Hace unos cuantos años, el Padre Alfredo, tras una de sus eruditas conferencias sobre temas históricos, nos comentaba que, en buena lógica tomista, creía que cada país tenía su forma particular de ser católico y que la reforma inglesa nos había realmente arrebatado de una porción importante de cultura católica. Algo así era y es posible que mi memoria me falle.
Pero haya sido o no una idea del querido jesuita, era también uno de los temas a que Belloc volvía una y otra vez. Aunque el gran Hilario completaba la idea con su complemento, el punto de vista inglés. Los ingleses habían perdido, gracias a la reforma, una forma de ser particular, más natural y alegre, que no se pone nervioso porque lo miren fijo o alguien mueva las manos al hablar, que no hace cola por cualquier cosa y teme conversar de política y religión, que no necesita iniciar una conversación hablando del clima o tomar unas cuantas pintas de cerveza para tomar coraje (“take Courage” rezaba una conocida publicidad de una conocida “ale” inglesa).
Esa vieja Inglaterra que la reforma cortó de raíz era la “Merry Old England”. La de los Cuentos de Canterbury y la las historias de caballería. La de los caballos blancos en las colinas donde el rey Alfredo venció a los daneses y las “charing crosses” donde la procesión fúnebre de la reina Leonor debió detenerse a descansar. La de los príncipes que se preparaban para gobernar yendo a Tierra Santa o Hispania a defender las fronteras de la Cristiandad, o a París o Bolonia a estudiar con los mejores sabios de su tiempo. La Inglaterra cuya corte hablaba en francés “royal” —como gustaba recordarle Belloc a los “pangermanistas”—, la Iglesia en su latín y el pueblo en una mezcla de dialectos locales, cada uno más rico y más sonoro. La que se enorgullecía por la cantidad de sus abadías benedictinas, pero que no se quedaba corto en conventos mendicantes.
Como explica Belloc, la reforma inglesa tuvo éxito porque, más allá de algunos golpes de efecto como las persecuciones recurrentes que dejaban un tendal de mártires católicos cada vez, se dio en distintas etapas a lo largo de varios siglos, desde Enrique VIII hasta la derrota de la última rebelión jacobita en Culloden en 1745, sin dejar de mencionar la dictadura del puritano Cromwell —cuya estatua aún custodia el Parlamento para estupor de nuestros liberales—. Como el cuento de la rana que es hervida viva de a poco y no salta como si se la soltara en agua caliente, al pueblo inglés se lo desenraizó de su tradición católica durante un lento proceso de dos siglos y varias marchas y contramarchas. Y la mayor evidencia de esto la tenemos en la obra de Shakespeare —haya sido o no cripto-católico como dicen algunas investigaciones modernas, lo cual para el caso es lo mismo—.
Y esto viene a cuenta de dos noticias de los últimos tiempos: la aprobación de un milagro atribuido al venerable cardenal John Henry Newman y la próxima reunión en Oxford de un grupo de expertos que discutirá la posibilidad de abrir la causa de canonización de Gilbert Keith Chesterton. Lo cual levantó alguna polémica entre “los nuestros”.
Newman y Chesterton son quizá los dos arquetipos más puros de la forma inglesa de ser católico, nos decía sino recuerdo mal el cura de arriba. ¿Y por qué, entonces la polémica?
En primer lugar, a muchos molesta la profusión de beatificaciones y canonizaciones en los tiempos del anterior Pontífice. Y eso es cierto. Pero la pregunta es ¿eso realmente importante o lo que importa es a quiénes se canonizó? Reconozco que algunas canonizaciones fueron polémicas; no menos lo fue la de Santa Juana de Arco en 1920. Pero convengamos que muchas de esas canonizaciones lo fueron de causas de “fundadores” de congregaciones (en la misma línea que se venía haciendo desde León XIII cuanto menos y, en todo caso, se agilizaron trámites que estaban meramente atrapados en la burocracia de la Curia) y otras, de martirios cuya justicia al reconocerlos nadie dudaría (mártires de Corea, de Paraguay, de Indochina, de China, de España…).
Pero más allá de esto, ¿alguien duda que Newman o Chesterton estén en el Cielo?
Respecto a Newman, algunos dudan de su ortodoxia. “Development of Christian Doctrine” sigue siendo un libro que produce escozor entre los que quisieran creer que la Iglesia apareció así (o como era en 1960) como sacada de la galera por Cristo. Pero también por quienes les gustaría una Iglesia aggiornata a lo último y que como en los “garage sales” o en las ferias americanas, cada 5 ó 10 años regalara sus bienes materiales (y, sobre todo, espirituales) para adquirir unos nuevos más a la mode.
