum in se habentem.


John Senior, The Restoration of Christian Culture



Detalle del bajorrelieve del altar de la Capilla de Santo Tomás, encargado por el Cardenal Barberini (s. XVII) y que representa al Aquinate dictando su comentario del Cantar de los Cantares a los monjes cistercienses. La capilla se encuentra en el mismo lugar de la antigua celda donde murió el Doctor Común en el segundo piso de la Abadía de Fossanova. El querido fraile, Raimondo Spiazzi, recordaba la siguiente inscripción: Occidit hic Thomas, lux ut foret amplior Orbi, et candelabrum sic Nova Fossa foret, Editus ardenti locus et non fossa lucerna. Hanc igitur fossam quis neget esse novam?

 

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