...En el mundo de hoy una de las vías eficaces de influencia deletérea de falsas doctrinas – en el orden religioso y moral, en el social y político, y en el cultural y pedagógico – y de utilización de las mismas al servicio de una praxis revolucionaria desintegradora del orden natural, ha sido la manipulación del lenguaje mediante equívocos, que se apoyan en la imposición de significados de rigidez unívoca, correspondientes a términos a los que el sentido común reconoce una flexible y amplia jerarquización de significaciones armónicas y analógicas. Así, por ejemplo, “público” se dice como si significara “estatal”; “nación” se emplea en el sentido en que lo entendió el idealismo romántico y según el que se formuló el “principio de las nacionalidades”; la unidad política nacional o estatal se plantea según el concepto jacobino de la “república una e indivisible”; “socialización” sugiere lo que propugna el estatismo socialista; “democracia” es la fundada en el mito de la voluntad general y de la soberanía del pueblo, inspirada en fuentes rousseaunianas; libertades y “derechos humanos” se entienden desde las concepciones antropocéntricas y antiteístas de una modernidad anticristiana.
Estas significaciones, de inadecuada univocidad racionalista, dan fundamento precisamente a los equívocos que llevan el diálogo entre los hombres de nuestro tiempo al torbellino dialéctico, en el que se conmueven certezas firmes del sentido común y del patrimonio filosófico perenne válido. La esperanza de Carlos Marx de meter la dialéctica en la cabeza de sus adversarios está siendo cumplida en nuestro tiempo, y es una de las causas del desarme ideológico y de quiebra de nuestra cultura cristiana.
La realidad histórica y la contemporánea vida de los hombres de carne y hueso quedan suplantadas por este verbalismo que sirve a la dialéctica como “álgebra de la revolución”. Se consigue lanzar contra el orden cristiano y el sentido común reacciones suscitadas por violencias y artificios de la cultura y de la política que han obrado precisamente la descristianización de nuestra sociedad occidental y la quiebra del orden natural.
…Está ocurriendo que el cansancio y aburrimiento, efecto de una política positivista, que ha mitificado la tecnología, sirven de estímulo para excitar un espíritu anárquico y rebelde, frente a los valores más íntimos de la vida familiar y personal.
Se llama “derecha” al progresismo neocapitalista y al materialismo de la afirmación de lo económico como valor supremo, y se arrastra antitéticamente a la juventud hacia una “izquierda” que saca las últimas consecuencias de aquellos principios, y se lanza, en nombre del “conflicto de generaciones”, contra los ideales cristianos de la vida.
La quiebra de la capacidad de un pensamiento y de un lenguaje respetuoso con la realidad y al servicio del hombre como ser personal, lleva también a acusar como “paternalismo”, presentándolo bajo un aspecto de egoísmo y tiranía, todo ejercicio de legítima comunicación de ser, de verdad y de bien, hecha desde la fecundidad y generosidad de lo maduro. De este modo se busca llevar el impulso de la antítesis y negación hasta la misma infancia, en la medida en que ésta pueda alcanzar a ser influida por la presión de este ambiente.
Acusada toda afirmación cierta de la verdad como “dogmatismo”, y presentando como “totalitaria” cualquier invocación al principio de autoridad*, se trata de imponer como imperativa la opción por la negatividad. Es aquí donde la utilización de la dialéctica se revela como instrumento de una praxis revolucionaria cuya actitud simbolizó Goethe al poner en labios de Mefistófeles aquellas palabras: “Soy el espíritu que siempre niega.”
Si la quiebra del sentido común, y la desintegración del orden natural resultante de ella, han servido poderosamente a la pérdida de la fe y de la vida cristiana en nuestro tiempo, hay que reconocer también que son una enfermedad a cuyo contagio hemos sido especialmente propicios como efecto de la quiebra de aquella “síntesis de la religión y de la vida”, que define el ideal de la civilización cristiana, y que presidió la génesis de la Cristiandad occidental. …– Francisco Canals Vidal,
“Introducción”, a
Política española: Pasado y futuro
(Barcelona: Acervo, 1977).
*Creo que no está de más señalar que para el profesor Canals la “quiebra del principio de autoridad” que caracteriza a estos tiempos tiene un importantísimo significado esjatológico. Ya que, afirmaba el profesor, el principio de autoridad (encarnado en el Imperio romano y proyectado en el Derecho cristiano) era el obstáculo que detenía el misterio de iniquidad (el equivalente latino de la anomia, de a-nomos, sin-ley). Hoy, cuando se pone en duda la misma naturaleza humana, cuando se niega incluso la posibilidad de hablar del bien y el mal, predomina una total anarquía en todos los órdenes de la vida humana. Cf. del autor, Mundo histórico y Reino de Dios (Barcelona: Scire, 2005). [Nota de W.E.K.]