Por el hermano Philip Anderson, OSB, prior del Monasterio de Nuestra Señora de la Anunciación, Clear Creek, Oklahoma.
Febrero de 2009.
Mientras ingresamos a la Cuaresma—dejando atrás los esplendores de Navidad y encaminándonos hacia ese otro polo del año litúrgico que es la Pascua—descubrimos que la gran simplicidad y sobriedad de este tiempo del año es propicio para la meditación acerca del lugar apropiado del hombre en la universo como guardián de la creación.
Desde hace ya muchos años, la ecología ha despertado mucho interés, no sólo respecto a las decisiones prácticas inmediatas que deben tomar los gobiernos y las empresas, sino también como un tópico de discusión en un contexto cultural más amplio. Nuestros contemporáneos parecen experimentar una alienación creciente respecto a la naturaleza y una necesidad de “reconectarse” de alguna forma con la tierra, mientras que los científicos continúan señalando signos de que el equilibrio ecológico del mundo natural está siendo seriamente comprometido por los excesos de nuestra tecnología.
La Iglesia también ha participado de la discusión. El Santo Padre recientemente aludió a estas cuestiones en un discurso a los miembros de la Curia Romana (22 de diciembre de 2008):
“Dado que la fe en el Creador es una parte esencial del credo cristiano, la Iglesia no puede y no debe limitarse a pasar a los fieles el mensaje de la salvación únicamente. Ella tiene una responsabilidad hacia la creación, y debe también hacer pública esta responsabilidad. Al hacerlo, no sólo debe defender la tierra, el agua y el aire como dones de la creación que nos pertenecen a todos. Ella debe también proteger al hombre de su propia autodestrucción.”
¿Qué tiene para decir acerca de esta relación esencial con la creación la gran tradición monástica desde San Benito?
De hecho, para los hombres y las mujeres que vivían en los tiempos de San Benito, la pregunta hubiese tenido poco significado. La vasta mayoría de los seres humanos vivían entonces en áreas rurales, y para ellos la vida estaba íntima y necesariamente conectada al ritmo de la naturaleza. Las actividades del día eran programadas de acuerdo con las horas de luz solar. El año estaba organizado según las distintas estaciones en que encontraban apropiado tiempo la siembra, la cosecha y toda otra tarea importante. En un mundo tal, excepto el caso de pocas personas muy ricas en las grandes ciudades, era casi imposible desconectarse del ritmo de la creación.
Sin embargo, existe bastante en la sabiduría de San Benito que habla a nuestras necesidades presentes en términos de regresar a una vida más sabia, una vida cercana a la tierra.
Uno de los pilares de la Regla es la pobreza evangélica. No habría crisis económica hoy en el mundo, ni amenaza ecológica, si no fuese por el mal causado por la avaricia. La pobreza monástica significa estar satisfecho con las cosas simples que sostienen la existencia humana en su bondad inherente. Esta pobreza permite al hombre vivir en harmonía con el campo y el bosque, sin sentir la necesidad de arrancar brutalmente a la tierra de sus recursos para obtener una ganancia inmediata. Aunque la realidad económica de los Estados Unidos se ha hecho crecientemente compleja en nuestro tiempo, es posible aún recapturar la pobreza de tipo gozoso. No estamos hablando de la trágica miseria de los desesperadamente pobres, sin o una actitud enraizada en la fe cristiana. “Lo pequeño es hermoso: La economía como si la gente importase” de E.F. Schumacher (primera edición de 1973) ofrece algunas reflexiones que parecen más oportunas que lo que alguna vez fueron. Otro trabajo importante, “Emigrad al campo: Los papeles fundadores del Movimiento Católico de la Tierra”, con prefacio de Hilaire Belloc, grafica una forma adelantada en términos de una explícita perspectiva católica.