El pobre de Newman, no más converso, se vio envuelto en medio de un enorme conflicto ad extra protagonizado por la Iglesia Católica Romana, el gobierno inglés y una sociedad que tan sólo 50 años atrás había linchado católicos. Y ad intra, tuvo que resistir los cantos de sirena de los diferentes “partidos” que se disputaban el predominio de la Iglesia inglesa recientemente restablecida: las viejas familias recusantes que pretendían se les reconocieran tres siglos de fidelidad (no siempre tan clara ni tan constante, todo sea dicho) y que por lo tanto se les dieran ciertos privilegios; los inmigrantes irlandeses que inundaban las ciudades industriales trayendo con ellos sus propias costumbres y requerimientos “pastorales” [es tema de otra entrada, pero adelantemos que el catolicismo irlandés de ese tiempo estaba apestado de jansenismo]; los conversos del anglicanismo (como el propio cardenal) y que pretendían ser más papistas que el Papa, y last but not least, el clero extranjero (especialmente congregaciones francesas e italianas) que querían persuadir —y en muchos casos imponer— su sensibilidades nacionales particulares. Y, a su modo, pasados 150 años, esas mismas fuerzas (con otros nombres) siguen buscando quedarse con Newman.
Con Chesterton pasa algo similar, pero de signo contrario. A algunos amigos de Chesterton (que no son como los de Job) les resulta poco serio, y a otros porque presumiblemente no llegó al “perfecto dominio de todas sus pasiones” o porque le faltan millares de milagros. Con respeto para los amigos (amicus Plato, sed magis amica veritas), me permito disentir con ellos, rotundamente.
¿Chesterton poco serio? ¿Con pasiones indómitas? ¿Sin milagros? ¡¿Quién dice?!
Se puede ser serio sin poner “cara de serio”. Es más, conozco demasiada gente con cara de serio que definitivamente no es seria. ¿No son serias sus apologéticas Ortodoxia, Herejes y El hombre eterno? ¿No son serias sus novelitas El Napoleón de Notting Hill, El hombre que fue Jueves o La resurrección de Don Quijote? Por Dios, no es serio Lo que está mal en el mundo? Era gordo, pues Santo Tomás también lo era. Bebía cerveza, pues San Agustín es el patrono de los cerveceros. Tenía muy buen humor, como muchos mártires que se reían al ser arrojados al fuego o al aceite hirviendo. Hablaba con todos, tal como San Francisco. Se enternecía con los niños, como Cristo.
En cuanto al dominio de las pasiones o no, habría que profundizar más al respecto para no confundir el dominio o el orden de las pasiones (junto a los sentimientos y las emociones), con la represión. Hacerlo nos llevaría mucho más que una entrada, con textos de Aristóteles, los Padres y Santo Tomás, entre los antiguos, y Garrigou-Lagrange, Pieper y Pinkaers, entre los modernos. Sólo recordemos, de pasada y con San Agustin, que “las pasiones son malas si el amor es malo, buenas si es bueno”. ¿Y quién puede dudar del amor bueno del Gordo inmortal?
Y, finalmente, respecto a los millares de milagros necesarios. El 18 de julio de 1323, el Santo Padre Juan XXII, clausura el proceso de canonización de Tomás de Aquino —que tanta oposición había levantado, debemos recordarlo— con su aprobación: “¿Me piden milagros? Cada uno de los artículos de la Suma es un milagro. Doctrina eius non potuit esse sine miraculo.”
“Pero, no me compare al ‘gran’ Santo Tomás con Chesterton.” Ah, ¿sí? ¿Por qué?
Étienne Gilson, tras haber dedicado toda su vida al estudio de la filosofía medieval en general y del Aquinate en particular, quedó pasmado con la facilidad con que este gordo inglesito pudo comprender la enorme doctrina del tomismo tras unos pocos días de estudio y escribir ese lindísimo libro, “a popular sketch” lo llamó humildemente en su prefacio, que es “Saint Thomas Aquinas: The dumb ox”. Dijo Gilson, “Chesterton me hace desesperar. He estudiado a Santo Tomás durante toda mi vida y nunca podría haber escrito un libro así”. “Lo considero sin comparación posible el mejor libro jamás escrito sobre Santo Tomás. Nada menos que un genio puede anotarse un logra tal. Todos sin duda admitirán que es un libro ‘inteligente’, pero pocos lectores que han pasado 20 ó 30 años estudiando a Santo Tomás de Aquino, y quienes, tal vez, han publicados ellos mismos dos o tres volúmenes sobre el tema, no pueden dejar de percibir que el así llamado ‘ingenio’ de Chesterton ha convertido su especialización en su vergüenza”. Y agregó: “Chesterton fue uno de los pensadores más profundos que jamás ha vivido; era profundo porque estaba en lo correcto; y no podía evitar estar en lo correcto; pero no podía al mismo tiempo dejar de ser modesto y caritativo, dejando a quienes le entendieran saber que estaba en lo correcto, y profundo; para los demás, se disculpaba de tener razón, y disfrazaba su profundidad con su ingenio. Eso era todo lo que podía ver en él.”
Quizá no sea uno de esos santos ejemplares de que habla el P. Iraburu en un lindo texto, pero quizá veamos a algún Papa en algún futuro no lejano decir: “¿Me piden milagros? Cada uno de los libros de Chesterton es un milagro. Doctrina eius non potuit esse sine miraculo.”
Para mí, siguiendo a Castellani, es y será “San Gilberto del Buen Sentido”.