Gracias a la excelente bitácora del Padre Tim Finigan, The Hermeneutic of Continuity, di con la siguiente entrada en la bitácora Suffering World, de la que me permito hacer una (mala) traducción. Antes de comenzar, decir algo sobre el autor de la misma, “Athanasius”, es un doctorando de Oxford que se encuentra en la actualidad realizando una investigación sobre literatura griega antigua.
¿Hay algo especial en el latín?
Bueno, ¡eso espero tras haber pasado casi toda mi vida adulta estudiándolo!
En serio, he visto en unas pocas bitácoras recientemente algo de debate acerca de si el latín debe ser el idioma oficial de la Iglesia. Dado que la mayoría de las bitácoras católicas tienden al tradicionalismo, por alguna razón (¿por qué creen?), la mayoría por supuesto favorece el latín. Sin embargo, no estoy seguro de que el argumento sea la mayoría de las veces el correcto.
Tengo que admitir que soy bastante parcial hacia el idioma griego (antiguo), y con frecuencia suelo lamentar que no lo usemos más en la Iglesia Católica. Pero esto es cuestión de gustos personales, y supongo que si esto fuese de gran importancia para mí siempre tendría la posibilidad de pasarme a una Iglesia de rito oriental, o hacerme ortodoxo. Pero de alguna manera, sea el latín o el griego, lo importante parece ser que no sea el inglés. ¿Por qué?
Importa que digamos si estamos hablando de la liturgia o de alguna otra cuestión. Tendemos a pensar en la liturgia con cuestiones como ésta, pero el latín es el idioma administrativo oficial de la Iglesia, aunque los negocios del día a día en la Curia se hagan en italiano. ¿Por qué entonces publicar documentos en latín? Creo que el punto está en la universalidad – la Iglesia es católica, y por lo tanto aunque sea perfectamente posible producir versiones locales de los documentos eclesiales, es crucial tener un tipo normativo y libre de influjos culturales a partir del cual se puedan realizar las traducciones. ‘Libre de influjos culturales’ hará fruncir el seño a más de uno, dado que muchos de los críticos del latín ven a la Iglesia como demasiado eurocéntrica. Sin embargo lo que me parece importante es que el latín es hoy más culturalmente independiente que cualquier otro idioma en uso, gracias a que es un idioma ‘muerto’. Incluso el griego koiné es demasiado similar al griego moderno, y por lo tanto tiene tras de sí una continuidad histórica con el idioma actual que no le permite disfrutar de la cualidad de independencia que sí tiene el latín.
Más aún, el cambio del griego al latín, al contrario de la opinión popular, no fue cuestión de inteligibilidad, al menos como yo lo entiendo. De lo que he investigado sobre la materia, fue en realidad cuestión de que la Iglesia se identificara con el Imperio Romano, fue cuestión de que la Iglesia aprovechara la legislación del Imperio. Esto tiene sentido, ¡y gracias a esto la Iglesia se hizo lingüísticamente católica del mismo modo que ya lo era teológicamente! Por eso, no es comparable con el cambio propuesto del idioma administrativo eclesial hacia el vernáculo (o en la liturgia como ya se hizo), lo que frecuentemente se argumenta sobre la base de la inteligibilidad. Uno debe considerar factores tales como la importancia del latín para conseguir la ciudadanía: del mismo modo que Roma integraba nuevos ciudadanos como súbditos lingüísticamente, del mismo modo hacía la Iglesia. Puesto de otra forma, nosotros vamos hacia Roma en términos de una conversión cultural y lingüística, no es Roma la que debe venir a nosotros.
Creo que estos mismos argumentos se extienden naturalmente a la liturgia. He dicho antes que, por ejemplo, favorezco que las lecturas sean dichas en el idioma vernáculo en algún momento de la liturgia, porque aunque no es función de la liturgia convertirse en una clase de estudio bíblico para los fieles, nadie puede convencerme de que sea malo tener la posibilidad de escuchar los textos en ella. Hojas con traducciones de las lecturas pueden cumplir el mismo papel, pero es algo caro.
Pero a un nivel práctico, como el Padre Ray dijo en una entrada reciente, ayuda también a los inmigrantes a saber que pueden asistir a Misa en cualquier lugar del mundo, y que será igual. Volvemos así a la catolicidad de la apariencia externa de la Iglesia – cosas que sí importan.
Cuando se pierde el lenguaje ‘central’, las variaciones culturales (que siempre existirán de cualquier modo, pues son parte de la naturaleza humana y no son necesariamente malas por sí mismas) son permitidas para llegar mejor; pero al riesgo de dividir la iglesia. Los problemas que hemos tenido con las traducciones del ICEL son un ejemplo clásico de las malas motivaciones que conducen el cambio en las sensibilidades teológicas: y así terminamos con una horrible teología rupturista y una mala catequesis dominando la Iglesia angloparlante.
En cualquier caso, hablando históricamente, la Misa que celebramos en la Iglesia de occidente se caracteriza principalmente por la materia prima que es la cultura romana (latina); y como he expuesto antes en la bitácora, esto no quiere decir que lo que alguien alguna vez decidió tiene que ser una buena traducción de una preexistente forma litúrgica griega (aunque sin duda eso tuvo lugar), sino un compuesto de una serie de oraciones cimentadas a lo largo de un período de tiempo y osificadas en Trento. El latín de la Liturgia no es el idioma real de alguna época, sino una encapsulación de las tradiciones y el desarrollo de la Iglesia. En otras palabras, es un símbolo potente de lo que es el catolicismo.