Por supuesto que el gran corolario de la pobreza evangélica y monástica es el trabajo, especialmente el trabajo manual. Ora et Labora (“reza y trabaja”) es frecuentemente considerado el lema benedictino. Los primerísimos monjes encontraro
n que este trabajo realizado con las manos de uno era algo necesario para poder rezar bien. Algunas veces llegarían a quemar todas las canastas que habían tejido a lo largo del año—no teniendo que venderlas para hacer dinero—y comenzar nuevamente desde cero, ¡simplemente porque la actividad era buena para el cuerpo y la mente! San Pablo trabajaba con sus manos, incluso aunque podía vivir de su predicación del Evangelio. El trabajo manual es una forma excelente de ponernos de nuevo en contacto con la maravilla y la belleza de la creación, a pesar que desde la Caída el hombre debe ganar el pan con “el sudor de su frente” entre espinas y piedras (Gn. 3, 18-19).
En Clear Creek ejercitamos muchas formas de trabajo manual, incluyendo la carpintería, la forja y la construcción, sin mencionar aquellas actividades domésticas tales como la cocina y la fabricación de ropa y zapatos. En términos de nuestra relación directa con la tierra, la actividad más notable es probablemente la que involucra a nuestro bosque, compuesto principalmente de varias clases de robles. Durante muchos años, gracias a un subvención del Programa de Investigación y Educación en Agricultura Sostenible, hemos trabajado en mejorar nuestra tierra limpiando el bosque de árboles enfermos, ayudando a que ingrese más luz del sol. Esto permite que crezcan ciertos pastos, que a su vez ofrecen nuevas pasturas para nuestras ovejas de pelo salvaje. Pretendemos traer cabras así como limpiar el terreno de malezas y
arbustos indeseables. También hemos plantado muchos árboles, especialmente pinos. Los monjes aprenden más de una lección de la tierra.
Sin embargo, no serviría para nada sin algo más. El autor y estadista francés, André Malraux, dijo una frase famosa, “el siglo XX será espiritual o no será”. Incluso si se evitar una conflagración nuclear—y la amenaza no ha desparecido de manera alguna—tomará más de una forma de “consciencia global” preservar los recursos naturales del mundo. He aquí donde la otra mitad del lema de San Benito, Ora (“reza”), entra en la foto.
De entre los animales del bosque sólo uno es capaz de arruinar todo, el que camina erguido, el mismo que Dios nombró pastor de toda la creación en el inicio. Es la lucha espiritual entre el bien y el mal en su corazón lo que hace que el hombre se preocupe por la creación, o la destruya. Esto es lo que el Papa Benedicto XVI quiere decir cuando en su discurso a la Curia Romana el último diciembre pronunció, “lo que se necesita es algo como una ecología humana, correctamente entendida”. Es a través de la oración que descubrimos la ecología humana, trascendiendo los recursos limitados del medio natural.
Entre los dichos algo románticos de los citadinos, que sueñan con mudarse al campo para comenzar una nueva vida, y la dura realidad de tener que ganarse el pan de cada día de una tierra que se ha revelado al hombre pecador, existe ciertamente un ancho margen, que es también un desafío serio. ¿Pero tenemos realmente otra opción?
El bien conocido autor y educador católico, John Senior, estaba una vez dando una charla a un pequeño grupo de adultos acerca de esta misma idea de escapar de los excesos de una civilización debilitada por la tecnología. Mientras decía algo acerca del efecto de la “natación real” en el océano y los lagos—o más modestamente en el “viejo pozo”—un veterano que estaba entre los oyentes trajo a colación la objeción de que “solíamos perder a unos pocos en el ‘viejo pozo’…” Mirando al hombre a los ojos, Senior replicó, “sí, pero los estamos
perdiendo a todos en la pileta”.
La vida monástica no atesora la llave para destrabar todos los problemas del mundo, pero una lectura seria de la Regla de San Benito puede ser la inspiración, no sólo para los monjes, sino también para todos aquéllos que viven fuera de los muros del monasterio. Esto es especialmente verdad por su precioso sentido del equilibrio, en cuanto a organizar las cosas entre los polos de la oración y el trabajo. Es nuestra esperanza que el monasterio de Nuestra Señora de Clear Creek, viviendo la Regla, pueda ayudar a muchos a recapturar el gozo de una existencia humana enraizada en la fe—y el realismo no tan común del sentido común.
Que Nuestra Señora de la Anunciación te obtenga abundancia de bendiciones celestiales.