miércoles, 8 de julio de 2009

El hombre verdaderamente risible

por Hugh McDonald


Gilbert Keith Chesterton se oponía con toda energía al error de la sensibilidad que subsumía la mente y el corazón. El hombre está separado de la hiena por la verdadera risa, y Chesterton se mostró como un hombre. Parafraseando a Santo Tomás: no es el intelecto el que ríe, ni las facultades del cuerpo, sino todo el hombre en ambas. Y el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios.

Hacia la conclusión de El hombre que fue Jueves, Dios se revela como el presentador de acertijos, como al final del libro de Job. Es un padre jugando a las escondidas con sus hijos. Syme, el hombre llamado Jueves, “recordaba un tucán, simplemente un gran pico amarillo con una pequeña ave adherida a él. El todo le daba la sensación, la viveza que no podía explicar, que la naturaleza estaba siempre haciendo bromas misteriosas. Domingo le había dicho que le entendería cuando entendiera las estrellas. Se preguntaba si incluso los arcángeles entendían al tucán”.

Similes illis fiant qui faciunt ea (Salmo 113). G.K. Chesterton mostraba la profundidad apasionada que se puede percibir en la dialéctica del Buey Mudo. Así como la gran mancha roja de Júpiter se levanta bullente de las poderosas corrientes del sistema solar, así uno siente que lo que Santo Tomás escribió es como un envoltorio de una vida interior en contacto y reflejo del infinito. Y así, cuando se le preguntó cómo Tomás podía ser canonizado en ausencia de milagros, el Papa replicó “Quot articuli, tot miracula” – hay tantos milagros como artículos en la Summa.

Del mismo modo, una gran pasión hay cubierta por el humo de G.K. Recuerdo el dicho de nuestro Señor sobre aquél que esté sediento, “dejad que venga a mí y beba”; como dice en la Escritura, arroyos de agua viva fluirán de su pecho. Contrastemos la ebullición de Chesterton con lo monótono de sus oponentes materialistas y deterministas. Fue criticado por su frivolidad. Pero para Chesterton, lo serio y lo gracioso no se oponen. Los hombres sólo bromean acerca de lo que es de gran importancia para ellos: “Cuanto más graves y tristes las cosas son en el mundo, tanto más las viejas bromas del mundo son perseguidas y ahorcadas” (sacado del capítulo “McCabe y la Divina Frivolidad” en Herejes). McLuhan repite el refrán: “Sólo bromeo cuando estoy serio”. No podemos tomar seriamente la actitud de estar serios, la seriedad con la que los materialistas tratan sus construcciones mentales. La lógica es la salud de la mente, pero existe un abuso de la lógica que lleva en sí toda la gravedad de un cadáver, falsamente presentado como lo lógico o lo razonable, y es más locura que lógica. De esto escribe Gilbert Keith: “El poeta quiere llevar su cabeza hasta las nubes. Es el lógico el que intenta meter los cielos en su cabeza. Y es la cabeza la que explota” (sacado de su capítulo “El maniático” en Ortodoxia).

El mundo ideado por Newton era un mecanismo de relojería donde todo, desde la salida de la luna hasta la lágrima que cae y gotea como la espada de Damocles del cachete de una dama, se sigue de estados previos del universo con una lógica ineluctable. El universo puede ser tratado como una máquina, según la hipótesis del matemático Laplace, en la cual dadas las condiciones iniciales, todos los estados subsecuentes podrían ser calculados. Él escribió: “Un intelecto que en un momento dado conociera todas las fuerzas que animan la naturaleza y las posiciones mutuas de los seres que la comprenden, si este intelecto fuese lo suficientemente vasto para someter sus datos al análisis, podría condensar en una simple fórmula el movimiento de los grandes cuerpos del universo y el de los más livianos átomos: ya que para tal intelecto nada podría ser incierto, y el futuro así como el pasado podría estar presente ante nuestros ojos.” (Pierre Simon Laplace en sus Ensayos filosóficos sobre las probabilidades).

Como vino a ser claro rápidamente, todo excepto las cosas más evidentes de la naturaleza vinieron a ser muy intrincadas e introvertidas como para ser sujeto de cálculo, y así la termodinámica fue introducida para recoger lo que se caía de las rajaduras de la máquina de Laplace. Todo aquello que no pudiese encajar netamente en los cálculos cayó en la categoría de ruido, desorden, barro, y a medida que pasa el tiempo, eventualmente todo sería englobado en la homogeneidad de la entropía. Si no podía encajar en los cálculos humanos, no era más que barro inútil, y el universo terminaría en este estado de muerte caliente.

Cuando el hombre toma sus propias obras muy seriamente, es disminuido y atraído a este nivel. Marshall McLuhan interpretaba los efectos de la tecnología del hombre sobre su usuario bajo la luz de las Sagradas Escrituras: Similes fiant illis qui faciunt ea (Salmo 113) los hacedores de ídolos, serán como las obras de sus manos, con ojos que no pueden ver, con oídos que no pueden escuchar. (Ver el capítulo “Idiotez” en Comprendiendo a los Medios). Joe Keogh una vez me iluminó sobre este pasaje. La gravitas romana, la miniatura de piedra de la celebridad romana, era un reflejo o imitación de la estatua romana.

