“El orden humano entero se derrumba sobre su base. El Anticristo es aún el único que lo sabe, el único que prevé el cataclismo perturbador del ‘reverso de valores’ que se está produciendo, porque si la totalidad del pasado humano dependió de la certeza de que Dios existe, la totalidad del futuro debe depender sobre la certeza contraria, que Dios no existe…
“¿Hemos comprendido al final? Esto no es seguro ya que el anuncio de un cataclismo de tal magnitud en forma ordinaria deja una única vía de escape: descreer de él, y para no creer, rehusarse a entenderlo. Si Nietzsche habla con franqueza, es el mismo fundamento de la vida humana el que debe ser derrumbado…
“‘Aquél que será un creador, tanto de bien como de mal, primero debe saber cómo destruir y arruinar valores’ (escribe Nietzsche). Están, de hecho, siendo arruinados a nuestro alrededor, y bajo nuestros propios pies, en todos lados. Hemos dejado de contar el número de teorías jamás escuchadas que se nos arrojan bajo nombres tan variados como sus métodos de pensamiento, cada una el anuncio de una nueva verdad que promete crear en breve, ocupándose de prepararlo, el mundo feliz y alegre del mañana aniquilando primero el mundo de hoy…
“Dado que los hombres se han rehusado a servir a Dios, no existe más un árbitro entre ellos y el Estado que los domina. No es ya Dios sino el Estado el que los juzga. ¿Pero quién, entonces, juzgará al Estado?”
Étienne Gilson,
“Los horrores del año 2000”
(Terrors of the Year 2000 [Toronto: 1949])
“Los horrores del año 2000”
(Terrors of the Year 2000 [Toronto: 1949])
“Dado que la civilización que ha sido debilitada, y está hoy en peligro de subversión total, es una civilización cristiana, construida sobre los valores espirituales y las ideas religiosas de San Agustín y los suyos; su adversario no es simplemente la barbarie de pueblos extraños que permanecen en un nivel cultural inferior, sino nuevos poderes armados con todos los recursos de la técnica científica, que están inspirados por un rudo deseo de poder, que no reconoce ley más que la de su propia fuerza.”
“Así, la situación que los cristianos enfrentamos hoy tiene más en común con la descripta por el autor del Apocalipsis que con la de los tiempos de San Agustín. El mundo es fuerte y tiene sus amos malignos. Pero estos amos no son viciosos autócratas como Nerón o Domiciano. Son los ingenieros de los mecanismos del poder mundial: un mecanismo que es más formidable que cualquier cosa que el mundo antiguo conociera, porque no está confinado a los medios externos, como los despotismos del pasado, sino que recurre a todos los medios de la moderna psicología para hacer del alma humana el motor para sus propósitos dinámicos.”
“...Separado del apetito y la pasión individual, y exaltado… en una esfera en la cual todos los valores morales se confunden y transforman. Los grandes terroristas… no han sido hombres inmorales, sino rígidos puritanos que hicieron el mal fríamente, por principios.”
Christopher Dawson,
“El juicio de las naciones”
(The Judgment of the Nations [New York: 1942])
“El juicio de las naciones”
(The Judgment of the Nations [New York: 1942])
“El juicio anunciado por el Señor Jesús se refiere sobre todo a la destrucción de Jerusalén en el año 70. Pero la amenaza de juicio nos atañe también a nosotros, a la Iglesia en Europa, a Europa y a Occidente en general. Con este evangelio, el Señor nos dirige también a nosotros las palabras que en el Apocalipsis dirigió a la Iglesia de Éfeso: ‘Arrepiéntete. ...Si no, iré donde ti y cambiaré de su lugar tu candelero’ (Ap. 2, 5). También a nosotros nos pueden quitar la luz; por eso, debemos dejar que resuene con toda su seriedad en nuestra alma esa amonestación, diciendo al mismo tiempo al Señor: ‘Ayúdanos a convertirnos. Concédenos a todos la gracia de una verdadera renovación. No permitas que se apague tu luz entre nosotros. Afianza nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor, para que podamos dar frutos buenos’.”
Benedicto XVI,
homilía del 2 de octubre de 2005
en la apertura del sínodo eucarístico en Roma
homilía del 2 de octubre de 2005
en la apertura del sínodo eucarístico en Roma