jueves, 8 de agosto de 2013

Chestertoniana


Observo el entusiasmo de muchos por el supuesto inicio del proceso de canonización de Chesterton. En primer lugar, no sé dónde está la novedad. No sé si aún conservo un recorte del diario Clarín que había guardado mi padre en las 'Obras completas' (que no son completas) donde creo que era Quarracino, cuando todavía era arzobispo de La Plata, quien comentaba el inicio del proceso de canonización en Inglaterra. 

Por otro lado, aún cuando creo con toda mi mente y mi corazón que Chesterton está en el Cielo (le rezo bajo la advocación que le dio Castellani de 'San Gilberto del Buen Sentido'), no estoy convencido de que sea conveniente su canonización, su entronización 'oficial' en los altares. Me temo mucho de que hagiógrafos y apologetas baratos destruyan su riquísima personalidad y que cristalicen una profundísima obra que fue evolucionando y puliéndose en el tiempo, aunque siempre sobre el mismo camino. 

'Ortodoxia' no se entiende sin 'El hombre eterno', ni 'El Napoleón de Notting Hill' sin 'El regreso de Don Quijote'. Tampoco es posible admirar 'Lepanto' sin 'La balada del caballo blanco'. 'Lo que está mal en el mundo' o 'El marco de la cordura' se complementan con 'El pozo y los charcos'. 

El P. Brown, Jueves, Basilio Grant, Adán Wayne, Marillac, Turnbull... todos los inolvidables personajes de Chesterton son como aspectos de su persona. El 'tío Gilbert' que armaba y presentaba obras de teatro con marionetas para los niños de su barrio, el vecino que paseaba a su burrito Trotsky por las calles, el polemista del 'Eye-Witness' y el poeta épico, el amigo de Bernard Shaw así como su implacable contrincante, el que llevaba el estilete escondido en su bastón y se lamentaba porque nunca había tenido ocasión de usarlo en defensa de alguna damisela, el que plantaba papas y cebollas en su jardín y, más tarde, se reunía en su estudio con lores y políticos que venían a consultarlo, el que gastaba todos los ingresos que obtenía por sus muy populares cuentos policiales en difundir 'la santa causa' del distributismo para que ningún niño inglés vuelva a llorar por hambre o ninguna chica deje de usar listón porque el gobierno la ha rapado en lucha contra una nueva peste de piojos fruto del hacinamiento que ese mismo gobierno genera al alentar la especulación inmobiliaria. 

Todas éstas no fueron excentricidades ni hobbies de un diletante; cada una de estas 'actividades' era fruto de la contemplación chestertoniana, sea la meditación de sus ideas y las noticias de actualidad, sea la oración y la práctica asidua de los sacramentos, sea la conversación con sus numerosos amigos, colaboradores o discípulos, sea la lectura de críticas e, incluso, ataques personales, sea el pertenecer a una familia de la alta burguesía enriquecida gracias al desproporcionado crecimiento de Londres en la segunda mitad del siglo XIX cuyo apellido daba nombre a calles y complejos edilicios en todo el barrio de Kensington y aledaños.

 

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