Del mismo modo, el universo mecanicista, el producto de la mente del hombre, ha transformado a aquellos que lo veneran, y no para mejor. Ha infectado todo. El mecanismo de relojería ha sido extendido a los mecanismos de la Historia, a las llamadas leyes de la Economía y a la Psicología. Una seriedad muerta ha invadido la generación de niños, una seriedad más muerta que la gravitas de la estatua romana, una seriedad que no está aliada con el despertar y el maravillarse que ponen a un hombre en el camino de la Filosofía y del culto. Es la seriedad de aquéllos que esperan como en una cola de penitentes para ser absueltos en un cajero automático. Es la seriedad muerta de un pronosticador económico, el ambientalista que no se atreve a comer una pera, ni comprende la inevitable muerte de todas las cosas. G.K. Chesterton, en El hombre eterno, vio una de las semillas de la sensibilidad cristiana en el sentido romano de los lugares sagrados. Pero el universo gobernado por la entropía no tiene lugares sagrados. Como la civilización cartaginesa de la muerte, la nada determinista ha reducido todas las cosas a una cosa muerta.

Esa área de las ciencias y de la Matemática llamada Teoría del Caos estudia los fenómenos que se filtran a través de las grietas de la máquina de Laplace. Es la ciencia que describe las cosas que se esconden en el borde, la formación de los copos de nieve, las burbujas de agua. Realmente, de cierta forma, todo se filtra a través de esas grietas. La ciencia puede decirnos que habrá luna llena, pero no si esa luna será oscurecida por las nubes, o el número o la forma de esas nubes. Las delicadas imágenes en el gramaje de la madera, los ritmos de goteo de una canilla, todo esto cae bajo el orden y la providencia de Dios, del cual nada escapa, pero es un orden que la mente del hombre puede ver pero no predecir.

La Teoría del Caos ha provisto herramientas para describir este orden salvaje, pero también nos ha enseñado que el desenvolvimiento de las cosas está tan delicadamente balanceada de modo que desafía absolutamente la predicción. En esta amplia área del orden impredecible de las cosas, Dios juega algunas de sus más admiradas bromas. La batalla de Lepanto dependió de un poco probable y oportuno cambio del viento.

Tal vez la convergencia de sonidos y significados que explota en un trabalenguas y la ebullición de la risa puedan ser descriptos con las mismas ecuaciones no lineales que describen el agua hirviendo y la desigual síncopa de las gotas de agua. El humor puede ser descrito como una de esas bisagras en las cosas donde cualquier cosa puede pasar a medida que las cosas van sucediéndose en una racionalidad que trasciende el mecanismo. En El hombre que fue Jueves, Dios es el jefe anarquista, no porque sea el Dios del desorden, sino porque el orden y la tranquilidad de las cosas bajo Dios no es tal que pueda caber en la mente del hombre. En vez de ver un universo volviéndose barro, si nuestros ojos y oídos están abiertos, podemos decir con el salmista que los campos gritan con gozo y las colinas saltan de júbilo.

La habilidad de Chesterton para reírse de las posturas del materialismo en todas las áreas de la vida fue un escándalo. En El nombre de la rosa de Umberto Eco, la mejor arma era la risa, redescubierta de un tratado perdido de Aristóteles sobre la comedia. Era un instrumento que Chesterton sabía cómo usar. Es un instrumento apto contra las estupideces demasiado serias de hoy. Mientras que el clima no puede ser predicho por más de unos pocos días, y ese pronóstico ni siquiera incluye el curso de huracanes y la formación de tornados, somos exhortados a tomar seriamente los relojes que las Naciones Unidas proveen a los líderes mundiales, que predicen al segundo la población del mundo. La mecánica de Newton podría predecir lo que pasaría si una ideal bola de billar irracional colisionara con otra, pero sus cálculos no pueden decirnos qué sucedería si la misma perfecta bola de billar chocara con otras dos en el mismo instante. Ian Stewart escribió: “Entonces las «inexorables leyes de la física» sobre las cuales por ejemplo Marx intentó modelar sus leyes de la historia, nunca estuvieron ahí realmente. Si Newton no podría predecir el comportamiento de tres bolas, ¿cómo puede Marx predecir el de tres personas? Cualquier regularidad en el comportamiento de grandes números de partículas o gente debe ser estadística, y esto tiene un gusto filosófico bastante distinto... En retrospectiva podemos ver el determinismo de la física pre-cuántica preservarse de la quiebra filosófica sólo manteniendo apartadas las tres bolas de la casa de empeños” (Ian Stewart, Analogía, 1981).

El mismo hecho de que el hombre pueda reírse es una broma dirigida a la cara de la imagen del mundo de la que depende el reloj de población.




 

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